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“Candy candy candy”: una crónica literaria sobre relaciones tóxicas CULTURA|OPINIÓN

“Candy candy candy”: una crónica literaria sobre relaciones tóxicas

Eddie Morales Piña/Letras de Chile
Por : Eddie Morales Piña/Letras de Chile Profesor de Estado en Castellano por la Universidad de Chile. Ex director del Departamento de Literatura de la Facultad de Humanidades de la UPLA. Es autor de varios libros, entre ellos “De Literatura y Religiosidad” (1999), “Mito y antimito en García Márquez” (2002, segunda edición en 2011 por la Editorial Académica Española).
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Gonzalo Garay es abogado de profesión -y según la portadilla ejerció la judicatura civil y penal en Chillán y Temuco- ha sido profesor universitario en su área de formación y actualmente es Notario y Conservador de Bienes Raíces en Nueva Imperial. Estamos en presencia, entonces, de un hombre de leyes, sólo que la literatura pareciera ser una de sus opciones de vida. Un escritor que -probablemente- ha ejercido lo escriturario en la redacción de muchos expedientes.


La palabra tóxica trae inmediatamente en su significación conceptual un contenido que apunta a lo venenoso, algo que puede provocar trastornos o la muerte producto a sustancias químicas. Es un concepto casi admonitorio de la muerte y, en consecuencia, nos hace entrar en lo tenebroso o lo que escapa a los márgenes de la normalidad.

Lo tóxico amplía su denotación hacia aquellas relaciones que sólo pueden llevar a un daño físico o moral en quienes se ven involucrados en una convivencia -a conveniencia, o no-. La reciente novela de Gonzalo Garay tematiza este asunto en el desarrollo de la trama. La literatura universal está plagada de situaciones semejantes donde lo tóxico ocupa un lugar preponderante. Sólo que Garay le agrega condimentos posmodernos a su relato.

Gonzalo Garay es abogado de profesión -y según la portadilla ejerció la judicatura civil y penal en Chillán y Temuco- ha sido profesor universitario en su área de formación y actualmente es Notario y Conservador de Bienes Raíces en Nueva Imperial. Estamos en presencia, entonces, de un hombre de leyes, sólo que la literatura pareciera ser una de sus opciones de vida. Un escritor que -probablemente- ha ejercido lo escriturario en la redacción de muchos expedientes.

De allí, tal vez, la soltura con que maneja la discursividad literaria. Entre una y otra forma de expresión lingüística se antepone la imaginación, es decir, lo poético -poiesis, creación-, que forma parte solamente de lo literario. Vargas Llosa lo explicaba muy bien en una de sus obras teóricas cuando hablaba del elemento añadido, en otras palabras, aquello que transfigura la realidad concreta haciéndonos entrar en los espacios de lo imaginario, la ficción narrativa.

Garay, el escritor -no el juez, notario o conservador- de hecho, juega en esta novela tóxica con un personaje de una anterior narración -que no he leído- dentro de lo que conocemos como la intertextualidad. En otras palabras, hay una suerte de conexión entre Candy, Candy, Candy (2022) y Cocina de autor (2021).

Las relaciones tóxicas entre los personajes centrales de la novela se van a ir configurando paulatinamente hasta desembocar en un desenlace insospechado. La trama del relato se entreteje sobre la base de una atmósfera donde lo único que importa es la transgresión. Estamos frente a un texto que no le hace el quite a otros canónicos que han tematizado situaciones semejantes.

Garay lo hace con solvencia narrativa donde los personajes creados caen en la bajeza moral. Se trata, en realidad, de la conjunción amorosa y sentimental donde el sexo ocupa un lugar primordial. La portada de la novela como paratexto no es inofensiva, es provocadora. El título del relato alude a un famoso dulce, pero también a un manga japonés de la década de los setenta -no sé si el autor, lo tuvo presente.

El dulce adquiere en el título de la novela de Garay -una vez que el lector se adentra en la historia-, un sabor agridulce, o definitivamente, agrio, y, lo que es peor, tóxico. Tres mujeres en el relato se enmascaran tras tan inofensivo nombre de Candy -lo que es una vuelta de tuerca a la Candy de la manga-, porque todas ellas esconden relaciones turbias y amistades corruptas con los personajes de Gaspar y Mariano.

De por medio habrá un crimen, el de Mariano. El narrador tiene diversas teorías acerca de quién procedió a aniquilarlo por una sobredosis de insulina. Todo en el relato es tóxico y retorcido -obviamente, dentro de la estructura imaginaria de la novela.

La estructura estructurada de la novela de Garay -perdonando la frase teórica que sólo indica el modo cómo el autor concreta la historia- es interesante porque el entramado narrativo está desplegado a partir de la escritura de una novela.

La segunda parte del texto es como la clave de lectura. Lo que el lector conocerá en la primera es lo que se nos revela en la segunda sección narrativa. En otras palabras, hemos leído una novela de quien trabaja en una pastelería de Concepción y que es coprotagonista de la otra novela de Garay. Fenómeno de la intertextualidad donde el relato, por lo demás, va presentando diversos segmentos narrativos como voces alternas convocadas a un juicio.

En definitiva, la novela de Gonzalo Garay no dejará al potencial lector/a indiferente, toda vez que como lo afirme al principio el autor maneja con solvencia la imaginación y construcción literarias en un trama e historia tóxicas.

Ficha técnica:

Gonzalo Garay. “Candy Candy Candy”. Santiago, Trayecto Editorial. 2022. 172 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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