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Dos formas de fracasar Opinión

Dos formas de fracasar

Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Miembro de la Convención Constituyente.
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El fracaso de 154 convencionales sería también el de un país que, consultado acerca de si quería o no una nueva Constitución, se pronunció en un 80% por la afirmativa, aunque –y cuidando bien las palabras– ese fracaso de la Convención constituiría no propiamente un fracaso para el país, pero sí una profunda frustración de este. Fracaso de la Convención, decepción para el país, y búsqueda de un nuevo acuerdo institucional para reemplazar a una Constitución que, si bien vigente, está ya desahuciada: la de 1980. Eso es lo que tendríamos.


La Convención Constitucional tiene dos maneras de fracasar: no cumplir con su objetivo, esto es, no entregar antes del 5 de julio del presente año una propuesta de nueva Constitución al país, y que, una vez presentada dicha propuesta en tiempo y forma, la ciudadanía la rechazara, o sea, que en el plebiscito del 4 de septiembre fuera esa la alternativa vencedora en vez de su aprobación.

Es ya un hecho que la primera de tales maneras de fracasar no va a concretarse y que la Convención, mediante el trabajo que le resta en cuanto a aprobación de normas y de un eficaz funcionamiento de sus comisiones de armonización, normas transitorias y preámbulo muy próximas a formarsehará entrega al Presidente de la República de un texto de nueva Constitución que podrá ser sometido a plebiscito. Sin embargo, la segunda manera de fracasar permanece aún viva, tan viva como que una parte importante del país ha empezado a tomar partido anticipado ante la alternativa de aprobar o rechazar el texto.

A veces simpatizamos con los perdedores, con los que fracasan, pero este no sería el caso. Todos estaríamos más que ruborizados, partiendo por los propios constituyentes, si el proceso no llegara a su fin el 4 de julio y no dispusiéramos del texto pedido a la Convención y que esta se comprometió a entregar, y lo mismo acontecería, llegado el caso, si el texto presentado fuera rechazado en el plebiscito. Ni en uno ni en otro caso valdría la excusa que dio el escritor norteamericano F. Scott Fitzgerald cuando, al ser comparado con Hemingway, dijo esta frase memorable: “Él tiene la dignidad que da el éxito; yo, la que otorga el fracaso”.

En efecto, así como no habría existido la más mínima dignidad en fracasar por la falta de cumplimiento del objetivo de la Convención, tampoco la habrá, en absoluto, en la eventualidad de que el texto fuera rechazado por la mayoría de los ciudadanos. Y todo eso con el siguiente alcance: el fracaso de 154 convencionales sería también el de un país que, consultado acerca de si quería o no una nueva Constitución, se pronunció en un 80% por la afirmativa, aunque y cuidando bien las palabras ese fracaso de la Convención constituiría no propiamente un fracaso para el país, pero sí una profunda frustración de este. Fracaso de la Convención, decepción para el país, y búsqueda de un nuevo acuerdo institucional para reemplazar a una Constitución que, si bien vigente, está ya desahuciada: la de 1980. Eso es lo que tendríamos.

[cita tipo=»destaque»]Ha sido un grave error no tener una Secretaría Técnica lo suficientemente robusta y activa como para haber iniciado ya, desde ahora, un trabajo previo a la instalación de las comisiones de Armonización y de Normas Transitorias.[/cita]

Por supuesto que hay un pequeño grupo de convencionales que se frota las manos ante ese eventual escenario, mientras que otro grupo, igualmente minoritario, amenaza con el caos político y social. Con su actitud, el primero de los grupos daña su propia dignidad como constituyentes, mientras que el segundo no lo hace mejor al pretender ensayar, o cuando menos anunciar, una vía insurreccional que, de producirse, desestabilizaría al gobierno que representa a ese mismo segundo grupo.

¿Cómo pedir responsabilidad en este momento, partiendo por uno mismo, a 154 constituyentes que con inquietante frecuencia se muestran fuera de sí y protagonizan un constante y escandaloso ping-moral, con cruzadas descalificaciones en el terreno de la ética, y en el que, de manera muy infantil, los infractores son siempre los rivales en ideas y nunca los que participan de los mismos planteamientos que esgrimen los acusadores?

Atenta sobre todo a las normas que se van aprobando, la ciudadanía se fija también en eso, como lo hace igualmente en los chillidos, carreras, anticipados palmoteos y golpes sobre el mobiliario de la Convención de algunos constituyentes que están en el hemiciclo, mientras la mesa se limita a unos tímidos y casi inaudibles pedidos de “orden en la sala”, salvo cuando hace pocos días Gaspar Domínguez, vicepresidente de la mesa directiva, con toda razón nos comparó con un curso de colegio.

Viene ahora el trabajo de las tres nuevas comisiones aludidas al inicio de esta columna. La más política de todas –la de Normas Transitorias será también la más importante. Viene luego la de Armonización, con muy limitadas facultades, y, finalmente, la de Preámbulo, cuyo cometido es acordar un texto breve y claro acerca del contexto en que surge la propuesta de nueva Constitución y las expectativas que se cifran en esta.

Esas tres comisiones dispondrán de muy poco tiempo para su tarea y existe el riesgo de que cada una se transforme en una miniconvención y el de que puedan entrar en gallitos con el Pleno que tendrá que aprobar los resultados del trabajo de ellas. Ha sido un grave error no tener una Secretaría Técnica lo suficientemente robusta y activa como para haber iniciado ya, desde ahora, un trabajo previo a la instalación de las comisiones de Armonización y de Normas Transitorias. Un trabajo previo, a cargo de especialistas, habría facilitado mucho las cosas para dos comisiones que dispondrán de muy escaso tiempo.

Buena disposición, o, para ser francos, una mucha mejor disposición de la que los convencionales hemos mostrado hasta ahora, se va a necesitar al interior de esas tres comisiones y, desde luego, en el Pleno que se pronunciará sobre sus respectivos informes. Una buena disposición que en buena parte pasa por bajar los egos de constituyentes que están o se sienten en posición de pastorear a los demás.

¿La tendremos? ¿Tendremos los convencionales esa mejor disposición?

Estamos obligados a tenerla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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