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Del progreso tecnológico a la involución social Opinión

Del progreso tecnológico a la involución social


Hay un paso, y creo que nos estamos acercando. Pareciera que ambos conceptos son inversamente proporcionales. Por eso vemos a chicos  de tercero medio hiperconectados, pero discriminando valiosa literatura chilena, por razones homofóbicas. Insólito.

Y por eso anoche tuve que escuchar mujeres de 30 años profesionales y exitosas, que tienen aspiradoras que limpian solas, máquinas que obedecen a la voz y autos último modelo, quejarse sobre #metoo y lo muy exagerado que es el feminismo, mientras otro hombre en el mismo grupo les tuvo que explicar por qué es necesario desafiar el límite para poder encontrar el equilibrio. Por eso el gobierno de Chile, que promete progreso, productividad y eficiencia, considera que la migración no es un Derecho Humano. ¡Pero cómo! Digo yo.

Si miramos la historia reciente en perspectiva, los cambios sociales han sido mínimos, sólo lo suficiente como para acallar a los que puedan estar hinchando mucho. Pero los cambios tecnológicos han sido espectaculares y cada vez más acelerados, no sólo beneficiando a los sistemas de producción, sino que también influyendo directamente en la dinámica social, muchas veces, de forma negativa.

Entonces, ¿por qué se mantiene el statu quo de un sistema que fomenta el individualismo, la intolerancia y la normalización de comportamientos sociales que no deberían ser normales?

La respuesta no es sólo la consecuente comodidad que entrega la tecnología, que parece facilitarnos todo, sino que la cada vez menos dedicación que le ponemos a nuestra convivencia. Las revoluciones no alcanzan realmente a evolucionar, y antes de alcanzar la maduración suficiente como para generar un cambio histórico, hay un retroceso notable. Y con «revolución» no me refiero sólo a la lucha armada y de clases, me refiero a las de orientación sexual, a las de la mujer, a las étnicas, a las de las capacidades diferentes.

Las personas somos impacientes y en su mayoría no toleran la incomodidad que genera el cambio. Todo lo desconocido y todo lo diferente da miedo, y para acostumbrarse a lo nuevo se requiere algo de voluntad y espera. Pocos están dispuestos, por eso es más fácil hacernos los lesos.

El sistema en el que vivimos nos invita a avanzar hacia lo que genere mayor rentabilidad, y por lo tanto, mayor eficiencia a toda escala, pero no vela por las relaciones sociales. Por eso la sensación en las sociedades de occidente es de avance y progreso, y aunque muchos no hayan alcanzado una satisfacción material, viven toda su vida pensando en lograrlo. Esa es la promesa, pero se le cumple a muy pocos.

La eficiencia y el aparente progreso no sólo nos están alejando de la esencia humana, también nos desconecta de sensaciones que son el pegamento de la sociedad, como la empatía, la armonía, o la tolerancia al entender que hay diferentes orientaciones sexuales; la afinidad con el proyecto del feminismo no sólo porque eres mujer, sino también por querer generar un espacio de más respeto entre todos; o la solidaridad de admitir que la migración sí es un Derecho Humano.

Parece que es más fácil pensar poco y convencernos de que así ha sido y así será siempre, ¿para qué esforzarse más de lo necesario en modificar nuestro comportamiento con el otro para originar mejores relaciones, si ya me alcanzó para comprar el departamento y el auto?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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