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El anticomunismo en Chile Opinión

El anticomunismo en Chile

Rolando Garrido Quiroz
Por : Rolando Garrido Quiroz Presidente Ejecutivo de Instituto Incides. Innovación Colaborativa & Diálogo Estratégico
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El Partido Comunista de Chile, más que una organización política en el espectro político institucional chileno, constituye una cultura que ha tenido la capacidad de llegar a personas sin militancia partidaria.


¿Cuántas organizaciones en Chile –de cualquier tipo– pueden decir que su organización ostenta orgullosa un Premio Nobel entre quienes han pertenecido a ella? Solo una organización, el Partido Comunista de Chile. Asimismo, ¿cuántas instituciones en Chile pueden declarar públicamente que han aportado varios Premios Nacionales en diversas áreas al país? Muy pocas, entre ellas nuevamente el Partido Comunista de Chile, así como también la Universidad de Chile, donde estudió algunos años el poeta Pablo Neruda.

¿Cuántas organizaciones o instituciones en Chile pueden valorar que dentro de su gente han emergido personajes con reconocimiento histórico internacional o mundial, como ha sido el caso de Violeta Parra y Víctor Jara, quienes en vida se identificaron con la cultura comunista chilena. La música y el arte mixto de Violeta y Víctor han alcanzado las estrellas, sin los andamios del marketing ni estrategias de posicionamiento mediático, solamente el talento artístico, sus aperturas al aprendizaje interartístico y la solidez trascendental de sus obras.

El Partido Comunista de Chile, más que una organización política en el espectro político institucional chileno, constituye una cultura que ha tenido la capacidad de llegar a personas sin militancia partidaria. Son miles o cientos de miles de mujeres, hombres y jóvenes que desde el año 1912 en adelante han sido pioneros o fundadores del movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, del teatro nacional, de la imprenta popular, de la “Nueva Canción Chilena”, de los movimientos cristianos de base, de aportes científicos en diversos campos del saber académico, de organizaciones de pobladores, colegios profesionales, del mundo del entretenimiento y protagonistas del campo artístico e intelectual nacional.

La mayoría de los partidos políticos en Chile no pasan de ser organizaciones efímeras, coordinadas como clubes electorales con orientación preferencial para copar o ejercer cargos de representación política según los periodos electorales de cada proceso político. No son pocos los dirigentes y militantes de partidos que durante sus “carreras políticas” se pasan de un partido a otro como quien transita de tienda en tienda buscando artículos de consumo de moda. De tal manera, en la política partidista chilensis existen las tiendas y las tendencias de la moda electoral para la repartición del botín del Estado de Chile.

Vivimos tiempos de falta de aprecio por la democracia como sistema plural de convivencia y de irrespeto al sistema internacional y observancia a sus reglas del juego, sobre todo de quienes dicen ser los defensores de la democracia liberal y del “mundo libre”. En lo local, son muy raras las ocasiones en las cuales los periodistas sacan al pizarrón a un político para que aclare o se explaye sobre sus ideas, por tanto, no hay espacio para expresar propuestas, proyectos y visiones programáticas sobre el futuro del país y los desafíos internacionales. El caso de “Nosé Ossandón” no ha sido el único bochorno donde el político entrevistado reconoce no tener idea de temas trascendentales de la política, porque el sujeto en cuestión dice, como la mayoría, estar preparado para cosas más importantes como dirigir un país.

La calidad de la política en Chile es más que deficiente, pero también el comportamiento de los medios de comunicación para exigir más a quienes aspiran a representar a la ciudadanía en cargos de toma de decisiones. Podríamos decir que la magra calidad de la política en Chile es directamente proporcional al aumento del anticomunismo en la escena política. La mediocridad campante en actores políticos de trinchera se refugia o parapeta en producir miedo y generar odio hacia el “despreciable” de turno en el barrio. Despreciable para quienes imponen un relato a coros, a través de los medios de comunicación y redes sociales. Les da lo mismo el daño a la honra de las personas y las instituciones, siempre y cuando no sean ellos quienes reciban la metralla del apartheid anticomunista.

En las cuentas que sacaban Gabriel González Videla y, luego, Augusto Pinochet junto a su régimen dictatorial civil militar, los comunistas chilenos debieron haber desaparecido de la faz de la Tierra o, al menos, de esta larga y angosta faja de tierra hace décadas. No hubo misión cumplida. No se enteraron nunca del fenómeno de la autopoiesis.

No han sido pocos los gobernantes de turno, partidos y dirigentes políticos del establishment que utilizaron todos los medios y la fuerza del Estado de Chile para cumplir con ese objetivo de exclusión, exterminio y marca de extemporaneidad y obsolescencia de las ideas y orgánicas militantes del Partido Comunista y las Juventudes Comunistas de Chile. Así y todo, sus militantes siguen cantando hoy en día: “Y qué fue y qué fue, aquí estamos otra vez”.

El anticomunismo en Chile tiene una trazabilidad histórica importante que recorre todo el espectro político de ayer, hoy y probablemente también en el futuro. Hay anticomunistas de ultraizquierda, de la nueva izquierda, centroizquierda, centro, centroderecha, derecha y extrema derecha, sobre todo en un país que no cultiva el respeto por sus tradiciones, su historia y a los protagonistas de la historia de Chile. No por nada, en su época, a Bernardo O´Higgins, los que se creían “los dueños del país”, le decían “El guacho Riquelme” y convengamos que O´Higgins no era un revolucionario ni un peligro para la sociedad.

La acusación de “comunistas” expresada con desprecio e insulto la han sufrido personas lejanas a esta organización política, a veces, por expresar una opinión crítica sobre el estado de cosas del país o, bien, por exigir derechos que están consagrados en las leyes nacionales o en la Carta de Derechos Humanos de la ONU.

A los anticomunistas de todos los colores les resulta insoportable que la presidencia de la Cámara de Diputados de Chile sea representada por una comunista, que entre varios de sus atributos democráticos es actualmente la diputada que más votos obtuvo en las últimas elecciones parlamentarias. Asimismo, en los próximos meses de elección de alcaldes y alcaldesas, se avecina una feroz campaña anticomunista para sacar de la alcaldía de Santiago a Irací Hassler, actual alcaldesa de la principal comuna del país.

Es imaginable cómo actuarían las y los anticomunistas si Camila Vallejo fuese nombrada la nueva canciller hasta el fin del mandato del actual Gobierno. Caminarían en círculos cabeza abajo por los techos y cornisas. O, peor aún, para el anticomunismo criollo sería más que complicado verla de candidata presidencial en una próxima elección para renovar Gobierno.

En los hechos, la feminización de la cultura comunista y la renovación de sus liderazgos de cara a las ciudadanías y los territorios es una buena noticia para la democracia en Chile, ya que a nivel de poética (narrativas), estética (formas, puestas en escena) y ética (prácticas), la democracia –como sistema de gobierno– será más dialógica en sus avances y logros, y el estancamiento económico plomizo de los últimos años fluirá hacia una retroalimentación de las economías en colores (creativa/naranja, circular, plateada, violeta, turquesa).

Las nuevas generaciones de comunistas son –culturalmente– feministas, ecologistas, pacifistas y animalistas y saben navegar con resiliencia entre las tradiciones y las innovaciones en un mundo cada vez más complejo e incierto. Crecieron con las nuevas tecnologías en una sociedad capitalista e individualista. Creen más en la transformación que en la revolución. Valoran el mercado en sus dinámicas socioambientales y su objetivo político democrático es el bien común y el buen vivir. En esencia, siguen siendo biencomunistas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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