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Festival de Jazz de Providencia: Una noche de intensidades disímiles y apuestas probadas Crítica especializada. Segunda jornada

Festival de Jazz de Providencia: Una noche de intensidades disímiles y apuestas probadas

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El lleno total que una vez más se tomó el Parque de las esculturas, demostró que había muchas ganas de dejarse seducir por apuestas sólidas e imaginativas, y en ese sentido la jornada de anoche lo cumplió solo a medias. Con más de veinte años de actividad ininterrumpida, La Marraqueta es una de las pocas agrupaciones de fusión (entiéndase jazz-rock con tintes personales) que ha logrado perdurar en el circuito local con un cierto estilo que ha tenido poca evolución a lo largo de su carrera, iniciada en 1994.


Luego de una apertura de alto nivel a cargo del nacional Agustín Moya y el notable grupo brasileño Trío da Paz, la segunda jornada del Festival de Jazz de Providencia se enfrentó a una parrilla que en el papel sonaba como muy disímil: la fusión “criolla” de jazz del longevo grupo La Marraqueta, y el particularísimo estilo del baterista estadounidense Matt Wilson, un tipo que navega por todos los estilos imaginables.

El lleno total que una vez más se tomó el Parque de las esculturas, demostró que había muchas ganas de dejarse seducir por apuestas sólidas e imaginativas, y en ese sentido la jornada de anoche lo cumplió solo a medias. Con más de veinte años de actividad ininterrumpida, La Marraqueta es una de las pocas agrupaciones de fusión (entiéndase jazz-rock con tintes personales) que ha logrado perdurar en el circuito local con un cierto estilo que ha tenido poca evolución a lo largo de su carrera, iniciada en 1994.

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El rasgo distintivo de La Marraqueta es unir desde una sonoridad y raíces de la música chilena, una estructura de jazz-rock y sonoridades latinas que lo emparenta a cierta fusión iniciada en los setenta por Mahavishnu Orchestra, Weather Report y luego explorada por Pat Metheny en sus múltiples colaboraciones. Anoche, la solidez de sus integrantes en el género lo hizo transitar sin mayores sobresaltos a través de un repertorio bien aceitado pero poco proclive al riesgo. Pedro Greene en batería, Pablo Lecaros en bajo eléctrico, Andrés Pollak en teclados y Mauricio Rodríguez en guitarra son músicos de larga trayectoria en la escena nacional y parte de la historia del jazz rock (tres de ellos fueron integrantes de la seminal banda Cometa) y en su participación en el festival se hicieron acompañar de un percusionista latino y un trío de bronces que le agregó un sabor inédito a su propuesta.

De esta manera se entiende (al menos este redactor) el intento por actualizar un repertorio que en sus tres discos editados en 23 años ofrece pocas sorpresas en un panorama en que justamente la rápida evolución a nuevas e imaginativas propuestas sonoras es parte de la naturaleza dinámica del jazz. Sin duda que el aporte de estos destacados músicos jóvenes (Cristián Gallardo en saxo alto, Alejandro Pino en trompeta y Alfredo Tauber en trombón) fue el elemento sobresaliente de la presentación de noche. En especial Gallardo, un notable solista de la escena y dueño de un explosivo estilo que protagonizó los mejores momentos del show, y que ya había estado en la versión 2015 del festival liderando a su propio trío.

Quizás el ser la banda más longeva en actividad del jazz nacional fue el argumento para incluir en la parrilla del festival a La Marraqueta, pero se echó de menos un repertorio más actualizado y encausado a nuevos territorios sonoros. Todo lo contrario significó la presencia del baterista Matt Wilson en el escenario del Parque de las esculturas. Wilson es un bandleader de gran trayectoria y con un personalísimo estilo que lo hace deambular sin mayores complicaciones entre el swing, bop, y vertientes cercanas al world music. Junto a su muy afiatado cuarteto compuesto por Jeff Lederer en saxo tenor, Martin Wind en contrabajo y Kirk Knuffke en corneta, comenzó su programa de manera sobria y sin estridencias cercano al sonido New Orleans y con guiños arábicos, para ir subiendo el pulso a la vez que las dotes histriónicas del baterista y su particular sentido del humor iban tomando el control.

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Wilson es un baterista especialmente dotado que hace simple una manera de tocar compleja e intrincada; es imaginativo en su búsqueda de sonoridades nuevas y dialoga con el público buscando su complicidad. Promediando su show invitó al saxo tenor Joel Frahm, quien había brillado la noche anterior acompañando al Trío da Paz, y jugó a ser un rockero cliché en una extraña performance músico-teatral. El aporte de Frahm le dio nuevas texturas al sonido muy bien comandado por el tándem Lederer-Knuffke y permitió un cierre alto en intensidad y muy festivo, donde la versatilidad de Wilson y sus músicos y su sentido del humor terminaron contagiando al público que se dejó llevar por la propuesta del inquieto baterista pese a que estricto rigor, ofreció un set list de estilos probados y sin mayores riesgos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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