¿Se acentuará la presión de los estados exportadores sobre la Administración con el fin de “regularizar” el impasse comercial?
La guerra comercial chino-estadounidense tiene facetas diversas y adquiere especial relevancia ahora con una nueva elección presidencial ad portas en Estados Unidos y con un posible ganador como Donald Trump, quien iniciara las “tensiones” unos 7 años atrás. Y ahora también, porque nos lo recordó “en vivo y en directo”, al llegar este conflicto a las puertas de casa con el anuncio del cierre de Huachipato, debido a la imposibilidad de competir con las exportaciones “non santas” de acero chino. ¿Qué nos pasa? Para variar, seguimos llegando tarde y parece que recién nos enteramos del impacto del comercio con China y del conflicto generado a partir de las exportaciones de acero chino, a pesar del gran número de países que hoy aplican sanciones a ese país.
Al anuncio de restricciones a las importaciones de aluminio y acero chino en EE.UU., los primeros días de abril de 2018, le siguieron nuevas sanciones cuando el U.S. Trade Representative (USTR) publicó una lista inicial de más de 1.300 productos que serían afectados. China respondió pocos días después con su propio listado de cerca de 110 productos que recibirían una tarifa adicional, incluyendo las ventas de soya, el producto “estrella” exportado por EE.UU. a China en ese momento. En mayo de ese año, China canceló las órdenes de compra de soya desde Estados Unidos, las que solo serían retomadas tiempo después.
En el transcurso de los últimos años, las sanciones estadounidenses fueron repetidas o “emuladas” por otros países de la OECD y seguidas por restricciones a la exportación de “tecnologías críticas” avanzadas con posible impacto en la “seguridad nacional”. Se acentuó el conflicto por las acusaciones de “incumplimiento” por parte de China de sus diversas obligaciones por derechos de propiedad intelectual, acusaciones a las que se sumaba la “exportación” de productos falsificados.
Además, recientemente se introdujeron medidas para contrarrestar las crecientes exportaciones de automóviles de origen chino (El Economista, Reuters, 9 de enero de 2024), que han sido “acompañadas” por repetidas quejas y el temor de algunos sectores, debido al creciente control chino de la logística comercial global a través del manejo de puertos críticos (Foreign Affairs, 22 de mayo, 2023) y de la construcción naviera, así como de la dependencia en el manejo de carga pesada en diversos puertos estadounidenses, a partir del uso de grúas manufacturadas en China (The Wall Street Journal, 5 de marzo, 2023).
Es claro que la guerra comercial chino-estadounidense tiene numerosas facetas, por el gran número de productos que alternativamente incorpora o va dejando de lado, pero, claramente, ya tiene impactos de alcances globales, y adquiere especial relevancia ahora, con la posible “reelección” de Donald Trump. Sin embargo, para los EE.UU., lo más relevante serán sus efectos en el comercio agrícola y alimentario, por el impacto que tiene en muchos estados y estos, a su vez, en la política del país, y en las próximas elecciones. Por décadas, Estados Unidos ha sido el mayor país exportador agroalimentario del globo, solo sobrepasado –como grupo– por la Unión Europea. EE.UU. continúa liderando el comercio agrícola y alimentario a nivel global y, más allá de diversas dificultades en el “frente interno”, le han salido al paso nuevos competidores e internacionalmente también enfrenta escollos en numerosos frentes.
El valor de las exportaciones agrícolas y alimentarias de USA se triplicó en los últimos 20 años, subiendo de cerca de 62.000 millones de dólares en 2004, a un promedio de 181.187 millones de dólares durante el período de 2021-2023, y a un récord de ventas de 192,555 millones de dólares en 2022, pero enfrentando grandes desafíos.
Décadas atrás perdió parte importante del mercado europeo, primero con la formación de la UE y luego su expansión, pero pudo desarrollar agresivamente los mercados de México y Canadá, primero a través del NAFTA y, luego, su sucesor CUSMA / USMCA. También buscó nuevos mercados, primero con lucrativos contratos con la antigua Unión Soviética (que luego perdió por el boicot a las Olimpiadas) y luego los mercados de Asia, donde ha debido competir con sus proveedores tradicionales, como la UE, Australia y Nueva Zelanda, y más recientemente China y Brasil. Sus principales mercados en Asia son países como Japón, Corea, Taiwán y Hong Kong, y más tarde China, cuando esta completara las negociaciones para su ingreso a la OMC.
