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Poemario «El desencierro» de Iván Quezada: una ventana que da a la ciudad CULTURA|OPINIÓN

Poemario «El desencierro» de Iván Quezada: una ventana que da a la ciudad

La casa de Quezada y su encierro existen en todas las ciudades del mundo. En su Valparaíso, en Berlín o en Ámsterdam. Su obra podría leerse en chino mandarín, alemán o flamenco. “Hoy no veré a nadie, salvo el recuerdo de mi sombra… Una cuarentena es lo más parecido a un sepulcro…Como nunca el tiempo es un número… En mis sueños nadie me habla… Las mascarillas se parecen a morir asfixiado / con una almohada… ¿Qué hacer ahora?, se pregunta. Cuando se resfría, el mismo responde: “Esta noche dormiré en un ataúd / para adelantar el trabajo”. Todos reconocerían sus palabras y las harían propias en Pekín, Granada y Grenoble.


El poemario de Iván Quezada se levanta como una cárcel, pero no es una cárcel. Tiene barrotes, pero no es una cárcel. Todos están presos, pero no es una cárcel. Es algo parecido a una ventana que da a la ciudad de siempre. Se trata de una poesía vital de flor siempreviva.

El autor construye un mundo de espejos de todas las casas donde todos habitamos. “Envejecí tan rápido/como una mosca en un día”, nos dice. Su decir es alegórico. “Así / las palabras sagradas / seguirán en secreto”. Encerrado, pregunta: “¿Será cierto que un año de soledad equivale a un mes de espíritu, / porque existir es más breve que el tiempo?”. Y sigue: “El moralismo me ha condenado /a la lujuria de no saber nada / y mirar el paso de las horas / con los ojos de una estatua / sumergida en el mar”.

La casa de Quezada y su encierro existen en todas las ciudades del mundo. En su Valparaíso, en Berlín o en Ámsterdam. Su obra podría leerse en chino mandarín, alemán o flamenco. “Hoy no veré a nadie, salvo el recuerdo de mi sombra… Una cuarentena es lo más parecido a un sepulcro…Como nunca el tiempo es un número… En mis sueños nadie me habla… Las mascarillas se parecen a morir asfixiado / con una almohada… ¿Qué hacer ahora?, se pregunta. Cuando se resfría, el mismo responde: “Esta noche dormiré en un ataúd / para adelantar el trabajo”. Todos reconocerían sus palabras y las harían propias en Pekín, Granada y Grenoble.

Eso se explica hurgando en su origen: “Fui cada uno de mis antepasados/…Pregunté por los héroes y me indicaron / una calle vacía… Sólo palabras que de tanto repetirlas / pierden su significado, / como las intenciones de amanecer”.

A veces el encierro de Iván Quezada no tiene puertas de salida. Es parecido a las sombras, “el vacío / hablando de la nada”. Invoca a Armando Uribe, “Muerto de muerte antinatural…Por fin el pasado / es un pisapapeles”, declama. Navega en el “El Barco ebrio” de Arthur Rimbaud, moribundo. “Abandonará toda esperanza / de gritar ‘¡tierra!’/ y por fin será libre como una liebre / más allá de los sueños”. No se sabe si escribe de la Divina Comedia o del Infierno de Dante Alighieri. “…estoy vivo y puedo / salvarte de la muerte / No rehúses el pecado de mi pasión / Permíteme un instante con tu boca / un paseo en carruaje con tus manos”. A veces dan ganas de escribir ¡Muera el roto Quezada! en alguna pared de la ciudad. Y en plena sombra viaja a Europa con Gabriela Mistral. Pregunta: “¿Por qué…no sonreía, cuando en el cielo / aun había suficiente lluvia para creer en el futuro? …Ella era la última luz del día y de la noche”.

El poeta no guarda regla. No hay toque de queda en sus palabras… “camino por la vereda / como un hombre con zancos, / temeroso de pisar mierda / y rodar por el suelo”. Reconoce “la lozanía de los asesinos”, “Heredan los apellidos /de antiguos asesinos / que llegaron al país / como polizones / y deshonraron / a sus compañeros / de destierro”. En sus versos ronda el hambre y la cuarentena. “Gente sola deambula / por habitaciones vacías / y yo guardo un minuto de silencio / por los vivos, ya que los muertos / no tienen queja alguna”. El dolor lo delata cuando le habla a su niño: “Cuando entiendas / que la guerra es eterna, /en el patio hallarás un sobre / con un secreto / que no quieres saber”.

Sin embargo, su encierro tiene alas. En su trastienda de la cerrazón, lo delata el amor, “en el fondo de ti / observé una niña / dibujando figuras / de aire…” “ Si me dieses la oportunidad / de pensar en ti con devoción / nunca faltaría un florerito / en el desayudo…Pero tú eres la belleza / que se lleva a la tumba / su secreto”… “hasta que te robo más que un beso, / la respiración… Dame el beneficio de la duda / para descubrir la certeza / en tus latidos en el cristal / de la eternidad… “ Conozco a una joven que es una gata, / su mirada es un ovillo de sueños”… “El origen de tus manos / es una caricia en el rostro / del pasado”… “Demasiado tarde / supe que la quería / y que jamás debí quererla”.

El autor insiste en el encierro. Y no es una cárcel. Al contrario, su domicilio es un mundo de todo el mundo: su poesía. El lector nunca tiene la certeza si sigue ahí todavía. No obstante, la belleza de los versos de Iván Quezada lo liberan al desencierro, aunque el mismo no se dé cuenta. Su obra es un testimonio de toda una generación, de una civilización en pandemia mundial. Lo hace con talento y con la palabra filosa del autoexilio, de la soledad, de sus cicatrices. La lectura de “Poemas del encierro” es un espiral que se convierte en la historia de cada lector. Dan ganas de escribir en la pared de la ciudad: ¡Viva el roto Quezada!

Ficha técnica

Poemas del encierro
Iván Quezada
Colección Escritores Chilenos y Latinoamericanos
Editorial MAGO. 56 páginas

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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