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Cecilia Vicuña: Labradora de una “desarmante” levedad CULTURA|OPINIÓN

Cecilia Vicuña: Labradora de una “desarmante” levedad

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Ella nos hace reflexionar dentro y fuera de esa pátina de ensueño que reúne cerca de 200 piezas pertenecientes a colecciones (públicas y privadas), además de numerosos archivos, documentos y registros audiovisuales, que develan las preocupaciones y urgencias de una poeta que, cursando la enseñanza media, leyó en una enciclopedia que el planeta corría peligro, y eso la llevó a adelantarse a su tiempo, y así lo demuestra.


“Todo lo que siempre he querido,
desde que era una niña,
era hacer algo maravilloso”. (Patti Smith).

 

Abundan los elogios y escasean los calificativos para referirme a Cecilia Vicuña, una mujer de sencilla apariencia, pero de una contundencia monolítica, al ser la primera latinoamericana en ganar en la Bienal de Venecia: el León de Oro a la Trayectoria, la primera latina en presentar una muestra individual en el Museo Guggenheim de Nueva York, y una de las 100 artistas más influyentes a nivel mundial según la prestigiosa revista británica ArtReview, y por si fuera poco ahora es galardonada con el premio Nacional de Artes visuales 2023.

De hecho, ya son millares las personas que han visitado la exposición “Soñar el agua. Una retrospectiva del futuro (1964 -)”, que ocupa parte importante del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), cuyo título recalca el hecho de que Chile es uno de los primeros países que se quedará sin agua, y si el Estado, no es capaz de ponerle atajo, vamos a tener que redundar en el ilusionismo de soñar el regreso de este vital elemento.

Para no caer en ese punto de no retorno, es que Vicuña, nos hace reflexionar dentro y fuera de esa pátina de ensueño que reúne cerca de 200 piezas pertenecientes a colecciones (públicas y privadas), además de numerosos archivos, documentos y registros audiovisuales, que develan las preocupaciones y urgencias de una poeta que, cursando la enseñanza media, leyó en una enciclopedia que el planeta corría peligro, y eso la llevó a adelantarse a su tiempo, y así lo demuestra. “Esa propensión a desaparecer de todo lo que uno es como ser humano, y de lo que uno ama: el mar, el sol, la luz, la vida de todas las plantas, de todas las criaturas es lo precario. Lo precario es lo que desaparece”.

Partiendo de esa premisa, es que decido poner el foco en una sinécdoque, particularmente porque es muy significativo mostrar esa parte casi desconocida de su obra, en donde despliega tal nivel de sensibilidad y capacidad de abstracción, que no requiere mayores explicaciones, ya que con el simple hecho de recurrir a lo más mínimo y diminuto, crea un universo mágico, donde el ilusionismo de la levedad se reconoce en dos importantes secciones “Semiya” y “Objetos Precarios”, ambas muestras compuestas por aquello que muchos no ven, y que guarda relación con un ejercicio poético plástico que parte en 1966, y que denominó “sus basuritas”.

Un larvario comienzo con estos gráciles y etéreos ensamblajes de arte precario, elaborado con pequeños objetos encontrados en las playas de Concón, con los que creó su arquitectura futura, rescatando a la vez mucho del simbolismo de las culturas ancestrales, y ella desde la poética lo afirma: “Una semilla es la palabra de la tierra”.

Así fue como este proyecto que se materializó en Londres (1974), cuando realizó su primera muestra de objetos precarios: Un diario de objetos para la resistencia chilena, para luego presentar en Nueva York, una exposición individual titulada Precarios en Ext Art, compuesta por cinco instalaciones interconectadas en la galería y una serie de performances sin previo anuncio en el Rio Hudson y las calles de Nueva York.

Sin embargo, una de sus mayores instalaciones fue “Pueblo de altares”, que incluyó pequeñas esculturas sobre una extensión de arena, a las que la artista llamó Precarios cuya instalación anticipa el futuro de la civilización y reclama lo sagrado ante la destrucción ecológica y política que está en marcha.

Pero, más vale entenderla a través de su esclarecedora visión. “Creo que hay una desnudez en mi trabajo, una falta de artificio en el sentido de que es de una simplicidad casi ridícula. Y ese bordear lo ridículo y lo que no es nada, a mí me parece que tiene una fuerza y una vitalidad, porque es distinto, porque no es lo frecuente, o sea, mis poemas no son trabajados, no son perfectos, son como un viento que pasó, como un perro que movió la cola. Es algo tan desarmante. Me imagino que ese es el atractivo”.

Óptica, fundada en lo infrecuente, y que se caracteriza por el uso de elementos arrastrados por el oleaje, acompañados por un sinfín de semillas que ella ve no sólo como una vulva geometrizada, sino como una nave espacial esperando brotar. Por eso, seguir siendo la labradora de una “desarmante” levedad, en esta época del time lapse es aventurarse a desestructurar lo convenido, es crear tu propio canon, añadiendo esa dosis de simpleza, tan necesaria, que hace que las cosas más complejas se vean como rutilantes maravillas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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