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Ana Tragolaf: “La imposición de la medicina occidental es una forma de inferiorización de la nación mapuche” BRAGA Créditos: Foto de Agencia Uno

Ana Tragolaf: “La imposición de la medicina occidental es una forma de inferiorización de la nación mapuche”

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Durante años, la ONU ha impulsado varias iniciativas que permiten mejorar la comprensión frente a las prácticas relacionadas con la salud sexual y reproductiva de las mujeres indígenas. Sin embargo, en Chile a pesar de que la interculturalidad está integrada hace décadas en las leyes que rigen la salud pública, se ha mantenido una línea hegemónica de la cultura occidental, pasando en varias ocasiones por encima de los derechos de las mujeres mapuche. Según la Coordinadora del Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche, Ana Tragolaf, en conversación con El Mostrador Braga, la interculturalidad es una tarea pendiente netamente del sistema chileno, ya que el pueblo mapuche siempre ha sido intercultural.


El feminismo y sus diferentes perspectivas han dejado en evidencia el constante despojo hacia mujeres en materia sanitaria, así lo pudimos observar en el  proceso de aprobación de iniciativas como la Ley Adriana y la ley que garantiza derechos sexuales y reproductivos, proyectos que hasta ahora están avanzando gracias al amplio activismo y apoyo de quienes han sido víctimas del patriarcado inmerso en el sistema de salud.

Sin embargo, la situación que enfrentan mujeres indígenas en particular, es una realidad que incumbe algo más complejo que solo el patriarcado, así lo constata la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que afirma que están expuestas a una  forma de discriminación basada en su identidad cultural, género, y otros factores que se dan  tanto dentro como fuera de su comunidad, hecho que se da como resultado de un histórico colonialismo.

En esta línea, la interseccionalidad discriminatoria se presenta fuertemente dentro del área de salud, donde la mujer mapuche ha sido vulnerada históricamente y de manera menos visibilizada que las transgresiones a mujeres no mapuche. 

Esto se debe en gran parte a que la mayoría de estudios ven la situación de ellas bajo la misma lupa usada hacia mujeres no mapuche. Sin embargo, existen más razones que hallan sus raíces en la base del sistema de salud pública.

La interculturalidad fue mentira

En el año 2000 se creó el Programa Especial de Salud para pueblos Indígenas (PESPI), el cual sigue vigente con el propósito de consolidar un sistema de salud intercultural que reconociera que los sistemas médicos son limitados para resolver los problemas actuales de salud, admitiendo la existencia y validez de otros sistemas de curación, como los indígenas. El programa aplicado hasta la actualidad (en 24 de los 26 Servicios de Salud del país), cuenta con tres ejes: equidad (disminuir las brechas de acceso),  enfoque intercultural de salud (en las acciones de profesionales y técnicos) y por último, en participación social indígena (en la formulación, ejecución, evaluación y monitoreo de los planes locales.

Según el informe de monitoreo social organizado por la Mesa Acción por el Aborto en Chile, la mayoría de los recintos hospitalarios en los que asisten gran afluencia de personas mapuche, no aplican la interculturalidad, e incluso los profesionales de salud tienen confusiones en lo que entienden por este concepto. Por otro lado, en Santiago, donde se encuentra la mayor parte de población mapuche, se identifica una inexistente capacitación intercultural de los funcionarios en materia de parto y obstetricia. El estudio revela que estos hechos tienen repercusiones en el acceso y tipo de salud sexual y reproductiva (SSR) de las mujeres.

Uno de los hospitales considerados ejemplares en esta materia, es el Hospital de Nueva Imperial, donde la atención tiene 2 módulos opcionales;  uno de medicina occidental y otro de medicina mapuche. La idea es que las pacientes sepan que pueden elegir. Sin embargo, estas realidades de positivo reconocimiento son hechos aislados, ya que la interculturalidad manifestada generalmente va dependiendo de la voluntad de cada profesional, no funcionando como un programa sistemático en la mayoría de los centros de salud. Por otro lado, es necesario destacar que hoy la mayor parte de población mapuche se encuentra en la ciudad a nivel nacional, no obstante, los centros de salud con medidas interculturales se dan principalmente en zonas rurales.

