Publicidad
Felipe Ramírez, el profesor de arte de niños rechazados por el sistema escolar que figura entre los mejores 40 del mundo CULTURA

Felipe Ramírez, el profesor de arte de niños rechazados por el sistema escolar que figura entre los mejores 40 del mundo

Publicidad
Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
Ver Más

Trabaja en las aulas de una escuela hospitalaria y con niños que son rechazados en otros colegios, en Puerto Montt. Por su labor ganó en el Global Teacher Prize en Chile y está entre los 40 finalistas de la versión mundial 2019, que elegirá a su ganador el próximo 24 de marzo. Aunque valora los avances de la educación chilena, asegura que «nos falta mucho, en calidad, en equidad, en formación profesional, para los desafíos propios de una sociedad en constante movimiento. La complejidad del aula de hoy dista mucho de la sala de clases de los años 60 u 80, incluso del 2000».


Felipe Ramírez (1986, San Bernardo) es un profesor especial. Trabaja en las aulas de la Escuela Hospitalaria, que también dirige, y con niños que son rechazados en otros colegios, en Puerto Montt. Su materia: el arte. Su metodología: muchos proyectos y, también, mucho trabajo en el exterior, fuera del aula. Una experiencia que lo ha llevado lejos.

Por su labor ganó en la tercera versión del Global Teacher Prize en Chile y quedó entre los 40 finalistas de la versión mundial 2019, que elegirá a su máximo ganador el próximo 24 de marzo.

«Siempre me gustó enseñar, era el típico niño que les explicaba a sus compañeros en el colegio. Recuerdo que le enseñé a leer y a escribir a mi hermano menor», comenta.

Hijo de poetas

Su entorno familiar, sin duda, contribuyó a su vocación. Sus padres, José Ramírez y Claudia Godoy, son poetas y fundadores del Centro Literario Andén. Creció en un hogar muy sencillo: su madre era técnica paramédica y su padre secretario. De ellos heredó la voluntad: estudiaron en modalidad vespertina cuando él ingresó a la enseñanza media e hicieron un esfuerzo «titánico» para convertirse en psicóloga y en profesor, respectivamente.

De joven le gustaba el arte y quería ser pintor. Confiesa que dibujaba con gran entusiasmo, pero no tenía un talento innato, así que se esmeró.

«Recuerdo que inicialmente para subir las notas de Artes Plásticas, porque era uno de mis peores promedios. Comencé a progresar y a considerarlo como una opción para mi formación profesional, lo que fue complejo para mi familia y mis profesores, ya que tenía muy buenas notas en los ramos científicos y humanistas. Siempre estaba entre los mejores promedios de mi curso y eso de algún modo generaba una presión por seguir una carrera más vinculada a la salud o la ingeniería», relata.

El aporte de la UMCE

Finalmente, decidió estudiar Pedagogía en Artes Visuales. Vio en esta carrera la oportunidad de desarrollar su pasión por el arte y el deseo «de contribuir a una mejor sociedad, desde el desarrollo de la sensibilidad y la valoración de la cultura».

Recuerda que cuando visitó el ex Pedagógico y conoció la Facultad de Artes Visuales, fue un amor a primera vista, «supe que ese era el lugar y la carrera que quería seguir».

La Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación le entregó una «excelente» formación de pregrado, «guardo los más bellos recuerdos de mis años en el Peda (2005-2009)», cuenta.

«Fui ayudante de dos maestros, Pedro Bernal en pintura y Humberto Zaccarelli en teoría del arte. El Departamento de Artes Visuales era una comunidad de aprendizaje en el más idílico de los sentidos: salas abiertas todo el día, podías quedarte trabajando en cualquiera de los talleres, entrar a las clases de otros cursos, todos se enseñaban unos a otros, era una sinergia creativa fascinante».

Agrega que, dentro de lo mucho que le entregó la UMCE, destaca la adaptabilidad.

«Nos formaron para integrarnos a cualquier contexto, para ser libres en la búsqueda de nuestro camino docente, la capacidad de adquirir nuevos saberes y el afán por ir en búsqueda de nuevos recursos pedagógicos y explorar los más diversos escenarios educativos», expresa.

