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El efecto del miedo y las emociones en el sector forestal Opinión

El efecto del miedo y las emociones en el sector forestal

Esto ha llegado hasta tal punto que hemos caído en formular leyes emocionales como antes con la Ley Emilia, Ley Cholito, ahora Ley de Incendios, en vez de analizar los problemas desde un punto de vista más amplio y con mayor pragmatismo, buscando un camino legal más efectivo.


Los primeros ingenieros forestales egresaron a inicios de los 60 en el siglo XX. Antes, una intensa actividad maderera extractora durante la primera mitad de ese siglo, dio curso a la creación de muchos poblados nuevos en el sur, la mayoría sobre la línea del tren o sus ramales. De los bosques nativos provenía la madera para la construcción en el centro del país, región que había perdido gran parte de su cobertura forestal para dar paso al rentable cultivo del trigo que no respetó ninguna colina disponible de la costa y parte de su precordillera de los Andes hasta el sur del río Biobío, incluidos Malleco y Cautín en el secano interior.

El Gobierno de la época, después de evaluar esta situación, precisada con los inventarios a los recursos naturales efectuados después del gran sismo de Valdivia (1960), comenzó una política de fomento para restablecer la cobertura forestal en los terrenos no arables en Chile Central, especialmente por el efecto de la erosión activa en sus suelos. Para ello recurrió a una especie introducida que daba certeza de éxito para esa región y así se empezaron a establecer las plantaciones de pino radiata, originario de California, EE.UU.

Estas plantaciones y las de eucaliptos desde los 90, fueron impulsadas por leyes de fomento forestal cubriendo unas 2.500.000 hectáreas, principalmente entre el Maule y La Araucanía, en un 85% sobre terrenos de aptitud forestal y con distinto grado de erosión, causada por la agricultura de secano. El 15% restante reemplazó renovales o bosques nativos explotados. La rapidez de este proceso de forestación, logrado en un período de 20 años principalmente, favorecido por subsidios del Estado, causó mucha impresión en el país y en el extranjero, primero una sorpresa positiva.

Sin embargo, la actividad maderera en los bosques nativos, claramente terminal por su descapitalización, la declaración de protección absoluta de las especies alerce y araucaria en 1976, el cambio del paisaje causado por las plantaciones forestales y la dinámica productiva, así como la comercialización de tierras en esas áreas, causó un impacto en la ciudadanía rural y citadina que originó  miedo a que este proceso cambiara por completo el paisaje chileno y se rompiera la idílica imagen de la ruralidad de la zona central, por falta de un ordenamiento territorial.

También en La Araucanía las comunidades rurales vieron cómo sus tierras antes liberadas de bosques para dar paso al cultivo agrícola y la ganadería (campos limpios en la jerga local), volvieron en parte a cubrirse de plantaciones forestales. En ellos esto causó temor, ya que veían que detrás del proceso se formaron enormes consorcios industriales, con los mejores profesionales, que los distintos gobiernos no quisieron regular, causando serios problemas de mercado, afectando a medianos y pequeños propietarios, quienes en general no contaron con recursos para contratar profesionales del sector silvoagropecuario para mejorar su gestión, agrícola ni forestal.

Un creciente movimiento ambientalista, formado por distintas ONGs y agrupaciones gremialistas, iniciaron entonces una campaña en contra de lo que llamaron monocultivo forestal, instrumentalizando el temor ciudadano, agregando ingredientes basados en medias verdades, como: esas plantaciones secan y acidifican los suelos, afectando su fertilidad. Últimamente, los grandes eventos de incendios forestales los llevaron a calificar a estas plantaciones como de especies pirófagas, porque en ellas el fuego avanzó muy rápido, por la acumulación de biomasa que logran. Pero se olvidaron que estos incendios provenían de pastizales o matorrales. También, en el año 2002, un incendio consumió en prácticamente dos a tres días 8.000 hectáreas de bosques nativos en la Reserva Nacional de Malleco, favorecido por un viento puelche muy secante. En 2015 se consumieron en 20 días 3.600 hectáreas de bosque nativo, incluida parte de la Reserva Nacional de China Muerta, solo para dar algunos ejemplos. En estos casos se omitió hablar de especies pirófagas.

