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Todas somos Jenni, con o sin cámaras Yo opino

Todas somos Jenni, con o sin cámaras

Florencia Tevy
Por : Florencia Tevy Genetista Miembro de la Asociación Red de Investigadoras Miembro de Academic Parity Movement .
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La brutal vivencia mediatizada a nivel mundial de Jenni Hermoso es la historia de muchas mujeres en diferentes áreas del mundo laboral, en todo el mundo, también en Chile. Lo que hace a este caso único y tan expuesto, es que las cámaras del mundo estaban puestas sobre ella en el preciso instante del abuso. 


Jenni no esperaba “un pico” de Luis Rubiales, una persona con quien mantenía sólo una relación laboral y quien aún es una de las máximas autoridades en su rama de trabajo. Durante la mediática entrega de medallas a las campeonas del mundo, en ese preciso momento, a vista y paciencia de todos, fue tomada por sorpresa, no supo cómo reaccionar y ocurrió el abuso.

Ella no dijo nada durante días, mientras tanto, Rubiales aprovechó ese tiempo para crear una historia que lo exculpara, derechamente para mentir, declarando que Jenni le había dado su consentimiento a lo que él calificó como “un pico” entre amigos, bajándole el perfil y cambiándole el nombre a las cosas: un beso no consentido entre una autoridad establecida en el poder y una trabajadora. Rubiales aprovechó el silencio y los primeros videos donde no se lo veía mover los labios pidiendo el consentimiento. 

Ella era la víctima, pero no supo reaccionar como se espera de una víctima, porque en el imaginario colectivo o en el ideario de la prensa, se ha instalado la idea de que una víctima debe reaccionar de una manera dada, una forma que a las víctimas no se nos ha comunicado. Tal como escribió Isabel Serra, portavoz de Podemos y feminista en su cuenta de Twitter: “Si estás muy mal eres una débil. Si estás bien es que querías. Si no lo cuentas no fue para tanto. Si lo haces quieres sacar provecho. Se llama “cultura de la violación”.  Los intentos de desacreditar a la víctima perpetúan la violencia y demuestran lo normalizados que están instalados los comportamientos abusivos. 

Aunque el video del beso sin consentimiento y la actitud impropia del dirigente se había viralizado y era claro que ella era la víctima, Jenni permanecía en silencio, pero la presión mediática mundial la obligó a salir a declarar, sin otra alternativa, la víctima tuvo que salir a dar explicaciones. En una carta pública Jenni Hermoso declara que: “A pesar de mi decisión, tengo que manifestar que he estado bajo una continua presión para salir al paso con alguna declaración que pudiera justificar el acto del Sr. Luis Rubiales. No solo eso, sino que de diferentes maneras y a través de diferentes personas, la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) ha presionado a mi entorno (familia, amigos, compañeras, etc.) para que diera un testimonio que poco o nada tenía que ver con mis sensaciones.” Esta práctica institucional se conoce como la defensa corporativa, defender a la institución por sobre el sentido de justicia, en los casos de abuso a las mujeres, la práctica es casi siempre la misma: las autoridades intentan justificar al victimario, se esmeran y usan todos sus recursos para bajarle el perfil a la situación,  incluso creando frames falsos de los hechos, instalándolos en la opinión pública como verdades absolutas, dilatan las decisiones para evitar la penalización del comportamiento, obligan a la víctima, usando todos los recursos de coerción y poder que ostentan, a justificar su reacción. Como secuencia de estas malas prácticas, revictimizan a la mujer a la cual se le han vulnerado sus derechos y así, caso a caso, se va creando la sensación de impunidad. Quienes no reconocen a la víctima cómo tal, forman parte de lo que se llama “cultura de la violación”, un concepto acuñado por el feminismo, que engloba la justificación, normalización y legitimización cultural y social de la violencia hacia la mujer y grupos tradicionalmente marginados. 

