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Fuego y sangre en Tierra Santa Opinión EFE

Fuego y sangre en Tierra Santa

Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Es innegable que la seguridad e inteligencia israelí fracasaron rotundamente en anticipar este escenario. Para un país que tiene uno de los sistemas de inteligencia más sofisticados del mundo, lo acontecido es de la mayor gravedad y necesariamente deberá impulsar una profunda revisión de lo que se ha estado haciendo y generar las transformaciones necesarias. Por sus características, reducida superficie y, por lo tanto, profundidad estratégica, la defensa israelí y su éxito descansan en buena medida en poder anticipar cualquier ataque.


Mientras escribo esta columna, los acontecimientos están en pleno desarrollo. Llueven las bombas y las balas entre las tropas israelíes y los combatientes de Hamás en la Franja de Gaza, con su reguero de muertes y destrucción.

Hasta hace muy poco, la prensa internacional aludía al cambio de dinámica en el Medio Oriente, zona tradicionalmente convulsa y propensa a los conflictos bélicos con alcances extrarregionales. En esa línea destaca la “reconciliación” entre dos tradicionales rivales, Arabia Saudita e Irán, lo que repercutió inmediatamente en las hostilidades que ambos apoyaban desde veredas distintas (Yemen y Siria), disminuyendo notoriamente los enfrentamientos y acercando a la mesa de negociación a los combatientes. También el Tratado de Abraham, impulsado por Estados Unidos y que estableció el reconocimiento de Israel y las relaciones diplomáticas entre Israel, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos, con acuerdos comerciales y la apertura recíproca al turismo y los negocios, parecía estar cambiando la dinámica regional, avanzando hacia un contexto más pacífico y estable, incluyendo el espinudo y volátil problema del estatus de Tierra Santa.

Pero, lamentablemente, donde fuego hubo, brasas quedan, como dice el aforismo, y las llamas vuelven a brotar entre Israel y Palestina.

En forma dramática y sorpresiva, Hamás, movimiento radical islámico palestino que controla con mano de hierro la Franja de Gaza y que es considerado como un movimiento terrorista por una gran mayoría de los países (al menos en su variable militar), realizó un ataque combinado al Sur y centro de Israel, con un lanzamiento masivo de cohetes y la incursión de contingentes en territorio israelí, combatiendo en diversos poblados fronterizos y capturando a civiles y militares.

La incursión y oportunidad parecen haber tomado totalmente por sorpresa a los israelíes y además en una fecha cargada de simbolismo, tanto en el aspecto religioso como histórico. El ataque se lanzó en el contexto de la mayor celebración religiosa judía, el Yom Kippur o Día de la Expiación, repitiendo lo que ocurrió hace 50 años, en 1973, cuando una alianza de países árabes atacó inesperadamente a Israel en esa fecha, obteniendo inicialmente victorias.

Por lo tanto, la elección de la fecha no es casual. Hamás aprovechó el momento más descuidado de la defensa israelí y, además, aparece conectando con un episodio anterior de unidad árabe, que tuvo posibilidades de éxito total. Esto, desde el punto de vista político quedará indeleblemente grabado en la memoria popular palestina y árabe, lo que es útil para el propósito permanente de Hamas de generar un levantamiento general palestino de la mano de una invasión de los países árabes.

Sin perjuicio de estar los acontecimientos en pleno desarrollo, ya es posible hacer algunos comentarios y análisis y tirar líneas sobre lo que puede suceder a continuación.

En primer lugar, es innegable que la seguridad e inteligencia israelí fracasaron rotundamente en anticipar este escenario. Para un país que tiene uno de los sistemas de inteligencia más sofisticados del mundo, lo acontecido es de la mayor gravedad y necesariamente deberá impulsar una profunda revisión de lo que se ha estado haciendo y generar las transformaciones necesarias. Por sus características, reducida superficie y, por lo tanto, profundidad estratégica, la defensa israelí y su éxito descansan en buena medida en poder anticipar cualquier ataque.

La operación en curso por parte de Hamas requirió sin duda extensos preparativos en tiempo y material, los que se mantuvieron en el más absoluto secreto. Esto es notable no solamente porque los israelíes no lo detectaron, sino porque tampoco se filtró internamente en Gaza, donde muchas veces la pugna entre facciones ha generado brechas informativas.

Hay que decir que la Franja de Gaza se ha convertido en una suerte de gran prisión de 360 km2, con límites prácticamente sellados con Israel y Egipto y dos millones de palestinos. Sus habitantes viven mayoritariamente de la ayuda externa, sin casi expectativas y sin poder salir de ahí, salvo a cuentagotas. Esta cuasirreclusión se endureció desde que Hamás tomó el control de la Autoridad Palestina.

