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Atacar al mensajero, el “matonaje” de la derecha, o la neutralidad hipócrita de la academia Opinión

Atacar al mensajero, el “matonaje” de la derecha, o la neutralidad hipócrita de la academia

Gonzalo Bacigalupe
Por : Gonzalo Bacigalupe Sicólogo y salubrista. Profesor de la Universidad de Massachusetts, Boston e investigador CreaSur, Universidad de Concepción
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En una acusación insolente y destemplada, Pablo Ortúzar califica a este investigador de «rapiña mediática», me acusa de hacer «prédicas apocalípticas estériles», y probablemente lo más delirante, cuando señala que mi éxito está al «final perversamente atado a que muera la mayor cantidad de gente posible”. Lamento mucho sus destemplados comentarios. Pero son sin duda típicos en la academia y muy comunes en las universidades chilenas, donde destruir al otro es una manera de afirmar carreras difíciles como instructor en ambientes poco hospitalarios. En su carrera como académico junior, Ortúzar avanza muy bien en desarrollar un prestigio como académico serio y le deseo toda la suerte del mundo, especialmente cuando con un doctorado pueda comenzar su carrera como profesor estable o solo actuar con el arropamiento de instituciones como el Icare o el Enade. Sr. Ortúzar, modere su lenguaje, escriba aportando un análisis que tenga relevancia para el país y su ciudadanía. Es un buen ejercicio intelectual.


En una entrevista realizada por El Mostrador (5 de Abril) a Pablo Ortúzar –candidato a doctor e investigador del IES, un think tank de derecha–, este analiza la gestión del ministro Enrique Paris, con una serie de enunciados y contenidos con los cuales incluso estoy de acuerdo, derivando en un análisis conceptual de la crisis cuando le preguntan cómo califica la conducción de esta segunda ola, la vacunación, las UCI y el contagio diario.

El Sr. Ortúzar evalúa los méritos de la vacunación y los problemas de la comunicación en crisis que todos conocemos. Sin embargo, en la segunda parte de la respuesta se focaliza en mi persona con un ataque ad hominem. Cita completa:

«Y por otro lado, hay un exceso de rapiña mediática: personajes lamentables, como el psicólogo Bacigalupe, que han intentado hacer una carrera electoral y televisiva disfrazados de especialistas, con prédicas apocalípticas estériles y cuyo éxito parece, final y perversamente, atado a que muera la mayor cantidad de gente posible. ¡Tenemos gente celebrando en televisión cada vez que hay malas noticias! Es difícil imaginar algo más torcido y desmoralizante».

En una interesante columna, típica de este investigador que, como en la canción de Los Prisioneros, no quiere estar mal con nadie o en su caso sería estar mal con todos, y construir una identidad del “enfant terrible” y provocador, mientras estudia para ser doctor de una universidad inglesa, pareciera ser un fiel reflejo de su estilo antagónico, donde se toma realmente muy en serio, como una suerte de Carlos Peña en ciernes. Así, en una columna del invierno pasado se explayó sobre el debate público mostrando cómo él es un ejemplo de las malas prácticas discursivas que él mismo critica  Cito varios párrafos que bastarían para fundamentar mi respuesta.

«El debate público se vuelve, por supuesto, tóxico. Una constante es acusar al otro de carecer totalmente de principios, y guiarse meramente por intereses. Tal sospecha hace imposible el debate razonado, ya que asume que las razones dadas son siempre fachadas de los verdaderos intereses ocultos. Muchos se solazan en ‘revelar’ que el adversario ‘sólo quiere poder’ o realmente es nada más que un operador de algún grupo de interés. Terminamos, entonces, en una distopía foucaultiana, donde todo es realmente maniobra y el lenguaje es simplemente velo. No hay comunicación posible».

«Ahora, son principalmente las élites académicas las que tienden a la sistematicidad: su distancia con la realidad les permite e incentiva aproximarse a ella a través de abstracciones. Pero poca gente razona políticamente en base a un sistema. La mayoría armamos más bien un collage que nos permite orientarnos y navegar la realidad. De ahí que lo normal es que seamos inconsistentes.»

Analicemos entonces su ataque por partes.

Mi trabajo con los medios data de varios años, asociado a mi trabajo de investigador de desastres de origen natural y, recientemente, por COVID-19, pero absolutamente lejos de la llamada “rapiña mediática”, que acusa el investigador. Son los medios los que me han invitado a contribuir con ideas y a explicar lo que sucede con la pandemia. Trabajé en un centro Fondap de excelencia como investigador principal en el área de reducción del riesgo de desastres y me tocaba ir a los medios o escribir columnas en temas relacionados con ello. Cuestión que también me tocaba en medios de la televisión pública en Boston, donde vivía permanentemente hasta hace unos años.

