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Homenaje al embajador Barnes: mi testimonio

Homenaje al embajador Barnes: mi testimonio

No conocí personalmente al embajador Barnes. Solo hablé por teléfono con él en un par de ocasiones. Sin embargo, aquello fue determinante para mi propia historia.


En 1986 era un joven cirujano plástico, integraba el equipo de la Unidad de Plástica y quemados del Hospital Exequiel González Cortés por las mañanas, y dirigía la del Hospital del Trabajador por las tardes. Dos años antes ya habíamos logrado rescatar un gran quemado de 90%: Alejandro Roa. Al año siguiente asumiría la Presidencia de la Sociedad Chilena de Cirugía Plástica. 

En otro ámbito era dirigente nacional del Colegio Médico de Chile, había sido, un par de años antes, fiscal en la investigación de participación de médicos en torturas, el Colegio había sido reconocido internacionalmente por aquello, y dirigía el Departamento de Acción Gremial. En esa condición integraba el equivalente de la Federación de Colegios Profesionales y cuando se acordó la realización del paro nacional del 2 y 3 de julio de 1986 pasamos a apoyar la organización del mismo.

El miércoles 2, primer día del paro, estaba en esas tareas, en las oficinas del Colegio, cuando recibimos un llamado advirtiéndonos que dos jóvenes habían sido quemados. Los habían enviado a la Posta Central. Me comuniqué con el Jefe de Servicio, quien me confirmó la gravedad y su pronóstico. 

Pensando que podíamos intentar rescatarlos, aunque sin saber cómo conseguir hacernos cargo, partí a verlos. No lo conseguí. Pero al salir, alguien que acompañaba al Dr. Caviedes, un colega de la Universidad de Chile que me conocía, me contactó con un funcionario de la embajada estadounidense, quien me explicó quién era Rodrigo y la solicitud del embajador Barnes de que me hiciera cargo de su tratamiento y lo trasladara al Trabajador. 

No conocía al embajador Barnes más que por las referencias del Dr. Juan Luis González, entonces presidente del Colegio Médico, de la Federación de Colegios y luego de la Asamblea de la Civilidad del que yo era un colaborador cercano. Juan Luis lo apreciaba y confiaba en él.

Señalé que era necesario trasladar a ambos: Rodrigo y Carmen. Estuvo de acuerdo. 

Hecha la solicitud de traslado al Hospital del Trabajador, la aceptaron para el día siguiente: jueves. Sin embargo, posteriormente la denegaron argumentando que, dada la gravedad de los pacientes, el hospital no tenía capacidad para tratarlos. 

Al comunicarme con el embajador, desolado, me explicó que había recibido un par de comunicaciones en que El Hospital le comunicaba aquello y me envió los originales como registro histórico. Aún los guardo.

Ante esta nueva situación exploramos otras alternativas. Paralelamente, entiendo que él y el Dr. Pedro Castillo, gran amigo y maestro, con el cual compartíamos la condición de dirigentes del Colegio –él también presidía la Comisión Chilena contra la tortura–, tomaron contacto con Physicians for human rights y gestionaron la venida del Dr. John Constable, reconocido especialista en Plástica y quemados norteamericano. 

El domingo, temprano, lo recibí en el aeropuerto, le mostré nuestra Unidad y nuestros resultados. Desde mi oficina llamó al embajador, acreditó nuestras capacidades y le pidió que insistiera en el traslado. Él llamó a Eugenio Heiremans, presidente de la ACHS, dueña del Hospital del Trabajador. Finalmente este último me llamó diciendo que, a solicitud del embajador, podía trasladar a los pacientes. 

Fuimos con John Constable a la Posta Central a organizar el traslado. Llegamos tarde. Con profundo dolor e impotencia nos enteramos que Rodrigo había fallecido unos minutos antes de nuestra llegada. Solo pudimos trasladar a Carmen. Sin la intervención del embajador Barnes probablemente eso habría sido imposible y no habría otra testigo viva de las atrocidades de la dictadura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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