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La diversidad es la fortaleza de la Convención, no su debilidad Opinión

La diversidad es la fortaleza de la Convención, no su debilidad

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José Ignacio Cárdenas
Por : José Ignacio Cárdenas Escritor y Abogado de la Universidad de Chile
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Las democracias no son “las dictaduras de las mayorías”, pero podrían transformarse en ello si no se cuenta con una fuerte institucionalidad que dé espacio a una expresión pluralista. Precisamente es esto último la fortaleza de nuestra Convención, me refiero a su diversidad cultural, política y social, que permite dar cabida a todas las ideas, incluso las “descabelladas”, a juicio de algunos, para que sea la mayoría −en este caso una gran mayoría de dos tercios− la que finalmente decida cuál será la “casa de todos”.


Hemos leído y escuchado, en lo que va del desarrollo de nuestra Convención Constitucional, expresiones tales como “las descabelladas propuestas de los convencionales” o “el circo de la Convención”, o una frase reciente de Evelyn Matthei: “Lo que reina ahí es un poquito la locura infantil…”.

Más allá de que por lo general tales afirmaciones provienen de sectores más afines a la derecha política que en su origen votó por el rechazo al cambio constitucional, también lo repiten quienes, sintiéndose ajenos a este proceso histórico, simplemente asumen como cierto lo que con tanta irresponsabilidad y ligereza leen en las redes sociales, o en parte de ellas, para ser justo.

Nuestro país cambió, aunque cueste acostumbrarnos, especialmente para las generaciones mayores o para quienes estaban habituados a lo “políticamente correcto”.

El Chile de hoy es un país diverso y es esta diversidad la que nos exige flexibilidad societaria para adecuarnos a los cambios cada vez más rápidos y frecuentes. Tal diversidad no solo es resultado de la globalización que nos desafía  a estar en permanente conexión con los fenómenos internacionales, sino también la transición natural de nuestros jóvenes sin apego al statu quo, más una generación de migrantes que han aportado con su nueva cultura.

Sumo a lo anterior el cambio de nuestro sistema electoral que, desde un binominal que solo daba espacio a dos corrientes políticas de poder y pensamientos, pasó a uno proporcional que abrió la puerta a sentires políticos históricamente postergados en el aula de las decisiones nacionales. Posiblemente este último cambio llegó algo tarde y no fue capaz de evitar la crisis de representación que derivó en el estallido social de octubre de 2019.

Las democracias no son “las dictaduras de las mayorías”, pero podrían transformarse en ello si no se cuenta con una fuerte institucionalidad que dé espacio a una expresión pluralista. Precisamente es esto último la fortaleza de nuestra Convención, me refiero a su diversidad cultural, política y social, que permite dar cabida a todas las ideas, incluso las “descabelladas”, a juicio de algunos, para que sea la mayoría −en este caso una gran mayoría de dos tercios− la que finalmente decida cuál será la “casa de todos”.

Tal institucionalidad está radicada en el comentado Reglamento de la Convención, tan incomprendido a su inicio, que estableció las reglas tanto para acoger a discusión cada propuesta constitucional como el procedimiento para que estas sean aceptadas a tramitación, modificadas, rechazadas o finalmente aprobadas por el pleno. Es decir, hasta el día de hoy no se ha aprobado nada, solo son etapas en la discusión de normas. No es cierto entonces que se haya votado definitivamente norma alguna, como los agitadores de siempre han pretendido hacer creer.

En términos simples, una propuesta se aprueba en general (sin modificaciones) por mayoría simple en alguna comisión (actualmente nos encontramos en esta etapa inicial); después se le hacen modificaciones (indicaciones), las cuales deben ser aprobadas por el mismo quórum; luego, la propuesta modificada se envía con un informe al pleno que reúne a todos los constituyentes, para que se debata y vote por dos tercios, primero la idea general de norma propuesta y, después, en particular cada uno de los artículos que la componen. Si se rechaza porque no alcanzó el quórum de dos tercios, pero fue aprobada por mayoría simple, vuelve a la comisión por única vez para que se vuelva a discutir, modifique y se intente una vez más su aprobación en el pleno, con el fin de lograr el tan ansiado quórum de dos tercios.

Este disciplinado respeto, incluido el de quienes perdieron su postura contraria a este quórum, es la gran fortaleza de nuestra Convención y lo que permite engrandecer la diversidad de quienes la componen.

“La diversidad es una fuerza motriz del desarrollo”, dice la Unesco en su Declaración Universal, no solo en lo que respecta al crecimiento económico, sino también como medio de tener una vida intelectual, afectiva, moral y espiritual más enriquecedora.

Es precisamente esta diversidad, y su respeto a ella, la que nos permite soñar en la solidez de nuestra futura Constitución como el resultado del debate de todas las opiniones y sensibilidades, sin la exclusión de ninguna “alocada” propuesta sometida a la institucionalidad creada, ya que, en palabras del dramaturgo y científico alemán Goethe, “la locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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