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Poeta Julieta Marchant se presenta en Buenos Aires: “Me gusta acompañar a mis libros hasta el final”

Poeta Julieta Marchant se presenta en Buenos Aires: “Me gusta acompañar a mis libros hasta el final”

Andrea Albertano
Por : Andrea Albertano Periodista argentina. Trabajó en La Prensa, Clarín y Veintitrés y, en España, en el ABC de Madrid. Licenciada en Periodismo de la Universidad del Salvador (Argentina) y Máster en Periodismo Profesional de la Universidad Complutense de Madrid (España). Actualmente escribe para Forbes Argentina.
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Irá a Argentina para participar en la FED (Feria de Editorxs Independientes). Este lunes presentará “Poemas somos que otros escribieron” en la capital trasandina. “Me cuesta un enorme trabajo salir de Chile, así que es como una especie de paréntesis anual que me doy. Emocionalmente se me hace muy intenso, porque tengo varios afectos ahí. La primera vez que viajé sola tenía 18 años y fue a Buenos Aires. Nunca he dejado de ir, aunque antes lo hacía en modo turista”, comenta.


Nació en Santiago de Chile en 1985 y es codirectora de los sellos Cuadro de Tiza Ediciones y Editorial Bisturí 10. Julieta Marchant tiene un gran vínculo con las palabras: coordina talleres de poesía y, además, es licenciada y magíster en Literatura y estudiante del Doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte en la Universidad de Chile.

Publicó, entre otros, los poemarios “El nacimiento de la hebra” (2015), “Reclamar el derecho a decirlo todo” (2017) y “En el lugar de la mano el ímpetu de un río” (2020) y el ensayo “Contra el cliché: genio y técnica en la poesía” (2022).

Por estos días hará la presentación formal de su último libro de poesía; una propuesta original que se nutre de aquellas palabras que estaba buscando sin saber que las estaba buscando: las que estaban en los libros que corrigió, en los que editó, en los que se perdió.

“Ese fue mi marco: cada poema está compuesto por palabras, versos y líneas de un libro en el que oficié de editora o correctora. Únicamente con sus palabras, sin cambiar ni agregar una sola letra. Algunos se me ofrecieron con una fluidez inesperada, con otros discutí por meses y los dejé pasar”, anuncia la autora sobre “Poemas somos que otros escribieron”, una obra publicada por la editorial argentina Concreto que se presentará el 7 de agosto, en Otras Orillas, una librería de Buenos Aires.

A horas de participar en la prestigiosa Feria de Editorxs Independientes que cada año se realiza en Argentina, Julieta charló con El Mostrador y contó sobre su obra, sobre su libro de poemas y sobre lo que significa presentarse del otro lado de la cordillera.

-En el libro “Anhelo de raíces”, May Sarton revela cómo trabajó a la par de jardineros, carpinteros y fontaneros, cuando remodeló su casa y cómo, de algún modo, eso le sirvió para repensar su escritura. Vos mencionaste en una nota algo similar. “Si el mueblista piensa en sus materiales, ¿por qué no tendría que hacerlo el/la escritor/a?”. ¿Qué nos podés decir sobre esto en relación con tu obra en general y con “Poemas somos que otros escribieron”, en particular?

-Para mí el material de la escritura son las palabras y el amor por las palabras ha sido lo que ha guiado este oficio. Es un material complejo porque esas mismas palabras con lasque escribo son las que todos usamos a cada rato: las que leo en redes sociales, escucho en la tele, en la calle, en el metro y, de alguna manera, negocio con esa banalidad de la lengua, intento abrirlas, ver su cuesco, pero, al mismo tiempo, darle forma a un poema implica una especie de decepción. Pude escribirlo mejor, o alcanzar esa imagen de otra manera, el lenguaje se me resiste, quizá debí no hacer ninguna imagen, hacer del lenguaje algo ciego, o se me va a la intensidad, se me filtra, qué hacer con la superficie de las palabras. Escribir implica todas esas dificultades, esas negociaciones, esos ajustes, ese armar y desarmar. He visto a gente en otros oficios vérselas con esos problemas; en mi caso, con los mueblistas porque tengo muchísimos muebles para los libros. Mirarlos me hace de espejo, porque yo también me siento ante mis materiales, intento tomar distancia y pensar qué pasa aquí que algo sin duda no está funcionando.

Con “Poemas somos que otros escribieron” el ejercicio fue aún más radical, porque no tenía “todo el lenguaje frente a mí”, sino que tenía paquetes de palabras por libro. Un archivo de palabras de Oppen, un archivo de palabras de Ruefle, un archivo de palabras de Carson y así. Jugué mucho tiempo a vincularlas, a encontrar un modo de sintaxis que me hiciera sentido y que le diera intensidad a la manera en que las palabras se relacionan entre sí. Fue un trabajo artesanal, sujeto al accidente, a las dificultades que implica fabricar con palabras de otros e intentar hacer digestión, digerirlas y apropiármelas. Un oficio de montajista con palitos-palabras-palitos.

