De 10 mujeres privadas de libertad, la hermana Nelly sostiene que al menos 6 han vivido abuso, violencia y explotación sexual. Y que tal como el jarrón chino quebrado que se puede reparar y lograr que no filtre el agua, las «cicatrices» permanecen para siempre. Reproducimos aquí lo que conversó con Paulo Egenau, a propósito del estudio «Ser niña en una residencia de protección en Chile».
Para ambos, la fila que se arma el día de visitas en las cárceles del país es una muy buena metáfora del machismo chileno. La hermana Nelly León (61), capellana de la Cárcel de Mujeres de San Joaquín, y el psicólogo y director social nacional del Hogar de Cristo, Paulo Egenau (64), coinciden en este punto y relatan sus respectivas experiencias.
Dice ella: “La fila en la Penitenciaria de Santiago está constituida en un 90% de mujeres que van a visitar a sus hombres; en el centro de reclusión femenina, apenas un 20% son hombres; el resto son madres que van a ver a sus hijas. El hombre, la pareja, se ausenta, se desentiende, no asume ninguna responsabilidad por el delito de su compañera. Cuando ellos son los privados de libertad, ellas se preocupan de llevarles su encomienda con ropa, con comida mucho mejor de la que les dan en la cárcel y con todo tipo de regaloneos. En la situación inversa, los hombres no se asoman a verlas. Eso es puro machismo, el que desgraciadamente es propiciado por nosotras mismas, las mujeres”.
Egenau recuerda su experiencia con hombres y mujeres en los programas terapéuticos por consumo problemático de alcohol y de otras drogas. “Ellos llegaban solos, pese a que en un 98% eran papás, confesando que no tenían contacto con sus hijos desde hace años. Ellas, en cambio, acudían pidiendo atención con sus guaguas en brazos. Además, las mamás de las mujeres en tratamiento iban a las visitas en menor proporción que las madres de los hombres, en una conducta similar a la que narra Nelly. Es más: muchas veces les enrostraban estar acá en tratamiento en vez de estar atendiendo al Pedro, que no tiene a nadie que le cocine en la casa. Uno escuchaba cosas como esas, que reflejan la cultura opresiva de parte del hombre hacia la mujer y también de las mujeres hacia las mujeres. El castigo emocional de las propias madres hacia sus hijas con problemas de drogas o alcohol, era mucho mayor que el que mostraban respecto de sus hijos varones en la misma situación”.
[cita tipo=»destaque»]A este círculo de la pobreza le vamos a ganar desde abajo, no desde las alturas, donde están las autoridades, hoy completamente desvalorizadas y sin ascendiente moral. Yo les digo a las chiquillas que para resolver sus problemas tenemos que caminar juntas, ni una más adelante ni una más atrás. Nosotros las preparamos para cuando salgan haciéndolas ver sus debilidades y sus potencialidades. Así trabajamos con ellas, es un proceso lento, pero muy bonito de reconstrucción de sí mismas. Creo que es importante reunirse con quienes sean finalmente electos constituyentes, para sensibilizarlos frente a esta cara de la pobreza. La nueva Constitución debería poner el énfasis más que en inversión material para encerrar gente, en inversión en inclusión social, en que el tiempo en que la persona privada de libertad, en especial las mujeres, pasen tras las rejas, sea de empoderamiento y de desarrollo de habilidades para que puedan enfrentar la libertad de otra manera, que no salgan de la cárcel iguales o en peores condiciones a las que entraron.[/cita]
Son muchas las experiencias coincidentes entre la hermana y el psicólogo, cuando se trata de aplicar la dimensión de género a la pobreza y la desigualdad, que es lo que hace el estudio “Del Dicho al Derecho: ser niña en una residencia de protección en Chile”, que Hogar de Cristo acaba de lanzar. En un encuentro online, León y Egenau analizaron las similitudes entre una niña o adolescente que es puesta bajo la protección del Estado en una residencia con una adulta privada de libertad. Ambas acumulan una serie de desventajas a lo largo de la vida, que se acentúan por el simple hecho de ser mujeres, y que podrían ser vistas como los dos extremos de una misma trayectoria vital, porque la pobreza y la desigualdad se perpetúan en una suerte de herencia intergeneracional, pasando de abuelas a madres y de madres a hijas… y así.
Explica la hermana Nelly:
-Una mujer encarcelada es doblemente pobre, porque está privada de libertad y llena de carencias, pero no deja de ser madre y de estar centrada en lo que pasa afuera con sus hijos. Su mayor preocupación es que sus hijos estudien, que no pasen necesidades y está siempre latente en ellas la amenaza de que vayan a parar al Sename. Todas y todos sabemos lo que pasa en el Sename, en la mayoría de las residencias, y ellas tienen mucho temor de que sus hijos terminen ahí. Este comienzo de año, tengo al menos tres historias en mente que me han relatado madres encarceladas. Una de ellas tiene que ver con la muerte de una de sus hijas como consecuencia de una violación en una residencia. Así de brutal. No fue en broma cuando le dije al Papa que en Chile se encarcela la pobreza. La mujer que cae presa normalmente es pobre y delinque por necesidad. Roba para darles de comer a sus hijos, vende papelillos en la esquina para comprarles zapatos y para que puedan ir al colegio. No las justifico, pero las entiendo en su pobreza, en su entorno y en su desesperación. La mujer pobre, sí: es mucho más pobre que el hombre pobre, y las más pobres están en la cárcel.
