Publicidad
«Aniquilación»: un Houllebecq en cierta medida serenado CULTURA|OPINIÓN

«Aniquilación»: un Houllebecq en cierta medida serenado

Publicidad
Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
Ver Más

Una contundente obra novelística que a pesar de sus aciertos y errores lo han transformado en un cronista de su época. Y como afirma el protagonista de esta novela, estas historias de vidas ajenas, por razones enigmáticas, debían ser inventadas. Hace falta a toda costa una obra de ficción para involucrarnos en la vida de otros, vidas normales o de poca amplitud, transfiguradas por el talento y el genio, podría persuadirlo de que la suya no había sido tan vulgar. Chispazos o atisbos de luz antes de la aniquilación.


Michel Houellebecq vuelve a la ficción con una novela de largo aliento (600 páginas), donde intenta diseccionar nuevamente el comportamiento de la sociedad francesa actual. Fórmula que lo ha llevado a ser uno de los escritores de referencia en su país. Este reconocimiento no solo se debe a su capacidad para medir el pulso de los tiempos con eficacia, también se debe a su manera de relatar sin tapujos, de forma provocadora y desinhibida.

En su obra ha retratado la soledad, la frustración sexual, el turismo de masas, la banalización del arte, el islam en Francia, entre otros temas, siempre cargado de sarcasmo, ironía y escepticismo. Él ha sido parte, junto a la prensa, de la creación del “personaje” del Enfant Terrible. El escritor que expone la verdad incómoda, que al parecer las letras francesas necesita tener en cada generación. La del observador desilusionado por los males contemporáneos que aquejan a la sociedad, como la violencia, la superficialidad y el desapego en la vida moderna.

Los personajes son parte del fenómeno que el autor describe de forma descarnada y divertida, como sucede en sus mejores novelas como «Las partículas elementales» y «El mapa y el territorio», donde no hay denuncia o búsqueda de respuestas.

En «Aniquilación» comenzamos a percibir cambios en esa fuerza arrolladora que nos llevaba a leer a vuelta de página sus obras anteriores. No se pierde su marca registrada, pero si se diluye el efecto. Tal vez, esto se deba a la gran paleta de temas que intenta abarcar y luego comprimir en los espacios de la ficción.

El autor sitúa la historia en año 2027. Paul Raison, el protagonista, trabaja como asesor del ministro de economía y finanzas Bruno Juge (trasunto de Bruno Le Maire, ministro del gobierno de Macron y amigo personal de Houellebecq). En internet empiezan a circular una serie de videos extraños, en uno de ellos se guillotina al ministro Juge. Esto es la antesala virtual de una serie de atentados reales que comienzan a realizarse en otros países europeos. Al mismo tiempo, Francia se prepara para unas elecciones presidenciales, donde Bruno Juge secundaría a una estrella de televisión en la batalla por el sillón presidencial en contra de la ultraderecha.

Paul cumple con las características del típico personaje de Houellebecq. Alejado de un estado del todo depresivo, pero sí acostumbrado a una desesperación normalizada. Un estado de ánimo que no solo se explican por sucesos o hechos particulares, sino como una característica atmosférica de los tiempos que corren. Donde la sociedad es una suma de infiernos personales, donde el sujeto funciona solo por inercia profesional.

Esto se ve reflejado directamente en la descomposición de la vida en pareja del protagonista. El matrimonio ha llegado a tales niveles de enfriamiento que, a pesar de compartir el mismo techo, apenas saben el uno del otro. A este caudal de sucesos se le suma la repentina enfermedad del padre de Paul. Un infarto cerebral lo deja internado al borde de la muerte en un hospital de Lyon.

A estas alturas, no tan avanzada la historia, tenemos la certeza de que Houllebecq va por lo que se llama: “una novela total”. El thriller político y la descomposición de la vida en pareja deviene en un retrato familiar. La enfermedad del padre, espía jubilado de la DGSI, reúne forzosamente a la familia alrededor del problema y las decisiones a tomar. Así aparecen Madeleine, la pareja del enfermo y los hermanos de Paul. Cécile, una católica practicante cuyo marido lleva un buen tiempo sin trabajo y su hermano menor, Aurélien, un restaurador de tapices casado con una víbora que ejerce el periodismo en medios de segunda línea.

Es en este momento donde el relato se ralentiza, cuando la familia converge en la casa del padre, la de la infancia de cada uno de ellos en Saint-Joseph en la región de Beaujolais. Una zona rural rodeada de viñas, neblina matinal y pueblos pequeños. Curiosamente los personajes secundarios, los hermanos y Madeleine, resultan más nítidos que el protagonista. Sus problemas, dramas y motivaciones se ven con mayor claridad que el congelamiento emocional de Paul. Es aquí cuando comenzamos a percibir un trato de la historia más sensible y melancólico.

Una delicadeza a la que el autor no nos tiene acostumbrado. Pero también percibimos que algunos de los temas se diluyen en desmedro de los otros. Los atentados no terminan nunca de encajar y la carrera política hacia la presidencia pierde importancia para el lector. Puede influir en esto la descripción de un sinnúmero de sueños que tiene el protagonista, estos se vuelven tediosos, y el ojo del lector tiende a busca en los párrafos siguientes cuando se retoma la acción real.

Por otro lado, la relación de Paul con Prudence, su pareja, vive un descongelamiento que no logramos entender del todo. Sucede lentamente a lo largo de la novela sin mayores motivos. El mundo al borde del caos que se nos presenta en un principio comienza a ceder paso a cuotas de esperanza. Y esa esperanza está anidada en las relaciones humana. Está anidada en cómo los personajes enfrentan los problemas que traen consigo la vejez, la enfermedad, el amor romántico o fraternal, y es ahí donde residen los mejores momentos del libro, que en su última parte deriva hacia una reflexión metafísica frente a los tratamientos clínicos y la extinción. Nos encontramos con un Houllebecq en cierta medida serenado.

«No volvería a ver a muchas personas en esta tierra y en cada encuentro haría lo posible para no dar la impresión de un adiós, no abandonaría en ningún momento una actitud razonablemente optimista e incluso humorística, haría como todo el mundo, disimularía su agonía. Por más que uno odie a su generación y a su época, pertenece a ellas lo quiera o no, y actúa con arreglo a sus criterios».

La cita anterior me hizo pensar en el recorrido del autor desde «Ampliación en el campo de batalla» (1994) hasta el día de hoy. Una contundente obra novelística que a pesar de sus aciertos y errores lo han transformado en un cronista de su época. Y como afirma el protagonista de esta novela, estas historias de vidas ajenas, por razones enigmáticas, debían ser inventadas. Hace falta a toda costa una obra de ficción para involucrarnos en la vida de otros, vidas normales o de poca amplitud, transfiguradas por el talento y el genio, podría persuadirlo de que la suya no había sido tan vulgar. Chispazos o atisbos de luz antes de la aniquilación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias