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De las tinieblas, la luz: hacia una república democrática para Chile Opinión

De las tinieblas, la luz: hacia una república democrática para Chile

Matías Iribarra
Por : Matías Iribarra Egresado de Derecho Universidad de Valparaíso
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Ya han pasado varios meses desde que se inició la pandemia en Chile, donde nuestro mundo se detuvo, o más bien, la economía dejó de andar al ritmo que acostumbraba, y la miseria desnudó su rostro de nombres y caras que en la vorágine del sistema se nos hacían invisibles. En este escenario hemos visto desde la represión al hambre, el individualismo inconsciente de quienes han incumplido de forma deliberada e innecesaria las cuarentenas o la inconsecuencia de las autoridades con las distintas políticas sanitarias. Y es sobre esto último, sobre lo cual pondría especial atención. Lo que ha sucedido con Piñera en la “escena” del funeral, es algo que me remonta a una frase que escuche a una compañera hace un tiempo en círculos sobre la nueva constitución; “en Chile el presidente es un Monarca”. Y por muy extraño o exagerado que nos suene, la verdad es que lo ocurrido en dicha “escena” dista mucho de un mero incumplimiento a las normas sanitarias, habla de un accionar político, de un actuar performático, de un personaje.

En Chile tenemos un sistema presidencialista, el cual, como todo sistema de esta índole, concentra ciertas facultades en la figura del presidente y el poder ejecutivo. Por dar algunos ejemplos, toda iniciativa legislativa que tenga que ver con materias presupuestarias son del Presidente de la República, las facultades de veto y urgencia a proyectos de ley o la facultad de conceder indultos. Por otro lado, en Chile existe un Estado de derecho, lo cual nos significa por lo menos la separación de poderes del Estado y una constitución con un catálogo de garantías fundamentales. Tanto el presidencialismo como el Estado de Derecho coexisten limitando el accionar de cada poder del Estado y fiscalizando el accionar en el marco de las garantías que el mismo sistema se impone. Sin embargo, desde octubre de 2019 hemos podido apreciar que Piñera actúa cada vez más como si reinara en una monarquía en lugar de una república democrática, es decir, concentrando cada vez más poderes para el cumplimiento de sus caprichos u objetivos políticos. Ejemplo de esto son los estados de excepción que se han normalizado post octubre, los discursos de guerra en el estallido social, la afrenta de sentarse en una desolada plaza de la dignidad, la ley de inteligencia, la represión brutal en el estallido social y en pandemia, la actitud en la “escena” antes descrita, o el llamado a conformar una comisión para intervenir al congreso. Haciendo un símil con los antiguos monarcas, su poder se justifica en una legitimidad sacra; las elecciones de 2018, y donde este poder inmenso otorgado por un soberano que en realidad no es tal (el pueblo), aceptamos que es nuestro presidente, con todas las facultades que eso involucra, porque esas son las reglas de nuestra democracia. Lo cual no es descabellado ni está mal. Sin embargo ¿Qué pasa cuando la gestión del gobierno en pandemia es tan deliberadamente deficiente?

 

Un genocidio es el exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos. Dos meses atrás creí que era exagerado hablar en esos términos, hoy ver gente en Rodelillo robando comida, peleando por comida, protección a las grandes empresas en desmedro de los trabajadores, corrientes ideológicas del sector político del gobierno llamando a hipotecar las casas en lugar retirar los fondos de las AFP, la desigual aplicación de la ley sobre quienes rompen la cuarentena, gente con salud de pobres muriendo una vez más en las puertas de los hospitales, da para hablar de esto: en Chile el Estado te deja morir en negligencia por ser pobre. Y como la línea de la pobreza es tramposa, vivimos en función de créditos y la acumulación del 1% más rico es una realidad, la mayoría sí somos pobres, unos con más miserias que otros. Entonces ¿Qué pasa si esta deliberada negligencia del Gobierno en la gestión de la crisis de un Presidente sin legitimidad política y económica, solo formal en relación las pasadas elecciones, nos lleva a la masacre más grande en 200 años de república?

