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Markneukirchen: la dulce melodía del éxito

En Alemania existe un pueblo entero, que por casi cuatro siglos, se ha dedicado a la fabricación de instrumentos musicales. Todos en el pueblo tiene una historia que contar sobre cómo aprendieron su oficio, ya sea haciendo clarinetes, mandolinas o trompas, normalmente animados por un padre o un tío o un miembro de la generación anterior.


Hoy en día, la tranquila población de Markneukirchen, situada en las montañas del este de Alemania, cerca de la frontera con la República Checa, puede ser descrita como un «cluster económico», un lugar donde diferentes compañías combinan su trabajo en una sola industria.

Pero cuando aquí se empezaron a fabricar instrumentos musicales hace casi cuatro siglos, no existía ningún vocablo de moda para explicar la manera en la que estaban organizados.

Simplemente era la forma en la que hacían las cosas: los fabricantes de violines se establecieron al lado de los fabricantes de arcos, mientras que el taller de trombones dependía del fabricante de boquillas de la calle de arriba.

En la actualidad, en esta población y su valle hay 113 compañías diferentes dedicadas todas ellas a la fabricación de instrumentos musicales. Se basan en métodos tradicionales, pero utilizan los medios modernos para estar en contacto con mercados lejanos.

Todos en el pueblo tiene una historia que contar sobre cómo aprendieron su oficio, ya sea haciendo clarinetes, mandolinas o trompas, normalmente animados por un padre o un tío o un miembro de la generación anterior.

El fenómeno musical en esta población se inició en el siglo XVII cuando un grupo de protestantes huyó de la persecución religiosa de la vecina Bohemia.

Entre ellos había un grupo de fabricantes de instrumentos que se establecieron en Markneukirchen. Hacia 1900, el 80% de los instrumentos musicales del mundo se fabricaban en este lugar.

En Markneukirchen no sólo fabrican instrumentos. También los tocan.

Es un pueblo alemán típico, con una plaza central dominada por una iglesia. Caminando por aquí se pueden ir viendo negocios y tiendas con carteles que indican que se fabrican cítaras o arcos para violines o boquillas para trompetas.

Pero por lo general hay que preguntarle a un residente local para saber qué está sucediendo detrás de las cortinas de los escaparates.

En el número 9 de la calle Albert, por ejemplo, hay un fabricante de arcos y mentoneras para violines y en el 23 crean cítaras.

Ninguno tiene vistosos escaparates, pero venden sus productos en el mundo entero.

Todos los fabricantes de esta localidad hablan de la importancia de la calidad.

«Tenemos más de 100 fabricantes de instrumentos musicales», explica Frank Bilz, quien lleva el marketing de gran parte de la industria del pueblo.

«La mayoría son pequeños talleres -un 80% diría- en el que trabajan el padre, el hijo y la mujer».

«El otro 20% son pequeñas y medianas compañías. Algunas, las más grandes, tienen entre 150 y 300 empleados», explica Bilz.

Herencia familiar

Todos en el pueblo tiene una historia que contar sobre cómo aprendieron su oficio.

En este lugar se nota que la tradición es importante.

Bjorn Stoll, por ejemplo, aprendió a hacer contrabajos de su padre. Generaciones previas fabricaban las cuerdas para los contrabajos y no el instrumento completo.

«Mi retatarabuelo empezó en 1835 haciendo cuerdas para instrumentos. Mi abuelo también y mi padre fue el primer fabricante de contrabajos», explica Stoll.

El negocio Voigt Brass fue establecido en 1988 por Juergen Voigt.

Empezó a tocar el trombón a los 10 años y a los 14 su tío le enseñó a fabricarlos.

Trabajó durante 20 años para un gran fabricante y en 1988 decidió empezar su propio negocio en casa. Hoy en día sigue trabajando en el taller, pero el negocio lo maneja su hija Kerstin.

«Lo llevo en la sangre», dice ella.

El negocio se ha expandido de la casa de los Voigt a un taller a las afueras del pueblo, pero la metodología sigue siendo la misma: dependen de la habilidad y el buen trabajo de los artesanos.

Han invertido en maquinaria y venden sus productos por internet, pero siguen dependiendo del trabajo manual.

¿Cómo pueden estas compañías y sus métodos tradicionales competir con China?

Kerstin Voigt reconoce que China puede producir a gran escala a precios baratos, pero cree que su compañía tiene la ventaja de que personaliza sus instrumentos para sus clientes.

«Sobrevivimos porque hacemos cosas especiales para músicos especiales», asegura.

Bjorn Stoll está de acuerdo. «China no es un problema para mí. China fabrica barato y con baja calidad. También hacen cosas de buena calidad, pero son caras. Los músicos en China quieren instrumentos europeos», explica.

Pasado comunista

Las autoridades dedicaron una serie de sellos a los fabricantes de instrumentos.

Durante los años del comunismo, el gobierno de Alemania Oriental se dio cuenta de la importancia de esta industria para sus exportaciones.

Los negocios se reorganizaron colectivamente. La demanda extranjera fue analizada por el Ministerio de Comercio y a los fabricantes se les daban patrones de producción en enero que debían cumplir durante todo el año.

Les entregaban los instrumentos a las autoridades a cambio de un sueldo y luego eran exportados.

Académicos de todo el mundo han venido a este lugar para ver cómo se pude replicar el modelo de pequeñas y medianas empresas.

Para Kerstin Voigt la respuesta es simple: «Tradición».

Se refiere a mantener los métodos tradicionales de fabricación que aprendió de su padre y utilizar maquinaria cuando sea necesario y no ponga en peligro la calidad del producto.

También creen firmemente en enseñar a las futuras generaciones y en adaptarse para satisfacer a nuevos mercados.

Todavía hay gente que encuentra la virtud en hacer las cosas bien.

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