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El momentum político Opinión

El momentum político

La tarea de la política no está completa. Si la élite política cree que su labor concluyó con la suscripción del acuerdo, seguiremos en problemas. A ellos les compete construirle apoyo y legitimidad al acuerdo, junto con enfrentar a los disconformes que podrían seguir movilizados y a otros que seguirán en el camino de la cólera regresiva que terminará en violencia.


Conforme hemos ido conociendo los detalles acerca de la forja de los acuerdos, actores, intereses y conflictos que estuvieron detrás del proceso y que se plasmaron en el llamado “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución”, resulta necesario también una línea de reflexión acerca de las circunstancias y fuerzas que empujaron a la clase política y al Gobierno al pacto constitucional.

Nos interesa describir las pulsiones que motivaron la acción de los congresistas que con la aquiescencia de La Moneda los días miércoles 13 y jueves 14 de noviembre –en medio de frenéticas 48 de horas de reuniones y negociaciones– forjaron un acuerdo de salida institucional a la crisis. No nos referimos acá a las causas de la ruptura, cuestión que requiere de un análisis mayor.

Para intentar caracterizar las pulsiones en juego y con fines analíticos, utilizamos el concepto de momentum para dar cuenta de la cantidad de movimiento que produjo la superación de la inercia de los casi 30 días en que en el país no se vislumbraba una salida.

No cabe duda que el movimiento social de protesta e indignación, resultado de la explosión social que vivimos en Chile, es la principal fuerza de cambio y el acicate más poderoso para provocar el acuerdo de salida institucional a la crisis. A pesar de que tenemos más sorprendidos que sorpresas, la magnitud y expresión de dicha fuerza –no necesariamente revolucionaria en el sentido estricto– hizo que cambiara el país, aunque no aún el Estado.

Si el momentum se encuentra vinculado con la cantidad de masa que contiene un objeto y la velocidad con que este se mueve, no cabe duda que fue el movimiento de indignación el que finalmente acabó por terminar con la inercia de 30 años del pacto de transición.

Un segundo factor clave fue el llamamiento de los alcaldes de 330 municipios del país a una consulta no vinculante que ponía en el foco el cambio de la Constitución. En un hecho inédito, los alcaldes estuvieron a poco de sustituir al Congreso –en el actual clima opinión pública– en el rol de articulación de acuerdos de la política que en una democracia representativa les cabe principalmente a los parlamentarios.

Se sumaba a lo anterior que, el martes por la tarde, 14 partidos de la oposición, desde la DC hasta el FA, hacían una declaración conjunta en la que pedían convocar a una Asamblea Constituyente como el mecanismo para elaborar una nueva Constitución, en contraste con el Congreso Constituyente que planteaba el Ejecutivo. Esta correlación de fuerzas de alcaldes y oposición, a través de los partidos políticos, aumentó el momentum político.

Pero de una manera más dramática, la fuerza que aún no hemos aquilatado suficientemente está relacionada con la anatomía del instante que discurre entre la noche del martes 12 y la madrugada del viernes 15, que fue decisiva del momentum político para la salida institucional. De lo que sabemos –pero mayormente suponemos– el Estado de derecho estuvo a punto de quebrarse la larga noche del 12N. En los poco más de 7 minutos que duró la comparecencia del Presidente ante los medios, faltó leer más sus silencios que sus palabras. Lo más importante en términos analíticos está, no en lo que dijo, sino en lo que no dijo esa noche.

La disyuntiva que se planteó entre líneas era que si se dejaba sobrepasar el Estado de derecho, el resultado sería la quiebra de las instituciones. Esa noche estuvimos al límite de algo todavía poco preciso que podía ir entre el quiebre del Estado de derecho, la renuncia del Presidente y/o un golpe de Estado. Lo claro, más allá de las especulaciones, es que Chile dejó de estar inmune y cualquier cosa puede pasar. Las dudas sobre si hubo o no deliberación de las Fuerzas Armadas, es parte de la anatomía de ese instante.

La clase política se demoró 24 horas en procesar los silencios del Presidente. Llegó tarde, aunque no totalmente esta vez. Esto explica el sentido de la urgencia y el frenesí por conseguir un acuerdo para una salida institucional. No cabe duda que tras telón las fuerzas del momentum político empujaron la solución y al Gobierno y a la política con ella.

Pero la tarea de la política no está completa. Si la élite política cree que su labor concluyó con la suscripción del acuerdo, seguiremos en problemas. A ellos les compete construirle apoyo y legitimidad al acuerdo, junto con enfrentar a los disconformes que podrían seguir movilizados y a otros que seguirán en el camino de la cólera regresiva que terminará en violencia.

La reivindicación de la política y los políticos requiere de acciones concretas para procesar demandas y ofrecer soluciones. No pueden ser solo analistas de la “calle”, sino que su rol es procesar la mezcla diversa de fuerzas que reclaman y demandan solución de problemas en políticas, proyectos y trasformaciones políticas. Ese es el desafío de la política después de la indignación.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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