 

Mucho hemos hablado del miedo a volver a un Estado en que los militares retornen a las calles y que nuestra vida pública y derechos se vean constreñidos por un régimen autoritario que destruya la República democrática en la que habitamos, y para acallar este miedo hemos creado y creído nuestros cuentos. La élite política ha construido un consenso, al desvincular a la gente del poder y la soberanía, de mantener una paz social “estable”, y continuar con un régimen presidencialista amparado en una Constitución ilegítima democráticamente. Y al final, para cuando nos dimos cuenta, los militares ya están en las calles, nuestros derechos ya han sido innumerablemente limitados, y no solo por la actual coyuntura, sino que de manera sistemática durante años. Y en todo este miedo, sin una comunidad internacional relevante que nos ampare, con las fuerzas del orden a fuera de nuestras puertas desatadas y el caos en las poblaciones sin referencias de esperanza, la sensación de naufragio es más patente que nunca. Y en ese caos, nos sentimos perdidos, porque nos acostumbramos a navegar en el orden, en su orden.

 

Y es que ese orden histórico – el del garrote -, no es una anomalía, la anomalía es la democracia misma, que a la vez, es la meta innovadora y el desafío. Pues solo 60 años puros podríamos hablar de esta, el resto son minutos recortados por metrallas y tanques, siendo nuestro tiempo sólo una anécdota en milenios de autoritarismos y monarquías. A raíz de esto es que creo esencial estar más juntas y juntos que nunca – lo cual es paradójico, considerando la distancia social – , y ojo, no me refiero a esa unidad vacía y bonita del consenso, me refiero al cuidarnos en las comunidades o los lugares que habitamos en los diversos ámbitos de nuestro desarrollo como individuos, entiendo ser parte de esa sociedad que a ratos nos parece distante, ocupando así las experiencias comunes para pensar cómo cambiar las cosas en el nuevo ciclo rudo y raudo que se abre paso de golpe. Pero lo primero será sobrevivirlo, y en ese tránsito la organización será razón de vivir o morir, reconfigurando necesariamente nuestras formas en la humilde construcción desde el amor, poniendo en tensión la creatividad en cuanto a la gestión de lo común. Estamos en el claroscuro de Gramsci, donde el viejo mundo cae y el nuevo tarda en aparecer, es ahora donde vienen los monstruos y cuesta más que nunca apuntar la brújula.

 

En esa línea, la lucha por la democracia o por la idea de una república democrática para Chile  es fundamental, y a la vez, alejarnos de esa idea o forma de actuar tan poco sincera que es el “republicanismo”, una verdadera ideología que mantiene a las fuerzas transformadoras estáticas, mientras que quienes profundizan la explotación y la corrupción, violan sin medida la democracia profundizando la fragmentación de la sociedad. Debemos hacer el ejercicio de creer que sólo un Estado con la debida separación de poderes, con derechos fundamentales garantizados para vivir y con una constitución legítimamente construida, es el escenario donde debatir las transformaciones. Por que si nos hemos dado cuenta de algo estos últimos meses, es que en Chile no estábamos tan bien como creíamos, que los números distaban de la realidad y que nuestra democracia es frágil y de baja intensidad.

A ratos, el presente nos puede parecer desesperanzador. Desde un medioambiente que se agota día a día, con un reloj menos caprichoso que aquel que pregonaba en antaño la guerra nuclear, hasta los coqueteos de ciertos Estados con iniciar una segunda guerra fría, sin embargo, a mi madre una vez le dijeron de niña, cuestionando su ansiedad en los años 70’ por ver cambios sociales radicales; “recuerda que la humanidad vivió milenios de esclavitud, siglos de feudalismo, para que a ti te toque la fortuna de ver ese socialismo prometido”. De nosotros depende cambiar la historia para el futuro, y quizás, en esta hora tan oscura, ad portas de un plebiscito que viene y va, hablar en serio de democracia sea el principio de las transformaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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