Egenau también coincide en este punto y dice, rotundo: “La pobreza mayoritariamente se explica en todo el mundo a partir de las mujeres y los niños; ahí está el gran grueso de la pobreza del planeta”.
En nuestro país existen 45 mil personas privadas de libertad, de las cuales el 10% más o menos son mujeres. Sin embargo, la sociedad e incluso el Estado las castiga con mucha mayor dureza. Las juzga, las discrimina, las estigmatiza, las priva o les niega oportunidades…
“Las cárceles de mujeres son todavía más indignas”, agrega la hermana Nelly. “Y lo son, porque han sido construidas sin ninguna consideración de género, salvo la del Buen Pastor, el Centro Femenino Penitenciario donde yo trabajo, que no fue originalmente una cárcel y ha ido creciendo con una lógica como de internado. Ni siquiera las prisiones concesionadas han sido pensadas para mujeres. Las cárceles femeninas son un conjunto de celdas para hombres. Los baños no tienen puertas, cuando es sabido que las mujeres necesitamos mayor intimidad. Mesas con bancas donde las mujeres mayores tienen que levantar la pierna para sentarse frente a la mesa. No existe ninguna consideración de género. Sin duda, las mujeres en prisión son mucho más castigadas”.
Paulo Egenau habla de las respuestas adaptativas que desarrollan algunas mujeres en pobreza frente a la crudeza de su realidad: consumo de alcohol, de pastillas antidepresivas, por ejemplo. “A la mujer se le sanciona moralmente muchísimo más que a los hombres por el mismo hecho. Ya comparamos lo que pasa con las visitas en la cárcel. Hay en las familias la sensación de que una hija que delinque o que consume drogas genera una suerte de fisura moral, algo imperdonable y vergonzante, a diferencia de lo que sucede con el hombre, que sigue recibiendo el cariño y la solidaridad de los suyos. Frente a estas diferencias, debemos generar un cambio cultural transcendente para terminar con las estigmatizaciones machistas y todos estos prejuicios asociados a los roles femenino y masculino”.
La pandemia obligó a la hermana Nelly a “encarcelarse ella misma” y quedarse a vivir en su oficina del Centro Penitenciario Femenino para no convertirse en vector de contagio, pero el bicho es porfiado y ahora mismo le ha tocado irse a una residencia sanitaria por haber sido contacto estrecho de la gendarme con que trabaja a diario, que dio positivo en el PCR.
“Este tiempo ha sido terrible para las mujeres, precisamente, porque no han podido ver a sus hijos; yo las he acompañado y he visto su sufrimiento. Llevan un año sin verlos. Y, aunque hemos inventado videollamadas y otras formas de comunicación es muy duro para ellas no poder abrazarlos”, comenta y luego se aboca a responder una pregunta del público que llega a través del chat del lanzamiento online:
-¿Existe una relación causa-efecto entre haber sido “una niña Sename” y terminar siendo una adulta privada de libertad?
-Nosotras en la Fundación Mujer Levántate no hablamos de reinserción social, hablamos de inclusión social. Ese es el trabajo de joyería que debemos hacer para evitar esas trayectorias que van de niña Sename a adulta en la cárcel. Las mujeres privadas de libertad suelen venir en desventaja desde el vientre materno. Allí empiezan a vivir la vulnerabilidad y la pobreza. Son dañadas desde su más tierna infancia, por lo tanto, su crecimiento y desarrollo se hacen muy complicados. Ellas han vivido inmersas en el mundo de la pobreza, no han conocido otra forma de vivir, ven a sus padres metidos en el robo o en el tráfico y de a poco van repitiendo la historia, no es raro que hayan estado bajo la protección del Estado. Por eso, en Mujer Levántate hablamos de inclusión, no de reinserción. Soñamos con el día en que el Estado y la sociedad entiendan que, aunque nacimos en lugares distintos, podemos tener las mismas oportunidades, que se puede romper el círculo de la pobreza y la desigualdad.
