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Los otros, ¿el mismo? Opinión

Los otros, ¿el mismo?

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
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Visto desde estos tiempos en que está tan de moda la “autoficción”, o sea la pretensión de elevar la propia vida, la propia única vida, a la categoría de ficción literaria, el credo de Pessoa (“lo que hace falta es que cada uno se multiplique por si mismo”) puede parecernos aberrante, cuando no simplemente demente. La pregunta es: ¿alcanza la banal aventura de uno mismo para decir algo sobre el mundo? A menos que uno se considere el personaje de la ficción que está escribiendo otro, pero aún así, ¿será suficiente, será pertinente, la propia banalidad le dirá algo a alguien?


Hay una frase de Fernando Pessoa que me parece contener la mejor definición de lo que mueve a un escritor: “Busco, no encuentro – Quiero y no puedo”, escribe en el Libro del desasosiego. Esa búsqueda angustiante y muchas veces “errática”, porque como dice Gérard Genette “el que busca encuentra… lo que no buscaba”, en nuestra América hispánica la expresó César Vallejo en un par de versos célebres: “Quiero escribir, pero me sale espuma / Quiero decir muchísimo y me atollo” y antes que el peruano, Rubén Darío: “Cuando quiero llorar no lloro/ Y a veces lloro sin querer”. ¿Qué busca un escritor? ¿Qué “quiere” un escritor?  Estas preguntas remiten a otra, mucho más esencial: ¿qué se es cuando se es escritor? Rimbaud, que a los quince años fue “el niño genio” de la poesía francesa y a los veintisiete vendía baratijas en los confines del desierto etíope, fue el primero en dinamitar la presunta certeza que se esconde tras la noción de Autor: “Yo es otro”. Ahí late Heráclito “El oscuro”: “Inmortales mortales, mortales inmortales; viviendo la muerte de aquellos, muriendo la vida de estos” y, como dicen los españoles, el rizo está rizado: de la Grecia clásica a Freud y a Lacan, pasando por Rimbaud. Pero, ojo, falta Pessoa, que en su Lisboa natal, a comienzos del siglo XX, escribía: “No sé quién soy, qué alma tengo. Cuando hablo con sinceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy empecinadamente el Otro de un Yo que no sé si existe”. Pessoa inventó setenta y dos heterónimos, setenta y dos escritores con unas biografías, unas estéticas y unas escrituras propias. Incluso creó a su propio psiquiatra, el doctor Faustino Antunes, quien escribió a sus profesores y compañeros de colegio diciéndoles que Pessoa padecía de graves alteraciones mentales y peguntándoles cómo se comportaba en sus años de escolar. Aunque Fernando Pessoa publicó un solo poemario en vida, sus “otros” -Bernardo Soares, Ricardo Reis, Alvaro de Campos, Alberto Caeiro, entre los más connotados- fueron prolíficos poetas, ensayistas, autores de novelas policiales y hasta traductores al inglés de los otros heterónimos, cultivaron estéticas contrapuestas (futuristas, románticas, neoclásicas) e incluso se criticaron acerbamente entre sí en la prensa de la época. “Así, publicaré, bajo nombres distintos, varias obras de diferentes géneros que se contradecirán entre sí. Obedezco a una necesidad de dramaturgo y a un deber social. Seré yo mismo toda una literatura”, escribe en 1915.  Este “deber social” es lo contrario del “deber social” que Balzac perseguía. Los más de cuatro mil personajes que pueblan La comedia humana estaban destinados a describir, según Balzac, el conjunto de la sociedad de su época. Pessoa, en cambio, crea setenta y dos escritores. Allí donde Balzac despliega personajes, Pessoa multiplica personas (no por nada en portugués Pessoa significa “persona”).

Visto desde estos tiempos en que está tan de moda la “autoficción”, o sea la pretensión de elevar la propia vida, la propia única vida, a la categoría de ficción literaria, el credo de Pessoa (“lo que hace falta es que cada uno se multiplique por si mismo”) puede parecernos aberrante, cuando no simplemente demente. La pregunta es: ¿alcanza la banal aventura de uno mismo para decir algo sobre el mundo? A menos que uno se considere el personaje de la ficción que está escribiendo otro, pero aún así, ¿será suficiente, será pertinente, la propia banalidad le dirá algo a alguien? Lo que Pessoa supo mejor que nadie es que el escritor se instala en la duda, no en la certeza, y la duda más radical es la que atañe a la propia identidad. Un escritor es muchas cosas, salvo él mismo. Cervantes, que eligió pasarle la autoría de El Quijote a Cide Hamete Benengeli, y a su traductor y al amigo que le escribe el prólogo, ya lo sabía. Como lo sabían algunos “chilenos profundos”, como sacados de la estación de Chillán: Nicanor Parra, Raúl Ruiz, Enrique Lihn, Roberto Matta… ellos también lo sabían….

El pobre Chile se quema y uno escribiendo sobre literatura. Diría, con Gonzalo Rojas: “Yo, pecador, me confieso a Dios”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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