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La crisis de los inteligentes Opinión

La crisis de los inteligentes

Marta Lagos
Por : Marta Lagos Encuestadora, directora de Latinobarómetro y de MORI Chile.
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Es ingenuo pensar que solo las encuestas son las que están en problemas, porque no pueden anticipar las elecciones correctamente y se equivocan una y otra vez. Esta es una crisis de la inteligencia –de la academia, de las ciencias sociales– que ha seguido una corriente (mainstream) sin cuestionar sus premisas básicas, sin mirar por la ventana, ensimismada en modelos matemáticos que no dicen nada sobre las expectativas (sueños), las demandas (necesidades) y los que llaman individuos, que no son otra cosa que personas con nombre y apellido. Esta es la crisis de la inteligencia, que ha invisibilizado otras visiones y teorías desarrolladas más allá de sus fronteras.


¿Qué le pasó a la inteligencia? ¿Las mentes brillantes que llenan los organismos internacionales, las universidades que logran formar profesionales que desarrollan las más inimaginables tecnologías, no pueden usar su inteligencia para mejorar el funcionamiento de la política, las sociedades, los Estados, la democracia?

Llama la atención que las ciencias sociales se hayan confinado a la economía para abordar los problemas de las sociedades, circunscribiendo esto a un tema de recursos, creando una gigantesca maquinaria internacional de expertos en organismos internacionales, centros de pensamiento y universidades. Esa maquinaria, sin embargo, no ha enfrentado el problema de las relaciones interpersonales entre los ciudadanos de una nación, sociedad, Estado: las relaciones de poder, la política. La experticia científico-económica se comió la presencia de otras ciencias sociales, la inteligencia ha sido así sobrepasada por las masas de ciudadanos que los dejan mudos, sin entender, sin explicación, sin saber por qué las cosas suceden.

Nosotros, los encuestadores, nos hemos convertido en las bisagras sustitutas de esas ciencias sociales, interpelados a “anticipar”, ya no simples elecciones donde compiten una serie de candidatos, sino más bien conocer, interpretar y explicar la evolución de las sociedades, su comportamiento. Existen, sin embargo, todavía, las ciencias sociales, la ciencia política, la sociología política, la antropología, la sicología política… ciencias que se han encerrado en sí mismas en la academia guiada por los americanos, con el patrón anglosajón, produciendo sofisticados análisis “indexados”, que claramente no miran ni dejan ver el bosque.

[cita tipo=»destaque»]No es para nada derrotada una visión que obtiene 70 millones de votos, más que cualquier otro perdedor en la historia de EE.UU., o un ganador con 74 millones. Se rompen todos los récords. El trumpismo no son las frases insolentes, inaceptables de Trump, sino que es un fenómeno social, político, económico, que ahora recién tendrán que empezar a explicar. Por su parte, los demócratas no arrasan, sino pelean el voto a voto, con márgenes estrechos. Las encuestas se equivocaron de nuevo, pero ¿solo las encuestas? ¿Acaso este no es un problema de la ciencia, la que se equivoca en interpretar la sociedad? Mal que mal, nosotros los encuestadores solo podemos testear las teorías existentes, las encuestas no producen teoría, solo las confirman/rechazan y las miden.[/cita]

Toda esa inteligencia perdida, escondida, en desuso para comprender, analizar y entender, para actuar sobre nuestras sociedades.

Crece el número de países donde los sucesos electorales revelan fenómenos (después evidentes) que el mainstream de las ciencias sociales no ve para nada. En las últimas semanas solamente:

1- Bolivia mostró cómo, a pesar de Morales, el voto de izquierda mantiene la fortaleza que mostraba hace una década, no ha disminuido para nada. Sin embargo, se daba a entender que algún candidato podía tener expectativa de ganar frente a ello. No entender lo que pasa con las demandas políticas de un pueblo que se vienen expresando por más de una década, no es un error de cálculo en unas encuestas en una elección. Es no comprender esa sociedad del todo.

