Publicidad
El funeral de un Presidente Opinión

El funeral de un Presidente

Los jóvenes nacidos en los 90 debiéramos tomar el ejemplo de lo visto en el excongreso nacional, quienes dejaron de lado conflictos menores para honrar valores republicanos y cultivar la fraternidad, quizás así, seamos capaces de vivir en democracia por muchos años más.


Quienes nacimos en la década de los 90, nos forjamos por el fuego de la democracia, marcados por un horizonte vital que difiere al de nuestros padres. Tuvimos una suerte distinta, nuestra memoria se construyó con el lujo del sufragio universal y las elecciones populares. Primero al ir de la mano con nuestras familias, y después, al ser capaces de poder votar, privilegio que muchas veces decidimos no aprovechar por decisión personal.

Durante la madurez de nuestra generación, albergamos una efímera percepción de aquellos que fueron investidos con la dignidad de la presidencia. Difícilmente podríamos haber tenido un acercamiento a figuras tan relevantes como el expresidente Patricio Aylwin, Eduardo Frei o Ricardo Lagos, pues constituyen la memoria de los que estuvieron antes. No vivimos políticamente los primeros gobiernos de la aclamada Concertación, sino que las grandes virtudes y pocas flaquezas de su administración.

La trayectoria de estos presidentes se nos heredó como un relato contado por quienes vivieron las complejidades de la época: distancia que quizás explica por qué muchos jóvenes se convencieron tan fácilmente de la crítica a los 30 años. Los nuestros, con seguridad, comenzaron a tener conciencia de lo político a lo largo del primer gobierno de la expresidenta Michelle Bachelet, pero solo con la figura de Sebastián Piñera se produjo la materialización de dicha comprensión. Esto debido a que la elección presidencial del 2009-2010, sería la primera vez en que los nacidos en los 90 tendríamos la posibilidad de votar por un Presidente de la República. 

No es primera vez que vivimos el fallecimiento de un expresidente, pero en esta ocasión hay una diferencia a lo vivido durante el año 2016, dado que responde a un suceso que está arraigado de manera directa con nuestra generación. El legado del expresidente Sebastián Piñera no es un relato al cual nos aproximamos desde la historia, pues estamos inmersos en él —la aproximación distante será para los que vienen mañana—. De allí le sigue que los honores de Estado presentados en su memoria no nos puedan ser ajenos o indiferentes.

Parte de esta juventud creyó en un discurso donde habitábamos en el país del descontento y no en el país donde presidentes con ideas opuestas, conviven y se traspasan la banda presidencial con un gran respeto de nuestra institucionalidad. Adela Cortina, una renombrada filósofa peninsular que es conocida por acuñar el concepto de “aporofobia”, nos visitó el año pasado mientras transitábamos el segundo proceso constituyente. En dicha ocasión nos dio un consejo clave, nos conminó a que cultivemos la amistad cívica, lo que no es otra cosa que la fraternidad en su dimensión ciudadana, la asociación en la búsqueda del bien común.

Con la partida del expresidente Piñera, hemos presenciado a adversarios políticos tratándose con respeto. Nuestros líderes han dejado las cuestiones pequeñas para rescatar aquello que muchos jóvenes ignorábamos detrás de cada cambio presidencial y que es más grande que nosotros: La República. Quizás puede, con algo de razón, considerarse como una hipocresía, quienes despotricaron ahora aluden a la buena convivencia. No obstante, también puede tomarse como una posibilidad de enmendar el rumbo para cultivar una sana convivencia. La polarización, la rabia y la anomia, características que son propias de la juventud, pueden aminorarse si somos conscientes de que existe un bien superior. Quizá también puede ayudarnos a forjar un sentido y dotarnos de una identidad común, escasa en nuestros días. 

Sebastián Piñera le entregó la presidencia a quien  lo trató como violador de derechos humanos, de una manera respetuosa y con una llamada que implícitamente reconocía un perdón, inspirado por la prudencia de su experiencia: “la historia nos ha enseñado que cuando recorremos los caminos de la unidad, la paz, el diálogo, la colaboración y los acuerdos, a Chile y a los chilenos les va bien. Cuando nos dividimos en guerras fratricidas entre nosotros mismos las cosas siempre terminan mal”.

El presidente Boric dio cuenta de esta misma virtud al reconocer que como sector actuaron más allá de lo justo y razonable frente al expresidente, con honras transversales a lo que fue su democrática trayectoria que injustamente le negaron. Quizás los jóvenes debemos tomar el ejemplo de lo visto en el excongreso nacional, quienes dejaron de lado conflictos menores para honrar valores republicanos y cultivar la fraternidad, quizás así, seamos capaces de vivir en democracia por muchos años más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias