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Trump, la lectura y el idilio progresista chileno que puede acabar en malas políticas públicas En respuesta a la columna de Paulo Slachevsky

Trump, la lectura y el idilio progresista chileno que puede acabar en malas políticas públicas

Nosotros como Fundación Ciudad Literaria, al igual que Paulo Slachevsky también creemos en la influencia que puede llegar a tener la literatura y la lectura en el desarrollo de la democracia. Pero eso no contesta la pregunta si efectivamente la lectura es una condición necesaria para fomentar o inhibir el desarrollo de formas particulares de moralidad ciudadana. Ello resulta relevante y apremiante sobre todo tras las nuevas oleadas de xenofobia y racismo que asolan las costas de Chile y el oportunismo mimetista de nuestros candidatos presidenciables más querulantes.


18Hace unos días, Paulo Slachevsky escribió en este mismo medio una columna de opinión titulada Trump, la democracia, el desarrollo y la Política Nacional de la Lectura y del Libro. Se podría decir, de modo ciertamente impresionista, que en ella se afirma que una las razones que explican la inusitada victoria de Trump está relacionada con el particularísimo sentido que asume la cultura estadounidense. Distribuida de modo desigual y segregado por criterios raciales y económicos en ghettos, posibilitó la conformación de grandes grupos supremacistas blancos a la vez que racistas y xenófobos. Ello debido a su marginación educacional en un contexto altamente individualista y temeroso del Otro.

Frente a dicho diagnóstico socio-histórico, Slachevsky parece proponer que una de las condiciones necesarias “para tener una democracia sólida y profunda, una democracia que pueda avanzar en momentos de crisis y no tener reflujos racistas”, es la democratización de la lectura y el desarrollo de la capacidad crítica de la ciudadanía.

Luego, el autor comienza a vincular la lectura con el desarrollo socio-económico, de la educación y de las políticas educativas. Así, el libro y la lectura aparecen como un motor fundamental para el desarrollo de nuestra sociedad ad integrum. Y por ello puede ser tan bienvenida la nueva Política del Libro.

La impresión del lector frente a la columna no se distancia de cierta incomodidad. Ello dado que uno no llega a comprender bien cuál es el objetivo del texto, ni tampoco qué hace que exhiba un puñado de temas sacados de a oídas, y tan amplios que parecen aglutinados más por consonancia temática que por algún hilo conductor lógico o argumentativo.

Y es que si bien se puede estar de acuerdo con el espíritu que se agita entrelíneas, en el fragor de la convicción y entusiasmo enarbolados por el columnista, cabe detenerse un momento y volver al lugar que ocupa el fenómeno Trump en la columna. Porque en apariencia es ese y no otro el eslabón que permite catalizar y desbrozar la serie expansiva de temáticas que acabamos de sintetizar.

El autor parece levantar a la lectura como escudo frente a los populismos de derechas que promueven la xenofobia, el racismo y la discriminación. Pero no solo eso, sino que la lectura sería el antídoto (o la condición necesaria) que además de erradicar los lastres bizantinos y conservadores de cada cultura, va a promover y desarrollar una cultura progresista, democrática y multicultural. Así, lo que parece estar planteando Slachevsky es que el “infierno trumpeano” resulta ser el inverso especular del paraíso progresista, y mediante la lectura es que se libra la batalla que nos arrojará a uno u otro.

Si bien las animosidades elevan las esperanzas y revitalizan el espíritu, a veces hay que ir más lento para no desorientarse en la embriaguez de las convicciones. Y es que, sin duda, entendemos el fervor y entusiasmo de Paulo Slachevsky. No solamente porque hace el más absoluto sentido que alguien que ha luchado por difundir la cultura y la lectura de modo tan destacable tienda a tener ojos favorables en el poder que la literatura puede tener. Y no solo por ello, sino porque nosotros como Fundación Ciudad Literaria también creemos en la capacidad que tiene la literatura y la lectura para el desarrollo de competencias metacognitivas y la influencia que puede llegar a tener en el desarrollo de la democracia. No cabe duda. Pero eso no contesta la pregunta que nos interesa, a saber, si efectivamente la lectura es una condición necesaria para desarrollar una forma de organización social específica como la democracia y sobre todo si puede fomentar o inhibir el desarrollo de formas particulares de moralidad en la ciudadanía. Ello resulta relevante y apremiante sobre todo tras las nuevas oleadas de xenofobia y racismo que asolan ya nuestras provinciales costas y el oportunismo mimetista de nuestros candidatos presidenciables más querulantes.