Cuando piensas en los hechos, “¡Jolines! ¿Qué se le cruzó a este tío Rubiales por la cabeza para hacer esto? Muy posiblemente sea, que él, al igual que otras veces, pensó que no le pasaría nada por su posición de poder, o tal vez se sentía muy protegido por la red de influencias que lo ha mantenido en el cargo, pese a haber enfrentado más de una decena de polémicas de alto calibre, tal vez también porque sus redes llegaban hasta el presidente Pedro Sánchez, o simplemente Rubiales, sabía que podría escudarse en la defensa corporativa de la RFEF. 

La brutal vivencia mediatizada a nivel mundial de Jenni Hermoso es la historia de muchas mujeres en diferentes áreas del mundo laboral, en todo el mundo, también en Chile. Lo que hace a este caso único y tan expuesto, es que las cámaras del mundo estaban puestas sobre ella en el preciso instante del abuso. 

Si hiciéramos un símil a la realidad que por ejemplo vivimos las investigadoras en la academia, Rubiales podría ser uno de los tantos profesores conocidos, que agredieron física o verbalmente a alumnas, asistentes, profesoras o colaboradas y que sólo el escándalo público y la movilización estudiantil, pudieron contrarrestar el corporativismo académico y tras cartón, al menos sacar a algunos de ellos de sus posiciones de poder, aunque no necesariamente terminar en causa penal, ni condenados judicialmente. 

Digo algunos, porque otros han usado su posición, sus históricas amistades con las autoridades, relaciones políticas, dentro y fuera de la universidad, para seguir abusando, porque creen que nadie los ve, porque como dijo un colega para justificar a un académico denunciado de haber acosado a una alumna de postgrado: “si nadie lo vio es porque no pasó”, justificando la conducta impropia y delictual del profesor en la posición de poder, aún a sabiendas que dicho “académico” tenía ya tres sumarios abiertos y varias denuncias más en su contra por el mismo motivo. Igual que en el caso Rubiales. Casos casi calcados, pero sin cámaras y sin el interés global del emergente fútbol femenino. Pues, tras el “incidente”, o como dijo un periodista con escasa sensibilidad, “tras la teleserie Hermoso-Rubiales”, se supo que todos sabían que Rubiales mantenía un historial de acoso y abuso, pero pese a ello se ha mantenido al frente de RFEF por años. 

El caso, por su dimensión mediática llegó hasta el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, quien en alusión pública mostró su apoyo a Jenni Hermoso diciendo,Las mujeres en el deporte siguen haciendo frente al acoso y el abuso sexual. Todos tenemos la responsabilidad de denunciar y hacer frente a estos abusos”. 

Sin luces, sin cámaras, sin la popularidad del fútbol, las mujeres en las Universidades seguimos haciendo frente al acoso y el abuso sexual y aunque las políticas institucionales invariablemente alientan a las víctimas a denunciar, las políticas de apoyo a las víctimas que presentan quejas formales son anuladas, pues los procesos internos de persecución e investigación son débiles y extremadamente lentos, mientras no avanzan las investigaciones, las víctimas son cuestionadas, canceladas, puestas en tela de juicio, apuntadas con el dedo y pasamos de víctimas a “mujeres problema”, verdaderos “cachos” para el funcionamiento institucional. Los abusadores se sienten protegidos y así, pese a las leyes, nuevas leyes, el abuso se mantiene, casi, incólume.  

Esto también es cultura de la violación, porque minimiza las consecuencias que tiene para las víctimas el acto de denunciar agresión y abuso y genera la sensación de impunidad en la comunidad universitaria. ¿Acaso las autoridades piensan que no somos todas iguales a Jenni Hermoso? 

Así como el lugar más lógico para apoyar a las futbolistas debería ser la RFEF, las universidades deberían ser el lugar apropiado para apoyar a las víctimas al interior de la academia, pero la amplia cantidad de escándalos públicos demuestran que, a menudo, las instituciones en realidad protegen a los victimarios y sólo cuando se encienden las luces y las cámaras, se ve realmente a la víctima y la justicia, antes burocrática, como por arte de magia, de pronto se vuelve ágil y eficaz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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