2- Chile, un país que durante años se mostró al mundo como algo que no era, donde dominaron visiones triunfalistas de los frutos del crecimiento, sin mirar las demandas de la gente que finalmente explotaron y rebalsaron el vaso. El vaso se termina de rebalsar en un plebiscito que vota 80/20 a favor del cambio. Recién ahí empieza a reaccionar el país. Es la crisis de la inteligencia de las ciencias sociales invisibilizada por versiones dominantes.

3- Ahora Estados Unidos, donde se nota demasiado el contraste de una elite de súper inteligentes parapetados en universidades que atraen mentes brillantes del mundo entero, y un resultado escueto, casi inexistente, de su propia academia para conocer su propia realidad. El fracaso de las ciencias sociales en EE.UU. en comprender los cambios societales de las últimas décadas, les explota en la cara en esta elección, donde suceden solo cosas que nadie había visto. La ciudadanía les da una lección a las ciencias, saliendo a votar como nunca antes y votar no como esperaban.

No es para nada derrotada una visión que obtiene 70 millones de votos, más que cualquier otro perdedor en la historia de EE.UU., o un ganador con 74 millones. Se rompen todos los récords. El trumpismo no son las frases insolentes, inaceptables de Trump, sino que es un fenómeno social, político, económico, que ahora recién tendrán que empezar a explicar. Por su parte, los demócratas no arrasan, sino pelean el voto a voto, con márgenes estrechos. Las encuestas se equivocaron de nuevo, pero ¿solo las encuestas? ¿Acaso este no es un problema de la ciencia, la que se equivoca en interpretar la sociedad? Mal que mal, nosotros los encuestadores solo podemos testear las teorías existentes, las encuestas no producen teoría, solo las confirman/rechazan y las miden.

Las encuestas han acertado especialmente de manera muy precisa en los 50 años después de la II Guerra Mundial en los países del primer mundo, cuando había teoría sociológica y política, partidos estables, electorados que se comportaban de acuerdo a categorías medibles. Hoy, más de la mitad de las premisas con las cuales se medían las sociedades son volátiles: los partidos, las clases sociales, las ideologías. No conozco mecanismos para captar la volatilidad sin teoría alguna, es como intentar sacar una foto de un pájaro, sin saber dónde está volando.

Es ingenuo pensar que solo las encuestas son las que están en problemas, porque no pueden anticipar las elecciones correctamente y se equivocan una y otra vez. Esta es una crisis de la inteligencia –de la academia, de las ciencias sociales– que ha seguido una corriente (mainstream) sin cuestionar sus premisas básicas, sin mirar por la ventana, ensimismada en modelos matemáticos que no dicen nada sobre las expectativas (sueños), las demandas (necesidades) y los que llaman individuos, que no son otra cosa que personas con nombre y apellido. Esta es la crisis de la inteligencia, que ha invisibilizado otras visiones y teorías desarrolladas más allá de sus fronteras.

Es hora de cambiar la manera como se usa la inteligencia, abrir las fronteras, salirse del zapato chino, no hacer más “papers” para llenar volúmenes de “journals”, sino hacer ciencia simple y pura. Acercar las ciencias sociales a las sociedades y sus problemas, dilucidar los fenómenos sociales que explican el comportamiento de la gente, desarrollar teorías que expliquen las sociedades en el momento en que nos encontramos, cuestionar las premisas, los métodos, las metodologías, los resultados, avanzar en el desarrollo científico de nuevos métodos y mejores resultados.

Qué duda cabe que habrá que concentrar las décadas que vienen en el desarrollo de la política y las sociedades, con la ayuda de la inteligencia de las ciencias, para los que aman la democracia y las libertades que ella garantiza. Los “atrasos” que esta elección americana mostró al mundo, no solo apuntan a EE.UU. y su sistema electoral, sino mucho más allá indican que es “la política” –las relaciones de poder en la sociedad– la desatendida, no la economía, la regalona del establishment.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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