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Objetualización y paternalismo en ginecología: la importancia de protocolos y consentimiento expreso BRAGA

Objetualización y paternalismo en ginecología: la importancia de protocolos y consentimiento expreso

Stella Salinero Rates
Por : Stella Salinero Rates Investigadora e integrante de la Colectiva contra la Violencia Ginecológica y Obstétrica
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Muchas mujeres dicen que les toca la “revisión técnica” para referirse a que deben acudir al control ginecológico de rutina. Se auto perciben como un objeto sobre el cual se realizan diversas operaciones para luego darle el visto bueno y entregarles su permiso de circulación. Toma la idea de una situación necesaria, pero penosa, a la que nos sometemos, asimismo subyace que hay que desprenderse de ese cuerpo y tratarlo como si fuera un objeto y estar ausente. Para que deje de ser vista de esa manera, es necesario terminar con el paternalismo (y autoritarismo) e instalar fuertemente un cambio de visión: asumir una visión que reconozca derechos, nuestra capacidad de decisión, nuestro propio saber y que por supuesto se practique el consentimiento informado expreso.


He escuchado a muchas mujeres decir que ya les toca la “revisión técnica” para referirse a que deben acudir al control ginecológico de rutina. Si bien al principio me chocó este modo de expresarse, dado la naturaleza íntima de esa examinación (debemos sacarnos la ropa, subirnos a una camilla y exponer nuestros genitales), luego pensé que podría tener sentido en particular por lo objetualizante.

En esa comparación se perciben a sí mismas como un objeto al cual se le hacen pruebas, se observa el estado de su exterior (exploración visual vulva) y del interior (vagina y cuello del útero) se le introducen instrumentos (espéculo), se la toman muestras para luego darle el visto bueno y entregarles su permiso de circulación (sexual, reproductiva).

Toma la idea de una situación necesaria para nuestra salud, pero penosa, a la que nos sometemos ordenada y obedientemente cada año, como asimismo subyace que hay que desprenderse de ese cuerpo en tanto íntimo y tratarlo como si fuera una máquina, una cosa, un objeto y estar ausente. Todo lo anterior en vistas de cumplir con el mandato de género del cuidado de nuestra salud sexual y reproductiva.

La idea de la consulta ginecológica como un símil del llamado “control niño/a sano” la tomé de la lectura de un Manual de Ginecología y Obstetricia al uso en Chile donde se menciona que “la paciente adulta asiste a control ginecológico como control sano”.

En nuestro país esto inmediatamente trae a la mente la idea del control que le realizan a las y los niños, cuestión que por extensión nos infantiliza. Pienso que esta analogía es correcta en tanto ésta es sumamente paternalista y en cuanto supervigila nuestra salud.

“El control niño/a sano” para quien no lo conozca es un programa del Estado para la “prevención, detección y tratamiento oportuno de enfermedades, acompañamiento para el niño y su familia para lograr un adecuado desarrollo y crecimiento”.

No existe carácter preventivo en los exámenes ginecológicos, sino, a lo sumo, detección temprana. La detección temprana es importante pero no es lo mismo que preventiva. De hecho, la única medida que podría considerarse de carácter preventivo es la educación sexual integral. En nuestro control sano ginecológico se nos guía con consejos para cuidar nuestra sexualidad (digamos heterosexualidad, porque sí, la ginecología es profundamente heteronormativa), en donde se nos conduce principalmente por la vía de la reproducción.

El control sano como supervisión, que vigila/acompaña el crecimiento, cursa muchas veces con retos, regaños y también con una fuerte idea paternalista de que no estamos capacitadas para tomar buenas decisiones sobre nuestra propia salud y cuerpo. Se nos tiene que guiar porque no sabemos por defecto (abonando esa antigua idea de que las mujeres seríamos irracionales en la toma de decisiones) y permanecemos bajo un tutelaje permanente.

Por ejemplo, cuando decimos que no queremos cumplir ese destino que la sociedad nos asigna (la maternidad), y solicitamos una anticoncepción quirúrgica nos la niegan, argumentando que ya nos va a llegar el instinto o que nos podemos arrepentir. Esta idea de que nos vamos a arrepentir supone que no tomamos decisiones meditadas y que no sabemos lo que es bueno para nuestra vida, y en ello nuestros derechos sexuales y (no) reproductivos se diluyen.

Por el contrario, cuando llegamos solas a una consulta para solicitar la reproducción asistida, también el camino es muy paternalista, autoritario y maltratador y vale decir que de esto se ha hablado muy poco aún (pero el destino de la maternidad parece estar vinculado a la presencia de un tutor hombre).

Quiero dejar muy claro que este paternalismo también es nocivo en la atención infantil, y que por supuesto hay que considerar el consentimiento y explicarle a niñas y niños sobre un procedimiento o tratamiento con un lenguaje claro y empático (y no sólo dirigirse a quien le acompañe, madre, padre, o tutora), respetando sus deseos, siempre pidiendo el consentimiento cuando se le hace un procedimiento y/o revisión, y por supuesto utilizando la máxima delicadeza.

El control sano de la ginecología nos homogeneiza a partir de un ideal de lo que debiese ser un cuerpo “femenino” y su funcionamiento. La diferencia es que en el control niño/a sano participan diferentes profesionales de áreas de la salud, en el cual no se reduce a los y las niñas a una sola dimensión de su cuerpo, mientras que en la consulta se intenta dar respuesta desde un sola práctica a otras dimensiones de la salud e incluso de la vida, realizando la antigua y todavía, desgraciadamente vigente, conexión psiquis útero.

En algunos manuales de ginecología de diversos países he encontrado que piensan que esperamos de la consulta ginecológica una atención integral considerando áreas como la de salud mental, ahí está dicha conexión. Una consulta más amplia de lo que podríamos suponer cuando acudimos, como si fuera una suerte de medicina de cabecera de las mujeres y personas asignadas mujer al nacer.

Con la idea de que vamos a buscar información y apoyo para la vida en la consulta, se abre un espacio para que se entrometan en nuestra intimidad y muchas veces lo que sí queremos saber, lo que necesitamos, nos es negado “por nuestro propio bien”. Transgreden los límites profesionales, dan opinión sobre nuestra apariencia, cuerpo, sexualidad, cantidad de parejas sexuales, orientación sexual, opciones éticas de alimentación y un largo etcétera.

Para que la consulta ginecológica deje de ser percibida como “revisión técnica” y descrita como “control sano”, eliminando todas las connotaciones negativas que ambas conllevan, es necesario terminar con el paternalismo (y autoritarismo) e instalar fuertemente un cambio en la visión que se tiene de quienes acudimos a la consulta.

Asumir una visión que reconozca derechos (tanto nuestros derechos humanos, como sexuales y (no) reproductivos), nuestra capacidad de decisión, nuestro propio saber y que por supuesto se practique el consentimiento informado expreso.

Esto es, todo procedimiento o tratamiento invasivo debe contar con una explícita anuencia de quien es sometida al mismo, previa conversación y explicación del por qué y el cómo, presentando todas las alternativas disponibles para devolver a las mujeres la decisión sobre dichos procedimientos y la autonomía sobre sus cuerpos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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