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Peso pluma y la nueva gendarmería moral Opinión

Peso pluma y la nueva gendarmería moral

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Desde hace unos días se ha desatado una discusión acerca de la pertinencia que el cantante mexicano “Peso Pluma” participe o no en el Festival de Viña. Su punto de partida fue la columna del sociólogo Alberto Mayol, a la cual quisiera dedicarle unas líneas.


La citada columna me hizo recordar el exitoso empeño del entonces Cardenal Medina, por evitar que Iron Maiden tocara en Chile en 1992, luego del retorno a la democracia. Sus argumentos: atacaba a la cristiandad, los valores del pueblo de Chile y “era un pésimo ejemplo para nuestra juventud”. Pero Iron Maiden no sólo volvió, sino que lo hizo en gloria y majestad en 1996 al Teatro Monumental (hoy Caupolicán), y en varias otras ocasiones.

La censura, como todos y todas sabemos, es tan antigua como el arte mismo. Su origen se rastrea hasta Grecia y Roma. La Edad Media fue una verdadera apoteosis de persecuciones contra todo tipo de expresión cultural considerada diferente o disidente. La quema de libros nos acompañó hasta hace poco en el régimen nazi y en nuestra propia dictadura cívico militar. En el bloque socialista la situación no fue mucho mejor. Dado que la lista sería demasiado extensa, me detengo aquí.

No voy a discutir si “Peso Pluma” es o no un artista, ya que no soy ni músico, ni crítico musical. Tampoco si es descoordinado para bailar o no tiene voz. Lo primero, no creo que sea válido para evaluar a un o una cantante. Lo segundo, puede ser una opción interpretativa (basta escucharlo hablar para ver que su voz tiene un volumen y una tonalidad distinta a la elegida para cantar). Por último, si el criterio para juzgar a las y los músicos fuera si componen o no sus canciones o piezas musicales, habría que bajar, al menos, a la mitad de las y los grandes intérpretes de los escenarios. Pero como digo, no soy ni músico, ni crítico musical, por lo que prefiero no expresarme sobre ello.

Acierta de lleno Mayol cuando habla del contenido épico del corrido revolucionario mexicano. Hay en él historias notables, como Valentín de la Sierra, Carabina 30-30, La Tumba de Villa, La Toma de Torreón, La Caritina y otra centena. Pero ¿por qué ese contenido épico, lleno de armas, muertes y miseria, tiene más valor? ¿Porque se trata de la revolución? ¿Acaso el legendario coronel de la División del Norte, Pancho Villa, no tuvo en Rodolfo Guadalupe Fierro, “El Carnicero”, a su más cruel asesino? ¿O la muerte tiene un valor distinto cuando se provoca en nombre de la revolución que del narcotráfico?

En la música mexicana actual, que evidentemente no se reduce a “Peso Pluma”, los corridos tumbados son un género de amplio cultivo. Podemos decir que no nos gustan, que no nos interesan, e incluso que su letra es lesiva. Pero lo que como sociólogos y sociólogas deberíamos hacer es, al menos, preguntarnos porqué tienen hoy esa tremenda acogida. Por supuesto, siempre podemos hacer uso de nuestra tribuna para oficiar de gendarmería moral ante lo que no nos gusta o nos parece inadecuado, pero pienso que nuestro rol es más bien otro: abrir puertas a la comprensión de nuevos fenómenos sociales y culturales; no cerrarlas.

La pregunta que se hace respecto de si procede o no fomentar con fondos públicos algún tipo de arte juzgado inadecuado es, sin duda, un gran tema. El riesgo, sin embargo, siempre será que volvamos a depender de la discrecionalidad monárquica para definir qué arte debe florecer o cuál no. El problema también podría plantearse a la inversa: ¿por qué en un liceo público se puede decidir no leer los libros de Pedro Lemebel por ser homosexual y el Estado no se expresa? No tengo respuesta ni para lo uno, ni para lo otro. Sólo tengo un problema que, creo, deberíamos plantearnos como sociedad y con altura de miras.

En ese sentido, me parece relevante preguntar por los límites que se le deben o no poner al arte. Más importante aún: debemos intentar entender qué nos quiere decir ese arte. Salvo que pensemos que el arte musical legítimo es sólo aquel que ocurre enclaustrado en los salones operáticos.

En cualquier caso, que “Peso Pluma” venga o no al Festival de Viña no tendrá mayor incidencia en su carrera. Si lo proscribimos hoy, vendrá mañana, como lo hizo Iron Maiden, y no sólo llenará el Teatro Caupolicán.

Pero sí tendrá incidencia para nosotros: nos privará de la posibilidad de confrontarnos directamente con una expresión artística de nuestro tiempo, que, aunque no nos guste o parezca inadecuada, deberíamos hacer un serio esfuerzo por comprender.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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