Recurrentemente estallan episodios de violencia entre las partes, la que se manifiesta generalmente en ataques o atentados de Hamás en territorio de Israel o controlado por este, lo que es seguido por represalias israelíes, normalmente con bombardeos aéreos y terrestres. En otras oportunidades ataques selectivos israelíes contra líderes o instalaciones de Hamás derivan en lanzamiento de cohetes u otras represalias por parte de este grupo.

Desde el punto de vista militar israelí, la Franja de Gaza y Hamás son una espina clavada en su costado, herida que cada cierto tiempo supura. Para muchos palestinos, Hamás representa la defensa inclaudicable de su causa de reconstruir un Estado pasando por la total destrucción de Israel.

Siempre desde la perspectiva militar, pero también política, a Israel no le conviene invadir y controlar la Franja de Gaza. Hacerlo implicaría un amplio despliegue militar, con un alto costo humano y repercusiones globales que inflamarían probable y nuevamente a la región. Peor alternativa es retener el control con tropas in situ. El territorio, densamente poblado (más de 5.000 personas por km2) y construido, es un verdadero laberinto de túneles, por donde las fuerzas de Hamas podrían esconderse y trasladarse de un lado para otro con ataques sorpresas.

A eso se sumaría el estar entre dos millones de habitantes cuya desesperación puede llevarlos a un levantamiento masivo o al menos a apoyar intensamente a la resistencia. Además, Israel tendría que asumir la tarea de gestionar el gobierno local y asegurar un mínimo nivel de bienestar para esta gran población.

Por eso, y a falta de un amplio acuerdo político o al total desmantelamiento de Hamás (ambas posibilidades son remotas), persistirá el problema de seguridad con enfrentamientos cada cierto tiempo, los que cobrarán más vida y destrucción, atizando un mayor odio. El ojo por ojo y diente por diente dejará a más tuertos, ciegos y desdentados, sin cambiar nada.

En segundo término, ha ocurrido algo que muchos venían advirtiendo en términos genéricos, incluyendo al propio presidente de Israel: la polarización a la que ha estado sometida el país bajo el gobierno de Netanyahu –el cual, con el apoyo de los partidos religiosos y de ultraderecha judíos, ha estado empeñado en rediseñar el sistema político israelí– abre un escenario de inseguridad desde lo doméstico. Siendo la comunidad judía la mayoritaria, su unidad ha sido fundamental para la exitosa defensa del país, su desarrollo y democracia. Pero su amarga división actual favorece y alienta intentos internos y externos por destruir a Israel. En esa línea, el ataque de Hamás vendría a ser una profecía cumplida.

¿Qué es posible esperar a continuación?

Cómo en todo conflicto, se sabe cuando empieza, pero no cuando termina. Esto es más complejo en una zona donde todo es mucho más volátil. Previsiblemente Israel castigará muy fuerte a la Franja de Gaza, lo que elevará la cantidad de víctimas. Estas acciones, que incluyen el llamado de los reservistas, pueden impulsar una espiral mucho más mortífera.

La situación también se ha complicado porque los efectivos de Hamás han tomado de rehenes a numerosos civiles y militares israelíes, los que parecen haber sido llevados a Gaza. Anteriores experiencias indican que, ocurrido aquello, su rescate es casi imposible, lo que instalará una negociación, alargando el clima de guerra y sus repercusiones políticas, especialmente en Israel.

El primer ministro Netanyahu se ha dirigido al país diciendo que están en guerra, mientras los principales líderes del mundo condenan la acción de Hamás y llaman a la contención de las partes, considerando que las víctimas principales son civiles.

Otra consecuencia posible es que, en reacción a la agresión de Hamás y el clima bélico instalado, la mayoría de la población de Israel apoye una solución militar respecto de los palestinos y directa o indirectamente favorezca la permanencia del gobierno de Netanyahu y sus planes en desmedro de la democracia. Más allá de eventuales victorias tácticas, el problema no resuelto de la coexistencia de dos Estados en Tierra Santa persistirá y cualquier tregua no será más que un interludio entre enfrentamientos cada vez peores.

La comunidad internacional debe condenar esta agresión totalmente injustificada de Hamás, pero no debe perder de vista que hay un problema subyacente que, mientras persista, lamentablemente seguirá generando episodios de violencia.

En el fragor del momento sigue retumbando la pregunta de Dios: “¿Caín, donde está tu hermano Abel?”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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