Al respecto, la Coordinadora del Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche, Ana Tragolaf, señala en conversación con El Mostrador Braga que la interculturalidad es una tarea netamente del sistema chileno, ya que el pueblo mapuche hace varias décadas es intercultural. Por otro lado, asegura que estas medidas  no pueden funcionar sin la vasta formación en la materia de parte de los profesionales y técnicos de salud. “Es necesario que estén capacitados porque el equipo de salud debe informarles a las mujeres mapuche que hay más opciones de tratamiento, por ejemplo, en el caso de un parto, mencionar que se les puede entregar la placenta”. 

La ginecóloga Libertad Méndez, concuerda con estos dichos, “tenemos un desafío pendiente de entender otras miradas hacia la medicina y cómo el conocimiento ancestral y de pueblos originarios comparten escenario con la salud desde la mirada biomédica y la integración y cambio de paradigmas que permitan trabajo conjunto”. Así mismo, Méndez agrega que este es un problema estructural con un sesgo machista predominante, por lo cual se requiere atravesar todas las políticas públicas. “El sistema de salud y la formación de quienes nos desempeñamos en él es profundamente patriarcal, es decir, jerárquica, militarizada, machista, asimétrica y carente de posibilidades de cuestionamiento y con mucha resistencia al cambio”, señala.

Por ser mapuche, pobre y mujer

Ana Tragolaf también fue parte de la Corporación de Mujeres Mapuche Aukiñko Zomo, para ella, el sistema de salud no ha garantizado un lugar digno para las mujeres y mantiene un mismo programa para todo el país. “Hay mujeres que acuden a un servicio público y no son bien atendidas, son violentadas o son discriminadas, y eso es algo que no se contabiliza dentro de las estadísticas”, enfatiza.

La violencia hacia las embarazadas se ha manifestado en diversas formas: intervenir en su cuerpo sin derecho a opinar, obligarlas a seguir un tratamiento hospitalario diferente al de sus creencias culturales y  que la mayoría de veces involucra un viaje a la ciudad sin compañía de un ser querido, y exponerse a situaciones de estrés y malos tratos por ser mapuche y pobres. Las consecuencias de aquello se reflejan en daños psicológicos, así lo menciona Nadia Antipán, cuya voz se quiebra hasta el día de hoy al contar su experiencia en Villarica y Temuco, comunas de la región de la Araucanía con alta población mapuche. “Me trató pésimo -la médica-, me hizo sacarme rápido la ropa diciéndome ‘ahora te cuesta sacarte la ropa’. En ese momento Nadia era mamá soltera, no le respondió ni tomó medidas judiciales por miedo. “En medio de las contracciones me retaba diciéndome que la dejara dormir, que por qué me quejaba tanto y me callara”.

La madre tuvo un parto complicado, fueron 24 horas de contracciones donde no sintió ningún tipo de acompañamiento, y debido al mal estado en el que quedó, no podía atender a su bebé por su cuenta, necesitaba que alguien se la llevara para amamantarlo. Fueron su madre y hermana quienes la apoyaron con la bebé. Narra que incluso las enfermeras se la arrebataron a tirones cuando el horario de visita terminaba.

Nadia asegura que las vejaciones de las que fue víctima se debieron netamente a ser una mujer mapuche. “En el hospital de Temuco, los tratos de las enfermeras, sobre todo las jefas, eran de india para abajo, y muchas cosas más que no puedo repetir, nadie se merece ser tratada así”. Por otro lado, debido a la mala experiencia y el trauma dejó de asistir a sus atenciones ginecológicas. Lo cual tuvo consecuencias cuando volvió a embarazarse, ya que no controló su embarazo y su hijo nació prematuro.

Según la ginecóloga Méndez, que también forma parte de la Coordinadora de Médicas Feministas, el daño psicológico puede durar años y se expresa de formas graduales, desde manifestaciones aisladas de tristeza o rabia a las consecuencias graves de un estrés post traumático. También puede haber depresión, ansiedad, trastornos del sueño y alimentación, rechazo a la lactancia, a su cuerpo, al recién nacido, rechazo a la actividad sexual, miedo y ansiedad en los lugares de atención de salud, sensación de ser infantilizada, de no tener voz. 