-Contaste que el germen de “Poemas somos que otros escribieron” fue un ejercicio que le propusiste a tus alumnos para que escribieran sobre el amor con fragmentos o versos de otros textos. ¿Qué despertó en vos esta propuesta que les hiciste a los chicos?

-Ese ejercicio lo hice en el contexto de un taller de escritura no creativa que dicté un par de años. Es decir, el ejercicio tenía un marco y ese marco era una escuela y esa escuela descree de la originalidad porque piensa que, de entrada, todo texto es una cita de otro texto y que hay tantos textos que pueblan el mundo que ¿por qué no hacer uso de esos textos, reciclarlos, plagiarlos, montarlos? Visto así, la escritura opera como una constelación, una relación al infinito con todo lo escrito. En principio, dicté ese taller para gente que no necesariamente escribía, para personas que estaban empezando o metiéndose recién. Me pareció que un taller de escritura no creativa podía ser provechoso para salirse del cliché tan instaurado de que los poetas escriben solo de lo que les pasa, de sus sentimientos o de sus biografías. Trabajar con textos de otros es también abrirse al otro, buscar en la escritura una zona de contacto más que un mero soliloquio. Y recupera, sin duda, la noción de juego. Quería que jugaran. Extrañamente, decidí yo también hacer el ejercicio, en una horita que me quedó libre, y me sorprendió no solo el poema en sí que compuse, sino lo gozoso del procedimiento. Me reencanté de pronto, sin saber cómo, y tampoco sabía que estaba desencantada. Quizá estaba agotada de mí misma, de mis temas, de mis formas, y esto disparó algo que luego no pude frenar.

-“La voluntad de extraviarse en las palabras de otros que llaman y en lo que yo no me atrevía a escribir hasta que oí ese llamado”, decís en el prólogo. ¿Creés en la inspiración? Si es así, ¿dónde suele darse ese momento?

-La palabra inspiración, en general, me saca ronchas. No soy una persona de fe, aunque luego me contradigo porque pienso que la poesía es, sin duda, un acto de fe, un salto sin red. El llamado no vino de arriba, como parece ocurrir con la inspiración, o con una visión anticuada de la inspiración (viene de los dioses, de la musa), este llamado vino de al lado, de abajo, en diagonal, y fue un llamado de otras escrituras hechas por otros humanos, así que no, siendo franca, la inspiración no es algo que me convoque. Sí siento otros estados de conciencia, el erotismo, el entusiasmo desbocado, que las palabras de otros provocaron en mí. También lo desafiante que significó trabajar con sus palabras y, al mismo tiempo, tratar de no ser servicial a esas obras. Yo no quería “escribir como” Susana Villalba, o como Nadia Prado, o como Chus Pato, o como Lisa Robertson. Quería alimentarme de ese lenguaje para ensanchar algo en mí que sentía estrecho: una voz que me había hecho, lo que “sonaba a mí” me tenía agotada y quería recuperar asombro, ser irresponsable con mi propia voz.

-¿Cuál es el momento del día en el que escribís, dónde y qué escuchás mientras escribís? ¿Podrías hacernos una descripción de ese lugar?

-No me interesa hacer una mitología personal. No tengo una estructura tan clara, pero sí conozco mis tiempos. Si me agarra una idea, un verso, un inicio, ya no puedo parar y escribo la mayor cantidad de horas diarias. Luego algo se frena y empieza el trabajo más duro. Obligarme a sacar la pala, cavar todo lo que tenga que cavar, hacer taller con amigos, tensionar la escritura, desacomodarla. Hay ciertos hábitos, no digo que buenos, simplemente hábitos. Fumo mucho y no puedo escribir en silencio, así que lo hago con música: Ólafur Arnalds, absolutamente cualquier cosa que interprete Martha Argerich, Agnes Obel, Joep Beving, tengo una lista en Spotify que hice para mí misma y dejo que corra. Y, cuando siento que estoy controlando mucho el texto, tomo vino o una pastilla para dormir y escribo bajo ese efecto. Pésimos hábitos, pero…

-Decís que para este libro tomaste las palabras de los libros que corregiste y editaste tanto en tu idioma como otros traducidos, ¿cuál fue el criterio para elegir cada uno de esos fragmentos?