Hoy, los principales mercados para las exportaciones agroalimentarias estadounidenses son, por lejos, Canadá, México, China y Japón, que durante el período 2021-2023 representaron el 57% de las ventas de Estados Unidos. Los mercados de Canadá y México crecieron sobre la base del acuerdo comercial trilateral en América del Norte. A su vez, en el caso de China, una vez finalizadas las negociaciones de acceso a la OMC, dicho país se abre al comercio con Occidente y las exportaciones agroalimentarias de los EE.UU. crecen explosivamente “arrastradas” por las reformas económicas internas y los cambios en los hábitos de consumo de la población china, desde unos 3.000 millones de dólares, en los primeros años del siglo XXI, para alcanzar un récord de casi 35.600 millones de dólares en 2022. Todo ello, sin embargo, plagado de incertidumbre, amenazas y barreras comerciales.
La estrategia de seguridad nacional delineada por Jake Sullivan y su clara articulación con el comercio internacional –que en Asia se expresan en la creación y puesta en marcha de la “Indo-Pacific Economic Framework for Prosperity”– identifica a China como una amenaza potencial (Ver: El Mostrador, 10 de junio, 2023).
Esta percepción del “rol” de China en la geopolítica y el proceso de globalización, “deja al desnudo” un serio dilema en la actual Administración, pues, aunque el comercio agroalimentario representa una parte menor de las exportaciones totales de EE.UU. al mundo (poco menos de 10%), China es un gran importador de productos agroalimentarios desde Estados Unidos. De hecho, esos productos representan una parte importante de las exportaciones a China (el 21% en 2020-2023) y están centradas en solo tres productos: oleaginosas, cereales y carnes (84%). Y acá existe gran incertidumbre.
Considerando que hay varios estados que tienen un gran interés comercial en China y que preferirían “normalizar” –o al menos “regular” con mayor claridad– las relaciones comerciales con China, cabe preguntarse cuál será el “comportamiento” de esos estados en las próximas elecciones. Las sanciones a China claramente estarán en la balanza. Los “estados claves” que deberán ganar –tanto el presidente Biden si desea continuar al mando, como Donald Trump para regresar a la Casa Blanca– son importantes exportadores a China, en especial de productos agroalimentarios. Está claro que Biden no disminuirá la “presión” sobre China, y si Trump triunfara en noviembre, muy probablemente las sanciones se acentuarán.
Así, las ventas de oleaginosas y de carnes a China tendrán un importante rol que jugar, pues los granjeros que ya están perdiendo mercados de exportación frente a Brasil, no querrán “repetirse” la crisis económica y social que generó el boicot estadounidense a los Juegos Olímpicos realizados en la URSS (“Biden o Trump: ¿a quién prefiere China?”, DW, 5 de marzo, 2024; “Esto es lo que Trump planea imponer como agenda comercial, si gana las elecciones”, New York Times, 29 de diciembre, 2023).
Parece útil recordar que, dos décadas atrás, EE.UU. contribuía con el grueso de las exportaciones de carnes a China, superando por lejos a Brasil, pero ello se revirtió la década recién pasada y Brasil dobló con creces las exportaciones cárnicas estadounidenses. Durante el 2022, Brasil exportó más de 10.100 millones dólares, comparados con solo 4.040 millones de dólares de Estados Unidos. Igualmente, las importaciones chinas de oleaginosas tuvieron un crecimiento explosivo y, durante el período 2020-2022, Brasil realizó envíos de alrededor de 31.780 mil millones de dólares, doblando las exportaciones de los EE.UU. que, a comienzos del siglo XXI, abastecían a cerca del 40-50% de la demanda de China.
Parecería que en este “conflicto” no le irá muy bien a la agricultura de EE.UU., pues la “presión comercial” ejercida por Brasil (miembro activo del BRICS) ya es muy fuerte, pero también ya hay otros países y empresas (incluyendo a Chile y sus exportaciones de “proteínas”) que han encontrado en China oportunidades de negocios.
¿Se acentuará la presión de los estados exportadores sobre la Administración con el fin de “regularizar” el impasse comercial? ¿Primarán los intereses políticos partidistas por sobre el de las empresas o del “libre comercio”? ¿Ganarán la “pulseada” los estados?
No lo sabemos, pero sí sabemos que casi la totalidad de los estados han “invertido” en el comercio con China y que algunos han desarrollado lazos muy estrechos. Para empezar, en la gran mayoría de dichos estados, China figura entre los primeros 5 mercados. Y si examinamos las exportaciones agrícolas y alimentarias, la dependencia del mercado chino es mucho mayor, pues, para catorce estados, China es su principal destino y para otros veinte China es el segundo. Aun cuando la situación es diversa, para varios estados –como, por ejemplo, Louisiana, Nebraska, Iowa y Kansas, que tienen un elevado grado de dependencia de las ventas de productos agrícolas y alimentos a China (entre 35% y 72%)– el crecimiento futuro de la agricultura será determinante en la generación de empleo y el desarrollo de la economía estadual.
El particular sistema electoral de EE.UU., que le entrega gran poder a los estados “agrícolas” de menor población, será determinante en la resolución de este dilema.