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Opinión de Cine: “Un pasado imborrable”, los trenes del olvido Un filme del realizador australiano Jonathan Teplitzky

Opinión de Cine: “Un pasado imborrable”, los trenes del olvido

Como uno de los buenos estrenos del segundo semestre, así se puede calificar a este largometraje de producción británica, protagonizado por los famosos Colin Firth y Nicole Kidman. Inspirada en una novela autobiográfica del escritor escocés Eric Lomax, la pieza aborda el dolor que significa para un ser humano, el haber sufrido graves apremios y torturas físicas, dentro de la barbarie propia de un conflicto bélico. Sin ser una película “sobre la Segunda Guerra Mundial”, su estructura narrativa-audiovisual sintetiza de lograda manera los tópicos de una bella historia de amor y de tormentos personales, con la revisión descarnada de un período histórico.


“Cuanto mayor es el tiempo que hemos dejado atrás, más irresistible es la voz que nos incita al regreso. Esta sentencia puede parecer un lugar común, sin embargo, es falsa. El ser humano envejece, el final se acerca, cada instante pasa a ser más apreciado, ya no queda tiempo que perder con recuerdos. Hay que comprender la paradoja matemática de la nostalgia. Ésta se manifiesta con más fuerza en la primera juventud, cuando el volumen de la vida pasada es todavía insignificante: a la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia”.

Milan Kundera, en La ignorancia

Con una secuencia hermosa, comienza Un pasado imborrable (The Railway Man, 2013). Un veterano de batallas pasadas, que sólo desea aliviar sus penosos dramas íntimos -a través de continuos e ilógicos viajes en tren por las colinas de Escocia-, se encuentra por casualidad y por error, con el amor de su vida. El contexto: los inicios de la década de 1980. Una pasión en movimiento, al igual que el reloj del tiempo, que nunca se detiene.

THE RAILWAY MAN

A medio trayecto entre una pintura de Edward Hopper y de un par de cuadros de dos filmes de culto como Antes del amanecer (1995), de Richard Linklater y Breve encuentro (1945), de David Lean, la escena es interpretada por una pareja de actores excepcionales: Colin Firth y Nicole Kidman. Dos soledades que se cruzan, gracias al auspicio del azar. El borderó y la calidad emotiva estarán aseguradas, por lo menos, durante los 116 minutos que durará la película.

“Quizás ya acabamos con el pasado, pero el pasado no acaba con nosotros”, dicen los personajes de Earl Patridge y de Donnie Smith, a lo largo de la Magnolia (1999), el segundo largometraje del estadounidense Paul Thomas Anderson. A Eric (Firth), el protagonista de la cinta que comentamos, le sucede tal cual, e idénticamente, que a esos roles inolvidables.

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Sobrevivió a la experiencia del duro frente asiático durante la Segunda Guerra Mundial, pero las secuelas de la conflagración siguen pernoctando en lo hondo de su cabeza y de su alma, continúan prevaleciendo sobre la totalidad de sus actos. Integrante de las tropas británicas que se rindieron a los japoneses en Singapur (1942), padeció los casi tres años de cautiverio, a manos de los implacables soldados nipones.

¿Otra cita a raíz de este detalle? Una referencia, sin duda, al largometraje El imperio del sol (1987), de Steven Spielberg, que estelarizada por el en ese entonces niño Christian Bale, se basó en la novela autobiográfica del notable escritor inglés de ciencia ficción, J. G. Ballard.

Al joven Eric le infringieron fuertes torturas corporales y psicológicas, cuando estuvo prisionero por la policía secreta de Tokio, debido a un confuso incidente del que se le culpó con exclusiva responsabilidad. Casi cuatro décadas después, el ahora maduro oficial retirado, ha visto condicionada toda su existencia por esas sesiones de locura, crueldad y aprendizaje en el lado b de la humanidad.

La vida íntima de Eric quedó hecha añicos, nunca se emparejó, menos pudo fundar una familia, ni tampoco se hizo monje. Traumado, medio “tocado” mentalmente, el cincuentón sólo atina a leer y a subirse a un tren escocés, con el propósito entendible de evadirse. La droga y analgésico: el deslizarse del ferrocarril, que moviéndose encima de un camino de acero, lo lleve a encontrarse consigo mismo, y paradójicamente, con el olvido. Pero termina topándose con Patti (Nicole Kidman), quien se convertirá por esas casualidades del acontecer, en su esposa.

“El olvido es una de las formas de la memoria, su vago sótano, la otra cara secreta de la moneda”, escribió Jorge Luis Borges. Así, los ajustes de cuentas resultan, la mayoría de las oportunidades, dolorosos. Aunque el evitar hacerlos, no nos permita dormir tranquilos. Las neuralgias se suceden pasmosamente, y Eric deberá actuar, para bien suyo y el de su mujer.

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Vuelve al lugar de los hechos, a enfrentarse con su verdugo.

Ingresamos en lo mejor de Un pasado imborrable.  En su análisis dramático y audiovisual de conceptos tan importantes y gastados como el perdón, la redención, la capacidad de sobreponerse al dolor y de dar vuelta la página, la versatilidad de “reinventarse”, en una palabra. Fácil decirlo, ¡bien arduo llevarlo a la práctica!

El director australiano Jonathan Teplitzky (conocido por sus créditos en Burning Man y Better Than Sex), resuelve bien las disyuntivas artísticas y cinematográficas que plantea su película. Eso, mediante las técnicas del racconto y de la transposición escénica de un Eric maduro, el quebrado y vapuleado del presente, hacia segundos cruciales del pasado que tanto le angustian.

Sin caer en las soluciones obvias, el realizador siempre mantiene en vilo la intensidad y el suspenso de alguna macabra salida, de esta trama de generosidad y de venganza, hacia una ventana argumental no prevista por los espectadores, ni menos, por la dupla de eficientes guionistas (Frank Cottrell Boyce y Andy Paterson); quienes tejieron el libreto, encima de la piedra angular que les dejó el texto homónimo de Eric Sutherland Lomax (1919 – 2012).

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Ocasionalmente, los nubarrones del pasado, que jamás anhelan desaparecer, ensombrecen la vida. Los viajes homéricos, sin ser la única solución, a veces entregan la llave para abrir la cerradura que limpiará la habitación del autoengaño. Al final, los únicos que conocemos las hormas de cada zapato utilizado, somos nosotros mismos. Aunque saber cuánto calzamos y la magnitud de lo que nos hicieron, repela la conciencia y la heroica imagen que hemos intentado levantar ante los demás, en la simple ilusión de sobrevivir.

Luego de concluir la observancia de Un pasado imborrable, rememoramos otras dos novelas queridas y a la adaptación cinematográfica de una de ellas: a El regreso (2006) –qué bella ficción-, del narrador alemán Bernhard Schlink, y a Trenes rigurosamente vigilados (1964), del fallecido escritor checo Bohumil Hrabal. Existe una célebre traslación fílmica de esta última: de idéntico título, es en blanco y negro, y su data de factura se remonta al año de gracia de 1966. La dirigió Jiří Menzel.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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