No se quedó ahí. Complementó si formación estudiando un Magíster en Alta Dirección y Gestión de Establecimientos Educacionales en la Universidad San Sebastián en Puerto Montt y un Máster en Pedagogía Hospitalaria en la Universitat de Barcelona.

Feliz de ser profe

Su experiencia de profesor la califica de «maravillosa». Tomó su primer curso en colegio cuando estaba en cuarto año de la carrera, tenía 21 años, y comenzó a trabajar en Lo Herrera, una localidad de San Bernardo. De eso ya van 11 años y asegura que cada día le gusta más su trabajo.

«No ha estado exenta de dificultades, ha sido un aprendizaje constante y sin duda lo seguirá siendo, pero todo pasa, en mi modesta opinión, por dos factores clave: primero, tener vocación y, segundo, estar en el lugar que te genere pertenencia. Es crucial tener esa sintonía con el contexto en que te desempeñas», explica.

Se trasladó a Puerto Montt recién titulado en febrero de 2010, buscando esa imagen bucólica del sur, «pensando en las acuarelas de Hardy Wistuba y la música de Bordemar», junto con el anhelo de trabajar en una escuela hospitalaria.

«Estando aquí me di cuenta de lo centralizado que es nuestro país, la realidad de las regiones es tan diferente a la de Santiago. Es fácil sentirse de algún modo olvidado, acá no querían mucho a los santiaguinos y con el tiempo fui entendiendo por qué. Hoy me siento sureño y específicamente puertomontino», asegura.

La pedagogía hospitalaria, en cambio, es bastante universal, puntualiza.

«El trabajo que hacemos en el sur de Chile comparte muchos elementos con lo que se hace en el norte o en Santiago, con la labor de los maestros hospitalarios en Argentina, Colombia, Brasil, Ecuador o España. Es una comunidad muy idílica, estamos todos conectados, colaborando, compartiendo», detalla.

Los alumnos

Al igual que él, sus alumnos son especiales: niños, niñas y jóvenes que ven interrumpido su proceso escolar por encontrarse hospitalizados o en tratamiento médico ambulatorio, algunos por enfermedades crónicas, otros por enfermedades agudas.

Cada estudiante es un caso único, ya que las realidades individuales varían mucho. Aun frente a la misma enfermedad, se suman factores sociales, culturales, económicos, familiares, afectivos, asevera.

«Mis alumnos no llegan a la escuela por opción, son las circunstancias de la vida las que los traen a estudiar aquí. Son niños maravillosos, que están dando la pelea contra la adversidad, que están aprendiendo a vivir con enfermedades cuyas consecuencias los acompañarán toda la vida. Acompañar ese proceso es un privilegio, un aprendizaje para la vida y un desafío constante», comenta.

El valor del arte

Ramírez admite que, aunque el arte forma parte del currículo nacional desde sus orígenes, lamentablemente durante las últimas décadas se ha visto su descenso tanto en relevancia como en carga horaria.

«Tenemos una mirada muy concreta de los aprendizajes, creemos que la única forma de mejorar en matemática, ciencia o lenguaje es con más horas de ejercicios. Perdemos el foco, la mirada hacia el ser humano integral, conectado con su entorno, con su cultura, sensible, creativo, flexible», advierte.

Insiste en que el arte es inherente al ser humano. «Estamos rodeados de arte, es reflejo de nuestra naturaleza comunicativa y creadora, un lenguaje universal que vincula todas las ciencias y saberes de la humanidad: relegarlo a una clase de pintura con témpera por el mes del mar o la tarjeta del día de la madre es infravalorar y subutilizar un recurso de aprendizaje con el que se pueden enriquecer los procesos de todas las áreas del saber», enfatiza.

Este profesor cree que la escuela tiene el deber de brindar acceso al arte y a la cultura, sobre todo a los estudiantes de sectores menos acomodados, que es ampliar su horizonte, poner en valor incluso su propia cultura. También que el arte tiene valor en sí mismo y valor como recurso pedagógico, por su capacidad vinculante.