Es decir, esto demuestra que existe una clara estrategia para desprestigiar las plantaciones forestales, de importante cobertura principalmente en el Biobío. Esa estrategia ha causado un ambiente de miedo, que ha dado origen a reacciones emocionales de una buena parte de los conciudadanos. Esto llega hasta tal punto que, actualmente, muchos políticos toman estos argumentos para culpar a las plantaciones forestales de muchos males que afectan al mundo rural e incluso urbano, especialmente en los alrededores de la zona urbana de Valparaíso y Viña del Mar.

Ellos olvidan que la negligencia ciudadana, los costos de habilitación y el desorden territorial y de la trashumancia, la intensión dañina para causar pánico, a veces para ocupar terrenos de creciente plusvalía, la falta de respeto por la propiedad privada, y la acumulación de basura en lugares no autorizados, son inicios de esos incendios que primero toman energía en pastizales o matorrales abandonados. Esto ha llegado hasta tal punto que hemos caído en formular leyes emocionales como antes con la Ley Emilia, Ley Cholito, ahora Ley de Incendios, en vez de analizar los problemas desde un punto de vista más amplio y con mayor pragmatismo, buscando un camino legal más efectivo.

Reacciones emocionales nacen en un ambiente de miedo, y han afectado al sector forestal y su desarrollo. El efecto ha llegado a tal punto que la propia institucionalidad forestal del Estado no ha podido ser modernizada, permaneciendo subordinada en un Ministerio de Agricultura anticuado, capturado en su cabeza por autoridades políticas sin la visión necesaria para proponer vías de desarrollo, que respondan a las necesidades que el país requiere.

Esto es agravado por los temores de los propietarios de campos agrícolas, de que una institución forestal del Estado más empoderada pudiera obligar a manejar mejor sus campos y bosques, aumentándoles los costos, olvidando que también puede ser todo lo contrario, que el Estado les subsidie, especialmente la recuperación y el manejo de sus coberturas forestales para obtener ingresos adicionales o servicios más eficientes. Este temor llega a tal punto que los gremios de propietarios agrícolas se han opuesto repetidamente a la creación de un Servicio Forestal Nacional y a una Ley de Conservación de Suelos.

Por otra parte, los gremios de la industria de la madera han reaccionado también apoyados en el temor de que un Servicio Forestal Nacional podría fiscalizar sus actividades más de lo que Conaf podría haber hecho, dificultando su gestión, lo que tampoco tiene un fundamento verdadero. También el mercado inmobiliario no escapa a este temor, ya que teme una mayor regulación de su actuar, especialmente en lo que atañe a la subdivisión de la propiedad rural.

En este contexto, el sector forestal es el más afectado. En Chile se discontinuó el dinamismo de recuperar tierras no arables erosionadas con bosques. Los subsidios han sido suspendidos, salvo objetivos muy puntuales. La Ley de Fomento y Recuperación del Bosque Nativo, redactada con temor, ha frenado más que fomentado la recuperación de estos extensos bosques, con disposiciones desincentivadoras para el mundo privado, por el miedo a que la actividad forestal desearía volver a su histórica actividad maderera. Se olvidan los temerosos que hoy existen profesionales que son preparados para lograr la recuperación de esos bosques, es decir, manejar para mejorar su calidad, aumentando su productividad. Para eso existen las ciencias forestales, entre ellas la silvicultura, desarrollada desde hace más de 300 años en Europa y que en Chile se enseña desde los años 50 del siglo XX. Sin embargo, el interés de estudiar ingeniería forestal en el país ha caído a su nivel más bajo, porque el temor nacional, injustificado, ha paralizado al mundo político, abandonando a este fundamental sector de la economía nacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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