El estudio “Ser niña en una residencia de protección” insiste en la interseccionalidad de género, que es la suma de desventajas que tiene una niña pobre, abandonada, al cuidado del Estado, desescolarizada, abusada, con problemas físicos o mentales, y que son peores que las de un niño, solo por el hecho de ser mujer. Paulo Egenau explica: “Existe una asociación muy fuerte entre pobreza, vulneración temprana de derechos, experiencia de victimización y maltrato, conflictividad familiar, experiencias traumáticas, muchas de índole sexual, que afectan la vida de manera fundamental, dificultades y problemas familiares y, finalmente, la llegada a la cárcel. O sea, hay una ruta, de la cual las personas como Nelly y como yo, que trabajamos en estos temas, conocemos. Nelly acertó cuando dijo que en Chile se encarcela la pobreza. Esa es una afirmación absolutamente real: basta con mirar las estadísticas. La vulneración que implica nacer, crecer y desarrollarse en contextos de pobreza tiene como una ruta preestablecida, a menos que haya un elemento que intervenga y permita cambiarla. Y la cárcel, que se presenta como la promesa de un cambio para resocializarte, reeducarte, reformarte, es falsa. No resulta. ¿Cómo lo ves tú, Nelly?
– Yo creo que a este círculo de la pobreza le vamos a ganar desde abajo, no desde las alturas, donde están las autoridades, hoy completamente desvalorizadas y sin ascendiente moral. Yo les digo a las chiquillas que para resolver sus problemas tenemos que caminar juntas, ni una más adelante ni una más atrás. Nosotros las preparamos para cuando salgan, haciéndolas ver sus debilidades y sus potencialidades. Así trabajamos con ellas, es un proceso lento pero muy bonito de reconstrucción de sí mismas. Creo que es importante reunirse con quienes sean finalmente electos constituyentes, para sensibilizarlos frente a esta cara de la pobreza. La nueva Constitución debería poner el énfasis más que en inversión material para encerrar gente, en inversión en inclusión social, en que el tiempo en que la persona privada de libertad, en especial las mujeres, pasen tras las rejas, sea de empoderamiento y de desarrollo de habilidades para que puedan enfrentar la libertad de otra manera, que no salgan de la cárcel iguales o en peores condiciones a las que entraron.
-Una pregunta que liga a “niñas Sename” y a mujeres adultas en la cárcel, ¿en qué proporción unas y otras acarrean experiencias de violencia, abuso y explotación sexual?
-No tengo la estadística, pero por experiencia te digo que de cada 10 mujeres con las que hablo, al menos 6 en la tercera o cuarta conversación son capaces de revelar que fueron violadas y abusadas desde muy pequeñas. Este es un tema muy profundo, que tiene mucho que ver con la pobreza, con la promiscuidad que se da en situación de hacinamiento, donde el abuso y la violación son casi naturales. Recuerdo el caso de una mujer que de niña hizo vida marital con su hermano, porque creía que eso era normal –responde la capellana.
Paulo Egenau, por su parte, sostiene:
-Por mi experiencia con mujeres adultas en tratamiento terapéutico por consumo, sé que más que las drogas o el alcohol, el problema es el trauma, el dolor de vidas marcadas por la pobreza, la vulnerabilidad, el abandono, la violencia. Eran mujeres que habían sido abusadas sexualmente en la infancia, al interior del hogar y luego por sus parejas.
-¿Cómo se repara, hermana Nelly, un trauma de este tipo, una vida rota?
-Yo creo que nunca se repara, pero tal cual como en la historia del cántaro chino quebrado en que se logran reunir las piezas y volver a llenarlo de agua sin que se filtre, las huellas de esa fractura no se borran. El cántaro puede usarse, funciona, pero mantiene las cicatrices como un recordatorio del cuidado que hay que tener con él. El cariño, el cuidado, la ternura, el aprender a quererse a sí mismas son las claves. La mayoría de las mujeres con que yo comparto nunca han sentido el amor verdadero, sincero, gratuito de alguien. El amor, para ellas, ha sido siempre tú me das, yo te doy. No conocen la gratuidad en la relaciones. Durante esta pandemia, son muchas las mujeres en la cárcel que han necesitado un abrazo, eso, nada más. Ese tipo de abrazo, de cariño desinteresado, de preocupación verdadera, es lo que las va reparando, las va sanando. Cuando transforman su experiencia de un Dios castigador por la de un Dios amoroso, que las ama por ser personas, al margen de lo que hayan hecho, creo que es posible reparar sus vidas. No es fácil, es largo, muy largo, pero vale la pena. Vale toda la pena que ellas acarrean.
El psicólogo Egenau reflexiona desde lo personal respecto de la reparación de traumas tan profundos. Dice: “Uno se pregunta cómo esta persona sigue viviendo después de lo que le ha pasado, de dónde saca energía para enfrentar la existencia, porque algo así a mí me destrozaría, probablemente pensaría en el suicidio”. Y luego insiste en la urgencia de abordar la deuda que existe con las niñas y jóvenes en residencias de protección, las más abusadas y traumatizadas de todas, incorporando la perspectiva de género a su cuidado y protección, lo mismo que a su tratamiento reparatorio. “Hasta ahora como sociedad no nos hemos hecho cargo de las redes de explotación sexual comercial que de manera criminal se organizan en torno a programas y servicios que buscan cuidar, proteger, acompañar a niñas pobres, excluidas, con historias de victimización y maltrato. Nuestra investigación apunta a eso: a poner coto a estos depredadores”.
A pasar del Dicho al Derecho.