«En mi experiencia como profesor, he procurado que los estudiantes no lo vean como un fenómeno aislado, sino que lo experimenten desde la vinculación curricular, que valoren su potencial transformador», señala.

Interdisciplinariedad y exteriores

Su trabajo en exteriores lo explica como parte de vivir el proceso de aprendizaje desde la vinculación con el entorno, «tiene que ver con esta mirada integral, brindarle a cada estudiante la posibilidad de tener su propia experiencia con el contenido, internalizar y significar los procesos, conocerse y conocer a los demás».

«La escuela debe prepararnos para la vida y la vida es en sociedad, es en un escenario real, donde incide una serie de factores que es complejo considerar cuando se aprende en y desde la teoría», dice.

«También es una forma de decir ‘aquí estamos’, también somos parte de la sociedad. La enfermedad no tiene por qué ser la carta de presentación, ni aquello que los defina como personas. Mis estudiantes son más grandes que eso y no tienen por qué esconderse. Visibilizar la escuela ayuda tanto al desarrollo de la pedagogía hospitalaria como a la inclusión de las personas en situación de enfermedad y con discapacidad», recalca.

Entre sus trabajos se cuentan el Poemario a Color, un libro gigante de 20 páginas, cada una de dos metros, y la obra de teatro Carnaval de la Alegría, una adaptación libre del mito de Tenten-Vilu y Caicai-Vilu, dos serpientes de la mitología mapuche, que tienen poderes para controlar el mar, la tierra y los volcanes.

Le resulta fascinante ver cómo se articula el currículo, cómo los estudiantes vinculan los saberes y los aplican, cómo ven a los profesores conectados con los proyectos y asumen una responsabilidad que no solo va más allá de su propio aprendizaje, sino que compromete también el logro de una meta colectiva.

La educación chilena

Como profesor, obviamente Ramírez no se priva de calificar la educación chilena como también las últimas iniciativas del Gobierno al respecto.

«Creo que la evaluación debe ser contextualizada, la educación abarca muchos ámbitos y repercute significativamente en la calidad de vida de las personas», comenta.

«Mi valoración de la educación chilena en general es positiva, creo que hemos avanzado muchísimo. Tendemos a olvidar lo joven que es nuestra nación y los procesos que hemos vivido, los niveles de mortalidad infantil a mediados del siglo pasado, la tasa de desnutrición, de analfabetismo, la falta de cobertura educativa y la expectativa de vida del ciudadano promedio», dice.

«Si no hubiéramos superado tantas cosas, no podríamos estar hablando de inclusión, de acceso universal, de educación intrapenitenciaria, de pedagogía hospitalaria o atención domiciliaria», señala.

«Por supuesto que nos falta mucho, en calidad, en equidad, en formación profesional para los desafíos propios de una sociedad en constante movimiento. La complejidad del aula de hoy dista mucho de la sala de clases de los años 60 u 80, incluso del 2000. No es mi intención calificarla de más o menos compleja, pero sin duda es diferente y debemos hacernos cargo de ello», complementa.

Ramírez lamenta que como sociedad esperemos que aparezca una panacea, un movimiento clave que mejore todo «mágicamente».

«Buscamos un responsable de nuestros bajos resultados, de la deserción, del bullying y tendemos a olvidar que se trata de un fenómeno multifactorial. Buscamos responsabilizar a otro, a los apoderados, a los estudiantes, a los profesores, a los directivos, las administraciones, organismos públicos y privados, universidades, hasta las políticas públicas, la administración estatal, el Gobierno de turno, pero olvidamos que cada uno de nosotros tiene una gran responsabilidad en generar cambios en la materia, simplemente asumiendo nuestro rol con mayor compromiso», señala.

Sus soluciones

A la hora de las soluciones, Ramírez cree que en primer lugar es clave reencantar a los distintos agentes involucrados, con su rol en el sistema educativo.

«Necesitamos volver a querer nuestras escuelas, construir ese sentido de pertenencia tan importante, querer nuestro trabajo, comprender la trascendencia de nuestro quehacer», plantea.