-Primero, yo no traduzco, hablo solo español, así que ahí funciono a ciegas. Tomé las palabras de los traductores, por eso al final puse una bibliografía consignando a todos los traductores, quería también agradecerles. Como llevo tantos años editando, tenía demasiado material. Pero la selección fue intuitiva. Partí con libros que tenía más frescos y luego seguí con ediciones más antiguas. Fue lento porque releí cada libro o plaquette, iba subrayando y pasando palabras, frases, versos completos a un Word. A veces de un solo libro tenía 10 páginas de citas. Luego iba tratando de hacer un montaje. No funcionaba, buscaba otro montaje y así. Hay varios libros con los que no pude simplemente armar nada. Con Goethe, por ejemplo, traté muchas veces y no pude. En general, hacer poemas con libros de ensayo fue lo más desafiante, porque tienden a un uso prosaico de la lengua. Con Oppen estuve batallando mucho, pasaba esos poemas en taller y mis compañeros insistían en que algo faltaba. Así que hice muchas versiones y fui mostrándolas, ellos me propusieron que hiciera varios y que los fuera dejando a lo largo del libro, como una muestra de prueba y error, un libro que exhibiera sus intentos y sus fallas. Me pareció linda la idea, porque el libro, en parte, trabaja la destrucción del otro (que es un tema que encontré en el camino) y Oppen es probablemente uno de los autores más comprometidos con el amor de pareja, con cuidar al otro. Quizá por eso me costó tanto con Oppen, es todo lo opuesto a la destrucción del otro.

-Estarás presente con tus editoriales en la FED que se realizará en Buenos Aires, ¿qué significa  para vos asistir a este encuentro, tanto a nivel emocional como laboral y de difusión de tus obras?

-Llevo varios años yendo a la FED y, como alguien temeroso a viajar, significa salir de mi cueva. Me cuesta un enorme trabajo salir de Chile, así que es como una especie de paréntesis anual que me doy. Emocionalmente se me hace muy intenso, porque tengo varios afectos ahí. La primera vez que viajé sola tenía 18 años y fue a Buenos Aires. Nunca he dejado de ir, aunque antes lo hacía en modo turista. Ya vinculándome a la FED, empecé a ir como editora y como autora, lo que suele parecerme medio extraño, me cuesta acostumbrarme a ese ritmo.

-Respecto de “Poemas somos que otros escribieron”, ¿por qué te decidiste a publicar con Concreto que es una editorial argentina?

-Si me siento a pensar, me cuesta imaginar dónde publicar en Chile. Ser editora y escritora en parte aloja el problema de que, al hablar con otro editor, una siente que está pidiendo un favor. Me cuesta también “ser autora”, nunca dejo de ser editora y presiento que los editores de acá me ven primero así. Pensé: bueno, cómo se sentirá ser autora, voy a salir de mi campo cultural a ver qué pasa. Pero igual no puedo evitarlo, jajaja! Por  ejemplo, en este libro, le pedí a Afri, la editora, diseñar el interior yo. Me gustaría diseñar todos mis interiores, porque diagramo hace una década y diagramar poesía implica muchas dificultades. Hay dos poemas enteros que reestructuré para la versión de Concreto, porque la caja es más bien chica. Pero lo hice libremente una vez viendo que no entraban los versos, fui probando cómo cortarlos de nuevo. Me gusta acompañar a mis libros hasta el final, en ese sentido quizá nunca seré una autora que manda un Word o que te deriva a una agente o asistente y se olvida. No creo tener la autoridad de “una autora”. Por otro lado, acá saco un libro y suenan los grillos. Quizá afuera suene otro insecto o animalito y me revitalice, no lo sé.

-¿Cuáles son tus escritores predilectos y por qué?

-Depende de cuándo preguntes. En este momento, no creo que haya en Latinoamérica alguien que esté pensando la poesía más intensamente que Montalbetti. Sus ensayos me revientan la cabeza. En poesía, desde muy joven he considerado a Nadia Prado mi maestra. En Chile, la cosa del maestro genera muchos anticuerpos, como si  fuéramos autosuficientes y no lo somos. No creo que me canse nunca de decir que Nadia fue y es una maestra para mí. La autora que más he editado: Anne Carson. Mary Ruefle me regala toda la liviandad que no tengo y que admiro profundamente. Una autora que siempre he querido publicar en poesía pero que ya se volvió inaccesible: Cristina Rivera Garza. Y María Negroni, cada libro que leo de ella me asombra, me impresiona lo versátil que es. Me parece que mis autores predilectos son escritores y a la vez pensadores. Quizá de ahí el único que se sale es George Oppen, porque escribió un solo ensayo. Hace poco estuve en España y conocí la poesía de Ángela Segovia. Acá leemos nada de poesía española, me pareció una hermosa isla, inaudita total, la escritura de Segovia. Te diría que todos me interesan por cómo, desde la poesía misma, me hacen pensar en el lenguaje, en los materiales y porque presiento que, al leerlos, escucho sus mentes. Y quiero quedarme.

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