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«Sumario» de Cristóbal Joannon: Poesía en la tormenta

Patricio Hidalgo
Por : Patricio Hidalgo Abogado de la Universidad de Chile. Autor, junto a Daniel Hopenhayn, del libro Give me a Break. Conversaciones con Diego Maquieira (Editorial Universitaria, 2008)
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Este juevesl 1 de septiembre será lanzado el segundo libro del poeta, quien siguiendo la línea de su anterior obra, «Tabula rasa» (2005), vuelve a desplegar un realismo duro y cerebral. Si en ese libro el tema central fue el amor –especialmente sus tristezas–, en «Sumario» vemos más bien una arremetida contra el poder y la alienación.


Entre tanto punto de vista, interpretación, estudio, cálculo y predicción, una minoría –entre tantas– celebra la llegada de un nuevo libro de poesía. Entre tanto prescindible que firma con la sigla de su grado académico, Cristóbal Joannon introduce en el ambiente una luz distinta. Leemos su «Sumario» (Ediciones Tácitas, en librerías desde septiembre de este año) con las briosas marejadas de Chile como mar de fondo, y sentimos que estamos llegando –sin habérnoslo propuesto– mucho más lejos en las causas profundas de este descontento que las manadas de sibaritas del Powerpoint que nos han gobernado y nos siguen gobernando.

Mucho antes de los irreverentes de palacio y los irónicos de salón de té, cientos de años antes de los polemistas hambrientos de Conicyt y los becarios del Estado de Chile sacándose fotos para adornar su facebook, incluso antes que los polemistas de sobremesa, existía tal cosa como la poesía satírica. Esa es la antigua novedad que Sumario trae a flote, palabras que nos permiten mirar lo que nos pasa desde un lado que casi siempre se nos presenta opaco. Un libro en el que toda belleza es aguda, en que cada imagen que se sugiere trae consigo una interpelación certera. Versos que provocan y dejan un flanco abierto, desde donde distinguimos piedras preciosas con un canto desnudo. Después de leer este libro entendemos mejor la obsesión de quienes enarbolan números redondos para maquillar sus viejos cuentos de normalización. Se nombran como si fueran uniformados, –PhD como General(r), magíster(c) como Teniente Coronel–, para hablar de estrategia de desarrollo, imagen país y la estabilidad del gobierno actual. Algunos tienen edades similares a las de Joannon, quien ciertamente mira el asunto de otro modo: “se nos describe / como un retén de pacos apolillándose al final del Cono / asolado por marejadas y monstruos cartográficos / (…) Es verdad / que ahora algunos necesitan polerones de Harvard / para sentirse respetados; a los coreanos les pasó lo mismo”.

Joannon presenta un libro en el que toda belleza es aguda, en que cada imagen que se sugiere trae consigo una interpelación certera. Versos que provocan y dejan un flanco abierto, desde donde distinguimos piedras preciosas con un canto desnudo.

Joannon presenta un libro en el que toda belleza es aguda, en que cada imagen que se sugiere trae consigo una interpelación certera. Versos que provocan y dejan un flanco abierto, desde donde distinguimos piedras preciosas con un canto desnudo.

Anticipando la realidad o coincidiendo en ella por mero azar, en cada página encontramos el reverso de alguna verdad oficial. No sabemos si estas líneas fueron escritas antes de la crisis de la educación, pero cuánto sentido nos hacen hoy: “Tendremos a este mantenido impulsando leyes paranoicas, / ensuciándoles el coco a nuestros hijos indefensos / con irritantes pormenores de la guerra fría / y un miedo no muy santo a las bajas pasiones”. Los siguientes versos nos llegan en plena resaca de La Polar: “Pese a los esfuerzos de pacificación / nuestra brutalidad intrínseca / no fue corregida en sus detalles, / basta examinar la conducta de una firma / a pocas semanas de irse a quiebra: / ya nadie se saluda, proliferan los zarpazos, / cada cual olvida sus deberes sindicales”. En días de paro nacional, sonreímos ante la nueva forma de gobernar mientras leemos: “Recordemos aquí a unos cuantos dignatarios / que saben ex cathedra cómo deberíamos vivir: / becarios diligentes, paladines del buen sentido, / liberales que juraron en Cerro Chacarillas / y decidieron no contradecir a sus empleadores / y verse así en el apuro de tener que madrugar”. En fin, todo este libro parece en algún sentido un noticiero infinito: “Algún escándalo remece a la clase política, pero en unas horas / un incidente ferroviario en Loncoche desvía la atención. / También hay otros titulares en los kioscos de la patria: / cuestionamientos, trascendidos, las reacciones de un seminario / internacional sobre el manejo de las emociones en la empresa, / el anuncio de una nueva cadena de supermercados para esa gente. / La gran minería se lleva los aplausos; a cambio nos ofrece / montañas de relave en un paisaje de posguerra, y un programa / a favor de los pirquineros desfigurados por el gas grisú”.

A propósito de las embajadas, Joannon afirma que “Algo así merece este país aún en la edad del hierro, / exprimido, con todo respeto, por una sarta de moscas muertas / adiestradas afortunadamente en la anulación de los instintos”. Si le creemos a este verso hay tiempo para el cambio, la transformación profunda, milenios para hacer lo que se debe. Ese es el extraño optimismo que se siente tras terminar la lectura, atizada por el humor que se escapa en varios pasajes. Si es cierto que estamos en la edad de hierro entonces tenemos todo el tiempo del tiempo por delante, como diría Enrique Lihn, que si estuviera vivo estoy seguro disfrutaría este Sumario.

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