No hay “carrera televisiva”, simplemente utilizo mis conocimientos de comunicación en crisis y salud que son parte de los contenidos que enseño durante décadas a estudiantes de posgrado. Quizás antes que Ortúzar terminara su licenciatura en antropología. Mi participación en los medios, efectivamente, creció debido a mi experticia no solo como doctor en psicología y como profesor de planta de una universidad estatal norteamericana –donde además dirijo un grupo de estudiantes y candidatos a doctores–, cuestión que Ortúzar debe conocer como candidato a doctor. Además, soy psicólogo, como él precisa, en la misma Facultad de Ciencias Sociales donde es o ha sido instructor –ah pero eso es otra cosa– y me gradué como salubrista con estudios de salud pública y global con una obvia formación en epidemiología social en la Universidad de Harvard.

Revelo mi currículo porque Pablo me acusa de “disfrazado de especialista”. Porque jamás me he disfrazado de algo, menos ahora que el país necesita honestidad y temple para enfrentar los estragos que esta pandemia está dejando en Chile. Lamento mucho sus destemplados comentarios. Pero son sin duda típicos en la academia y muy comunes en las universidades chilenas, donde destruir al otro es una manera de afirmar carreras difíciles como instructor en ambientes poco hospitalarios. Ortúzar me acusa, después de calificar mis intenciones, de hacer una “carrera electoral”. No sé cómo puede auscultar mis intenciones porque nunca ha conversado conmigo en privado o en público. Es interesante porque, desde el momento en que me transformé en candidato constituyente del Distrito 9, la televisión no me invitó más a conversar sobre la pandemia. Así es la televisión chilena, así son los medios a los cuales Ortúzar tiene siempre acceso con sus opiniones.

La evidencia, la acusación más torpe es la de hacer “prédicas apocalípticas estériles”. No se cómo calificar lo de estéril. Las únicas predicciones que he hecho están basadas en la evidencia científica del momento. Una se relaciona con la cantidad de fallecidos, un rango de 4.000-30.000, dependiendo de las estrategias que discutí en un programa de televisión y varios artículos de investigación en Ciper y otros medios y que resultó ser una subestimación. Eso sí, todos debemos reconocer que es un número apocalíptico, ¿no? Hasta el mismo ministro reconoce que estamos en una catástrofe, razón más que suficiente para aplazar las elecciones. La otra “predicción” no tiene nada de apocalíptica, la idea de que el desarrollo de las vacunas demoraría años no es estéril, llamaba a la cautela y la importancia de las medidas no farmacológicas para enfrentar esta grave pandemia. Un tema que Ortúzar no ha estudiado, pero del que opina libremente como lo puede hacer cualquier ciudadano.

La acusación probablemente más delirante es “éxito, final y perversamente, atado a que muera la mayor cantidad de gente posible”. Solo o con el colectivo de expertos y científicos a los cual pertenezco nacional e internacionalmente, hemos agotado los esfuerzos para comunicar que las personas se cuiden, incluso en el contexto de la campaña constituyente que desarrollo ahora. Cómo se le puede ocurrir a Ortúzar que voy a celebrar “cada vez que hay malas noticias”. Justamente su última oración se aplica a su destemplada crítica: “Difícil imaginar algo más torcido y desmoralizante”.

Es difícil, porque en su carrera como académico junior, Ortúzar avanza muy bien en desarrollar un prestigio como académico serio y le deseo toda la suerte del mundo, especialmente cuando con un doctorado pueda comenzar su carrera como profesor estable o solo actuar con el arropamiento de instituciones como el Icare o el Enade. Para mí, a estas alturas de mi carrera y con todo el apoyo de mi universidad, no hay otro deseo que el de intentar aportar a un cambio real de este país, no es jugar a las palabras o vencer al otro que no tiene responsabilidades de dirigir al país a una catástrofe.

Sr. Ortúzar, modere su lenguaje, escriba aportando un análisis que tenga relevancia para el país y su ciudadanía. Es un buen ejercicio intelectual. La próxima vez que quiera hacer un análisis de una autoridad como lo hace en la entrevista, no descalifique a alguien que Ud. no conoce y que no tiene ninguna responsabilidad en el gran desastre que vivimos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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