Por lo anterior, y para separar la paja del heno, requerimos una visión más desapasionada de los efectos de la lectura en la población que nos permita circunscribir sus posibilidades efectivas de transformación, y las formas que dicha transformación puede tomar.

Las investigaciones actuales demuestran de manera contundente que el hábito de leer contribuye significativamente al desarrollo de una serie de capacidades cognitivas, y no solo la habilidad de interpretar y elaborar textos. También se ha mostrado, aunque esto es más difícil de evaluar, que la lectura estimula el desarrollo emocional y subjetivo de las personas, especialmente de los más jóvenes.

A la luz de lo anterior, resulta imposible negar la importancia de la lectura, y del libro como principal canal de adquisición de esta práctica. Sin embargo, no existen investigaciones empíricas, ni teorías sólidas, que permitan demostrar una relación entre leer mucho y el desarrollo de valores democráticos, progresistas o liberales. De manera inversa, también resulta falaz afirmar que las personas que sostienen visiones fascistas o conservadoras del mundo lo hacen por ignorancia o falta de lectura.

Lo anterior no quiere decir que la lectura es irrelevante para el desarrollo ético y político de las personas. Por el contrario, Hakemulder (2000) y otros autores han mostrado que sumergirse en ficciones de distinto tipo funciona como un “laboratorio moral”, donde los lectores pueden plantearse con distancia y reflexividad ciertos dilemas asociados al mundo ficticio que se está explorando, y construir así un auto concepto moral más robusto.

Otras investigaciones (Oatley, 2011) han mostrado además el rol positivo que las ficciones pueden tener para el desarrollo de la empatía y la reflexividad como capacidades subjetivas. Sin embargo, nada de lo anterior puede ser utilizado para argumentar que la literatura promueva determinados valores morales o políticos, sino más bien que permite a las personas explorar y volverse más conscientes respecto a los propios esquemas valóricos y subjetivos. Aunque podría pensarse en ciertas lecturas específicas que promueven de manera explícita o implícita el respeto por la democracia o los derechos humanos, estos no son valores intrínsecamente asociados a la práctica de la lectura.

Si bien ya resulta un lugar señero y tentador el pensar que la práctica lectora es su aliada natural, sobre todo debido al gran valor que las élites progresistas y de izquierda asignan a la cultura escrita; esto no quiere decir que sus hábitos de lectura inculcaron dichos valores en los lectores, sino más bien que les permitieron articularlos y complejizarlos. Por lo tanto, debemos evitar proclamar a los libros como patrimonio intrínseco de un grupo u otro. Para entender correctamente la importancia de la lectura en nuestra sociedad actual, debemos evitar caer en el romanticismo progresista, que queda perfectamente ejemplificado con la esperanzada afirmación de Miguel de Unamuno, según la cual “el fascismo se cura leyendo”. Basta recordar que Hitler leía ávidamente, Stalin era un poeta frustrado y Pinochet — además de un lector por correspondencia del marxismo— fue un prolífico escritor de textos con un estilo siútico militar, al decir de Armando Uribe.

Los anteriores reparos pretenden ser un llamado a la cautela, evitando pedirle a la lectura cosas que ésta no puede conceder. Una política del libro y las prácticas lectoras que pretenda servirse de las prodigiosas posibilidades que la cultura escrita ofrece, debe hacerlo con un realismo irrenunciable que sepa aprovecharse de este maravilloso acervo, resistiendo el llamado de las sirenas a la idealización romántica que anima hermosos discursos pero que puede acabar en malas políticas públicas.

*Manuel Ugalde Duarte, Director General. Fundación Ciudad Literaria

Conrado Soto Karelovic, Director de Contenido e Investigación. Fundación Ciudad Literaria

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