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“Desaparecidos en tiempos del Beagle”, de Rubén Gómez Quezada: un libro para rescatar valores CULTURA|OPINIÓN

“Desaparecidos en tiempos del Beagle”, de Rubén Gómez Quezada: un libro para rescatar valores

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Las páginas que evocan a la pampa, emocionan por la simpleza del relato, diáfano y directo. La vida era simple. Y esa vivencia traslucía una franqueza total, abierta, amplia como el horizonte del páramo. Cómo no recrear las diversas escenas en María Elena de cuando llovió —el diluvio que paralizó a todos los festejos y rituales, para acariciar el agua— donde nos sumergimos con Rubén jugando fútbol, charlando, para invitarnos a recorrer, en el capítulo dos, los recovecos de María Elena, con su espacialidad cruzada por la segregación de nacionalidades y de oficios, los chalet del “barrio americano” y el resto, los famosos “buques” para las mujeres que vivían de su cuerpo, el famoso “Cuadro Blanco”, el conjunto de gimnastas de la Oficina Salitrera, donde los rostros de sus amigos de adolescencia y juventud le acompañan.


El libro de Rubén Gómez Quezada, “Desaparecidos en tiempos del Beagle. Memorias periodísticas entre la pampa salitrera y Salta, la Linda”, publicado por la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica del Norte (2019), retoma la vena de escritor que lo dio a conocer en 1991 con “Crónicas pampinas. En busca del tiempo perdido”.

Rubén Gómez Quezada estudió Periodismo en la Universidad del Norte, y fue alumno del poeta, escritor y periodista Andrés Sabella Gálvez. Sabemos que Andrés le guardó un gran afecto. Se fogueó en el periodismo tempranamente, incluso en el Palacio Presidencial de La Moneda en tiempos del presidente Salvador Allende. Nacido en María Elena, como todo pampino, conserva la identidad indeleble por el desierto y por el sentido de comunidad que caracterizó la vida en los cantones salitreros, fuese bajo el sistema Shanks o el Guggenheim.

Le tocó vivir una época de floreciente periodismo, donde el reportero con el columnista se fusionaban. Sabella gustaba decir que el periodismo comienza con el reportero. Él mismo lo reconoció trabajando en el diario La Tercera de la Hora en Santiago.

Pero, volviendo a nuestro autor, el disfrute del conocimiento del paisaje arisco y seco de los alrededores de María Elena le permitió nutrirse junto con los compañeros de la Escuela Consolidada de amigos del alma que, por las cosas de la vida, algunos estuvieron en trabajos cercanos a nuestro autor.

Las páginas que evocan a la pampa, emocionan por la simpleza del relato, diáfano y directo. La vida era simple. Y esa vivencia traslucía una franqueza total, abierta, amplia como el horizonte del páramo. Cómo no recrear las diversas escenas en María Elena de cuando llovió —el diluvio que paralizó a todos los festejos y rituales, para acariciar el agua— donde nos sumergimos con Rubén jugando fútbol, charlando, para invitarnos a recorrer, en el capítulo dos, los recovecos de María Elena, con su espacialidad cruzada por la segregación de nacionalidades y de oficios, los chalet del “barrio americano” y el resto, los famosos “buques” para las mujeres que vivían de su cuerpo, el famoso “Cuadro Blanco”, el conjunto de gimnastas de la Oficina Salitrera, donde los rostros de sus amigos de adolescencia y juventud le acompañan.

Se respira ese ambiente de fraternidad en todo, y una amistad que se cristaliza en diversos gestos y, lo mejor, va a pervivir en el tiempo, salvo cuando la muerte irrumpa violentamente.

Rubén Gómez ha trazado una narración dividida en capítulos que comienza amontonar en tres relatos ejes simultáneos. Un trazo de diacronía, que es su propia experiencia con su mujer y sus hijos en Antofagasta y en Salta, que constituye altibajos de una vivencia en torno al amor. Éste es el eje que enlaza a los otros.

El otro relato, es el de la alteridad, de sus amigos y compañeros de trabajo en Antofagasta, Santiago y Salta. Ellos hablan, con recortes de periódicos, noticias sobre la preocupación por la desaparición en Salta de Rubén, siendo periodista de El Intransigente. Ellos son convocados en este periplo. No hay claudicaciones de amistad o de coraje: es un canto de hermandad latinoamericana, allí están los argentinos y los bolivianos, sufriendo los mismos avatares externos a sus propias vidas.

El tercer eje, o relato, es más diacrónico, es la vida de las naciones y de sus provincias, de Chile, Argentina y, en menor dimensión, de Bolivia, pero se resalta la hermandad entre Antofagasta y Salta, en la década de 1970, desde el encuentro entre los presidentes Allende y Alejandro Agustín Lanusse.

La vida de Rubén Gómez, que atrapa este volumen, nos pone en una dimensión de contraluz. La muerte, el odio, la tortura, no tienen fronteras. Pero tampoco tienen límites el amor, el afecto, la hermandad y la acogida, que destilan las páginas de este libro.

Cuando la tensión entre Chile y Argentina comienza a subir —y es el barómetro de las pesadillas del secuestro que vivió Rubén en las afueras de Salta— aumentan las acusaciones de que sea un espía chileno, conjuntamente con los tormentos de toda especie; cuando ya interviene el cardenal Antonio Samoré, la taza de mate se cambia por el café y algún panecillo.

Esta misma realidad de cambios se experimentó en las relaciones entre Antofagasta y Salta, a través del GEICOS, el Grupo Empresarial de Integración del Cono Sur, que sesionó periódicamente hasta que las cosas de preparativos bélicos hizo inviable seguir tales encuentros de acercamiento.

La obra de Rubén Gómez Quezada, por ese estilo —proveniente del periodismo— es amena, rápida y juega con mucha asertividad en el manejo del lenguaje, las imágenes que proyectan los relatos y el ambiente con que sumerge al lector en todas las impresiones de una década aproximadamente. Un libro para rescatar valores —sin buscar esa finalidad su autor— en una época tan poca dada a justipreciar la hondura de la amistad, la profundidad de la lealtad y lo atemporal de los afectos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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