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Opinión: El Café del Cerro, nostalgia y memoria Tributo a este espacio cultural en la Casa de la Ciudadanía

Opinión: El Café del Cerro, nostalgia y memoria

Patricio Olavarría
Por : Patricio Olavarría Periodista especializado en Política Cultural
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Patricio Olavarría. Periodista, docente UAHC, y Director de la Casa de la Ciudadanía.


Quienes pertenecemos a la generación de los ’80 recordamos con cierta nostalgia aquellos años que se vieron caracterizados por la protesta callejera, las tomas de las facultades universitarias, el cassette, la cortina musical del diario de cooperativa, los cacerolazos, el regreso de miles de exiliados al país, y la visita de Juan Pablo II, como algunos de los hitos que marcaron una década que dio paso a la democracia en Chile. Digo con cierta nostalgia, porque lo que vino después es claramente distinto. El país es otro y para bien o para mal, solo queda el recuerdo y la herencia de una época que marcó a una generación de jóvenes que crecieron en dictadura.

Aunque el país aún vivía a la sombra de un sol que no se quería dejar ver, daba señales de cambio y emergían movimientos culturales que estaban lejos de lo que algunos han llamado el “apagón cultural”. La década de los ’80 se caracteriza por su fuerza creativa, y el valor de los artistas chilenos que comienzan a expresarse de diversas formas y en diferentes lugares. Uno de esos lugares, y que hoy ya es una quimera, sin duda es el inolvidable Café del Cerro que se ubicaba en pleno barrio Bellavista.

[cita]Estoy convencido que el tributo al Café del Cerro, más que un homenaje, es un merecido reconocimiento también, a quienes más de alguna vez, patearon una piedra. Y por qué no, también para los que las siguen pateando[/cita]

A fines de los años setenta nace el sello Alerce para impulsar un proyecto cultural y creativo notable como fue lo que conocemos como “El Canto Nuevo”. Movimiento por el que transitaron importantes artistas chilenos y también algunos extranjeros, que con vigor y decisión tomaron las banderas de la libertad, para dar inicio a una corriente cultural que hasta el día de hoy recordamos, y que no cabe duda, con el tiempo dio frutos que hoy se pueden apreciar en nuevas generaciones de músicos y cantautores.

No hay que olvidar, que es una época de cambios e incertidumbres, y así como nace Alerce, emerge la Asociación de Fotógrafos Independientes AFI, se estrena la Negra Ester del gran Andrés Pérez, Diamela Eltit publica “Lumpérica”, Carmen Waugh inaugura La Casa Larga, Rodrigo Rojas y Carmen Quintana son quemados por una patrulla militar, hay querellas en contra de las revistas Apsi, Cauce, Hoy, el Diario el Fortín Mapocho, y también surge una revista primordial que todos los románticos de la época llevan bajo el brazo, me refiero a La Bicicleta. Revista que por cierto, lleva la voz cantante de la cultura y de la protesta del periodo.

Quizá Alerce y el canto nuevo, se pueden entender desde una perspectiva política a la luz de los tiempos que corrían en ese entonces, y hoy por qué no decirlo, como un esfuerzo independiente por consolidar lo chileno frente a la gran avalancha de música extranjera que dominaban las radio emisoras y la televisión chilena de la época, que solo se ocupaban en su mayoría de los géneros de revista o estelares nocturnos. Sin duda, esa energía que estaba puesto en el ideario político, hoy también es muy diferente porque los tiempos exigen otras cosas. La contemporaneidad de la cultura es absolutamente cambiante y visiblemente tiene otras preocupaciones y necesidades.

El Café del Cerro, al que hoy se le rinde un merecido tributo en la Casa de la Ciudadanía Montecarmelo, fue un espacio cultural y político en donde la trova y la poesía junto a estudiantes, profesionales, y trabajadores de la época se dieron cita, al más puro estilo de las viejas y clandestinas peñas. Era el lugar en donde se tomaba el vino navegado y se hablaba de política mientras algún cantautor o cantautora situaba la música, la reflexión, y el mensaje en pos de la libertad. Admirable proceso que será beneficioso recordar, porque si hay algo que hacía del Café del Cerro un lugar apreciado, era el sentido de cooperación y solidaridad.

En el Café del Cerro se congregaron artistas notables como Eduardo Peralta, Eduardo Gatti, Felo, Santiago del Nuevo Extremo, Congreso, Shwenke y Nilo, Isabel Aldunate, Osvaldo Torres, Illapu, Inti Illimani, Quelentaro entre tantos, y Los Prisioneros que llegaron a dar vuelta el tablero con el disco La voz de los 80, y así no solo revolucionar el escenario local de la música, sino también abrir nuevas vías de escape como luego lo fueron las fiestas de Matucana, el Trolley o la Caja Negra. También espacios que dieron marcha a un Chile más underground, y necesario que tendría que adaptar su modernidad a un sonido diferente, siempre recordable, y vigente.

Sin duda una época que no solo vale la pena rememorar con un dejo de melancolía, que también se puede asociar a cierta tristeza, o a un mirar hacia atrás como si todo tiempo pasado hubiese sido mejor. No es la idea, más bien, el ejercicio de la memoria tiene que ver con rendir tributo a la cultura, el arte,  y a la democracia, que hoy, no me cabe duda está entregada en gran medida a una industria, que siúticamente hemos llamado industria creativa.

Estoy convencido que el tributo al Café del Cerro, más que un homenaje, es un merecido reconocimiento también, a quienes más de alguna vez, patearon una piedra. Y por qué no, también para los que las siguen pateando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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