Por otro lado, cree que se debe revisar el sistema de financiamiento por subvención de matrícula y asistencia, ya sea buscando un modelo diferente o por lo menos aumentando la subvención base por estudiante. Brindar mayor autonomía a los establecimientos en la gestión de recursos, instalar la carrera directiva y mejorar la remuneración de los asistentes de la educación son otros elementos.

Otro elemento fundamental pasa por el incentivo al retiro. Piensa que hoy en día muchos educadores desean jubilar, pero no pueden por las bajas pensiones que recibirán, esperan el incentivo al retiro para salir en mejores condiciones y esto extiende la espera por años, sin permitir el ingreso de los nuevos docentes, «que esperan con ansias una oportunidad».

Ley de Carrera Docente

En este sentido, cree que la Ley de Carrera Docente es un excelente avance en cuanto al incentivo a la mejora continua. Destaca que las remuneraciones mejoraron considerablemente y espera que esto coincida con el ingreso de mejores puntajes a las carreras de pedagogía y una mejora sostenida en los aprendizajes de los estudiantes.

Por otro lado, lamenta que no exista valoración directa de los estudios de posgrado que muchos profesores han cursado con recursos propios.

«En la materia específica de Pedagogía Hospitalaria, los instrumentos de evaluación no están adaptados a nuestro contexto, lo que deja a criterio de los evaluadores una serie de factores que resultan cruciales en este tipo de trabajo, evaluadores que, al menos en mi caso, no habían escuchado nunca de escuelas hospitalarias», critica.

Finalmente, estima que la evaluación para los cargos directivos debiera pasar por otros criterios. El tramo de encasillamiento del proceso de evaluación docente es el que habilita para desempeñar un cargo directivo, sin tener dentro de sus indicadores elementos que permitan determinar competencias administrativas específicas, dice.

Aula Segura y Admisión Justa

En cuanto a proyectos actuales, como Aula Segura y Admisión Justa, cree que es natural que se reaccione frente a eventos adversos, como situaciones de extrema violencia, «que sin duda nos impactan a todos», o la asignación de un establecimiento educacional para un estudiante fuera de sus primeras preferencias.

«Culturalmente no somos de anticiparnos a los fenómenos, más bien somos reactivos, sin embargo, en ambos casos se abordan temas de fondo que requieren atención», dice.

En el caso de Aula Segura, Ramírez comparte el que todos tengan derecho a estudiar y trabajar en un ambiente seguro, libre de hostilidades de todo tipo, pero estima que esa sana convivencia es algo que se debe trabajar desde todos los ámbitos, partiendo en la educación parvularia, involucrando a la familia y articulando los mecanismos dispuestos para ello, desde el equipo de convivencia escolar hasta la activación de los dispositivos de protección a la infancia.

«Es muy difícil que un acto de violencia grave sea un hecho aislado y es la atención a ese proceso lo que también debe preocuparnos», apunta. Lo que agrava el fenómeno es que, por otro lado, los establecimientos se ven cada vez más desprovistos de recursos disciplinarios, acordes al contexto actual, por lo que se requiere de acompañamiento y orientación a las comunidades educativas.

Respecto a Admisión Justa, aunque no conoce en detalle el proyecto de ley, le parece que responde a fenómenos propios de la complejidad hacia la que va avanzando la educación chilena.

«No queremos selección por considerarla un elemento discriminador, pero estandarizar demasiado a los estudiantes también es complejo», opina. «De todas formas, este es un sistema que está recién empezando y el tiempo mostrará los resultados que tenga. Como todo, ha de ser un mecanismo perfectible que esté sujeto a las modificaciones que permitan optimizarlo», agrega.

«Creo que hay que encontrar un equilibrio, tal vez un porcentaje de los cupos debiera pasar por la selección de cada establecimiento y otro porcentaje por el algoritmo del SAE. Se debe llegar a un consenso, porque sin duda son temas complejos. Pero creo que lo peor que podemos hacer respecto de cualquiera de los dos temas, es polarizar la decisión que tomemos como país. La salida debe pasar por el diálogo y la integración de las diversas miradas, todos los sectores tienen sus razones y debemos atenderlas», concluye.

Publicidad

Tendencias