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Repensar la productividad Opinión

Repensar la productividad

Quizás la siguiente agenda de productividad consista en regenerar nuestros ecosistemas, quizás hasta superemos la falsa dicotomía entre ambiente y crecimiento.


A juicio personal, no existe un objetivo político más sobrevalorado que el crecimiento económico. Un país de ingreso medio, como Chile, puede mejorar las condiciones de vida del 95% de su población sin necesidad de crecer un solo punto. Empero, hagamos el ejercicio hipotético de creer que el crecimiento es tan importante como nos hacen creer quienes de él más se benefician y cómo, de forma obsecuente, desde la izquierda asentimos. 

Dicha importancia se funda en la teoría neoclásica del crecimiento, no en Adam Smith ni en John Stuart Mill –como nos quieren hacer creer algunos liberales– y gobierna nuestras vidas aunque no la conozcamos. En aras del ejercicio teórico, creamos nuevamente que esta teoría es tan correcta como lo es para quienes de ella más se benefician.

Según la versión básica y comúnmente aceptada de esta teoría, el crecimiento puede provenir de tres fuentes: la acumulación de capital o trabajo (los factores de producción) o la técnica con la que combinamos esos factores. En un comienzo, con algo más de humildad epistémica, este tercer factor se denominó “residuo de Solow” y se lo caracterizaba como la medida de nuestra ignorancia. Si hay crecimiento que no se explica por mayor capital o trabajo, pues entonces es explicado por ese misterioso residuo.

Con el tiempo, incapaces de aceptar que no conocíamos lo que este tercer elemento comprendía, la ciencia económica lo fue ligando a la tecnología y terminó por llamarle con el pomposo nombre de “productividad total de factores” (PTF); para efectos de la discusión pública, sencillamente productividad. Esta es la lógica detrás de cada “agenda de productividad” o de cada discurso en que se ha hecho alusión a la productividad en Enade. El santo grial de cómo hacer más con lo mismo.

De acuerdo con cifras del Banco Central, la PTF en Chile sigue una tendencia plana desde los años 60, con números positivos y negativos incluso en la época dorada del crecimiento chileno. Es decir, Chile creció en los 90 no porque hiciéramos mejor las cosas, sino porque acumulamos mayor capital.

Hace muchos años, en un seminario realizado en el CEP, escuché a Patricio Meller decir que hace veinte años él mandaba cartas y ahora mandaba mails, que la continuidad o incluso baja de este parámetro “tecnológico” o de “productividad” lo tenía sin mayor cuidado. Pero al sistema político y a la opinión pública sí que los ocupa la mentada productividad y la música en esta discusión la ha puesto siempre el empresariado. Es así que las trabas a la productividad vienen siempre de la acción pública y que para producir más y mejor hay que acabar con la “permisología”. Más audaz ha sido un centro de columnistas-tuiteros pagados por un empresario que han posado sus ojos sobre el excesivo pago de indemnizaciones que existiría en nuestro país.

Resulta contraintuitivo, como a Meller, que la tecnología en 60 años no nos haya permitido hacer más con lo mismo, salvo que posemos los ojos sobre la eterna ignorada de la teoría del crecimiento, la naturaleza. Qué ocurre si, a medida que hemos cambiado cartas por mails, también hemos tratado de sacar minerales de profundidades cada vez mayores, hemos tratado de cultivar sobre suelos cada vez más erosionados, hemos tratado de hacer crecer peces en mares cada vez más depredados. Quizás la siguiente agenda de productividad consista en regenerar nuestros ecosistemas, quizás hasta superemos la falsa dicotomía entre ambiente y crecimiento.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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