Tales hechos se condicen con la experiencia de Nadia, quien afirma que los daños psicológicos han perdurado en el tiempo, sigue teniendo pesadillas con el hospital, con los  gritos de su bebé y de las enfermeras. Así mismo, tiene la convicción de que su hija de 12 años también sufre consecuencias, específicamente ansiedad por separación, lo que ella relaciona directamente a las situaciones en las que se la arrebataron bruscamente.

Una forma de borrar a las mujeres mapuche

Según Tragolaf,  la violencia e imposición de la medicina occidental en las mujeres ha sido una de las tantas formas de dominación e inferiorización de la nación mapuche. “Pasó igual que la lengua, nos prohibieron tanto comunicarnos en mapudungun que finalmente muchos mapuche dejaron de hablarlo, por miedo y por protección”. En el caso de las mujeres puntualmente, reflexiona que se han arrebatado las costumbres ancestrales que se relacionan a la salud sexual y reproductiva, conocimientos que eran transmitidos de madres a hijas sin pudor ni culpa.

Por otra parte, ella equipara esta situación a lo que enfrentan las machi, que constantemente sufren un tipo de discriminación siendo asociado a un rol negativo relacionado con la brujería.  

En esta línea, Tragolaf, asegura que la transgresión a los derechos de las mujeres mapuche dentro del sistema de salud es otra manera de borrarlas. Esto también se puede observar en las parteras, quienes han desaparecido en masa en las últimas décadas. “Las puñeñelchefe (parteras) tenían un conocimiento al respecto de la salud sexual de las mujeres que fue perseguido y prohibido”, además, agrega el sesgo separatista, “ellas cumplían un rol importante para las mujeres, porque dentro de la sociedad mapuche son muy cerradas en materia de su salud sexual, los hombres no tenían cabida ahí” señala.

Estas afirmaciones se condicen con lo estudiado por la académica Salazar, quien a través del estudio llamado “El oficio de la püñeñelchefe: Memorias del parto en los relatos de tres mujeres mapuche de la comunidad Curaco Ranquil”, ha señalado que los historiadores mapuche califican  las prácticas estatales sanitarias como  una causa de la desaparición de las püñeñelchefe (parteras), y a la larga, esto ha causado que las familias pierdan sus tradiciones ancestrales referidas al parto y salud sexual.

Así mismo lo mencionaba la expresidenta de la convención constitucional, Elisa Loncón, en relación a las tradiciones culturales cuando se aprobó la ley de derechos sexuales y reproductivos. “Tenemos instalados los Derechos Reproductivos en el conocimiento ancestral de nuestros pueblos. Las mujeres, desde nuestras madres y abuelas, hemos sido educadas sobre nuestro cuerpo y también aprendimos métodos de fertilidad y no fertilidad”. En solo esta frase, la constituyente, hizo énfasis en cómo el sistema hegemónico chileno les quitó a las mujeres indígenas la capacidad de decidir sobre sus cuerpos.

En el caso de las mapuche zomo (mujeres mapuche), debido a la imposición de la educación no mapuche, el valor de las mujeres fue decayendo y el cuerpo femenino comenzó a simbolizar algo negativo y desconocido. Por un lado, la menstruación pasó de ser un motivo de celebración a ser una enfermedad y un tabú, así lo indica la investigadora Margarita Calfio, en su publicación “Peküyen”, donde afirma que el comienzo del ciclo menstrual “involucra transferencia de información y conocimientos por parte de las mujeres mayores a las niñas; incluso se sabe de ciertas ceremonias y regalos para la festejada, por parte de las familias de la comunidad”. En concordancia a lo afirmado por Tragolaf, las investigadoras afirman que era normal el conocimiento sobre el lawen (medicina a base de plantas), para controlar el ciclo, para no tener bebés tan rápido, para atenuar dolencias, y para abortar. Conocimientos que en materia de parto las puñeñelchefe se desempeñaban profesionalmente, y que el colonialismo se las arrebató.

Sin duda, a pesar de que hoy existan grandes avances en materia de salud reproductiva con la Ley Adriana y la ley constitucional de derechos reproductivos y sexuales, es importante que en dichas leyes se garantice la interculturalidad de forma transversal, de lo contrario, la degradación de las mujeres indígenas seguirá perdurando invisiblemente como ha sucedido hasta hoy.

 

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