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Chile: crimen organizado y nociones de inteligencia Opinión

Chile: crimen organizado y nociones de inteligencia

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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El crimen organizado es algo más que narcotráfico. Y debe entenderse como una empresa comercial mayor, normalmente transnacionalizada, organizada en torno a la provisión de bienes o servicios ilícitos en escala media o grande, y que conlleva crímenes de diversa factura y violencia, pero cuya finalidad global es la obtención de beneficios económicos para sus dueños, y no poder político, subversión antidemocrática o pura atención medial.


El crimen organizado está de moda en el vocabulario de políticos y medios de comunicación en Chile. Pero lo que se escucha, denota una gran precariedad de juicios y conceptos. Porque en su esencia, se trata en lo fundamental de delitos de muy alta intensidad y muy baja visibilidad. El poder del crimen organizado no proviene de las armas sino de su capacidad de permanecer invisible.

Por lo tanto, el crimen organizado es algo más que narcotráfico. Y debe entenderse como una empresa comercial mayor, normalmente transnacionalizada, organizada en torno a la provisión de bienes o servicios ilícitos en escala media o grande, y que conlleva crímenes de diversa factura y violencia, pero cuya finalidad global es la obtención de beneficios económicos para sus dueños, y no poder político, subversión antidemocrática o pura atención medial.

En una sociedad mediática, los medios generalmente perciben lo visible inmediato, quizás  urgente pero superficial, determinando qué es la noticia, lo bueno y lo malo de una situación. Con ello, crean realidad más que la muestran. Muchas veces desorientando aún más las incapacidades de los encargados de las políticas de seguridad. Fuegos artificiales, decomisos, construcción de personalidades como foco, cuando en realidad el tema requiere sustraerse a los prejuicios y verdades fáciles, y no omitir las evidencias incómodas de incompetencia y corrupción.

El crimen organizado no es una ideología o una doctrina amoral, cuyo fin último sea la destrucción de la democracia o la instauración de tal o cual régimen, aunque su alianza instrumental con el poder político, o su captura, hagan de la inoperancia un ambiente eficaz para su organización. El crimen organizado es simplemente un negocio, normalmente de organización difusa y compartimentada, pero con férrea disciplina interna, que le ayudan a minimizar los riesgos y maximizar las utilidades.

En su desempeño operativo, el crimen organizado normalmente fragmenta sus actividades, aunque adquiera o tenga una especialización central, pues siempre se mueve también por oportunidades, ya sea financiando actividades delictivas de otros o invirtiendo en nuevos negocios. Siempre usa la corrupción de autoridades políticas territoriales, y busca potenciar la organización autónoma y clientelar de territorios, para lo cual usa la beneficencia, el chantaje o coerción de la justicia, la infiltración y manipulación de conflictos sociales o étnicos, y hasta el asesinato, ya sea para impartir justicia interna o como amedrentamiento social. Para el crimen organizado la violencia no es un fin en sí sino una pedagogía del miedo, y la red de contactos un activo indeterminado que puede ser usado cuando se requiera.

Ya dijimos que el crimen organizado no es solo narcotráfico, aunque es esta actividad la que captura la mayor atención comunicacional, tal vez por los riesgos de seguridad que trae aparejados y la vistosidad de muchos capos y narcotraficantes en torno a fortunas rápidas y voluminosas. Pero existe un sinfín de actividades ilegales que convocan al crimen organizado, tanto o más lucrativas que las drogas y con mucho menos riesgo y más estables. En sentido económico, incluso, el crimen organizado ha llegado a ser un poder configurador, a veces más grande y efectivo que muchos Estados de los llamados frágiles.

La producción y tráfico de armas, el contrabando de bienes minerales escasos, el tráfico de residuos peligrosos, robo de secretos industriales, patentes, trata y tráfico de personas y de órganos, juegos de azar y apuestas, contratos públicos y construcción, industria de entretención y ocio, lavado de activos, control de servicios y puertos además de narcotráfico, especialmente de drogas de diseño.

Para llevar adelante sus negocios requieren al menos de cuatro estructuras orgánicas gruesas, que desarrollan tareas muy definidas bajo los principios esenciales de control territorial, capacidad de orden y dominación, sentido de jerarquía, obediencia, lealtad y secreto. Las estructuras operativas básicas giran en torno a la ejecución del negocio central; la administración financiera y contable; la inteligencia financiera, el lavado de activos y nuevos negocios; la logística y seguridad, incluidos los medios de transporte, infraestructura y terminales. La inteligencia política y policial, se compran. Todo esto es lo que lo hace, en mayor o menor medida, impermeable a la represión.

El crimen organizado para existir y subsistir requiere de una vida social, redes de poder e influencia, por lo que normalmente es conservador respecto del poder constituido; generoso con el que está en trance de constituirse, y busca el bajo perfil. No promueve revoluciones abiertas, a menos que lo requieran sus intereses, y siempre en la mayor discreción.

Todo lo dicho más arriba, con las adaptaciones y circunstancias propias de cada país, indica la necesidad de una inteligencia anticipativa y preventiva para combatir el crimen organizado. Este en nada se parece al terrorismo, clandestino y subversivo por naturaleza, que requiere manifestarse públicamente para afirmar su dimensión política y obtención de poder. El crimen organizado es en esencia parasitario y encubierto, y lo que se expresa como desgajo violento proviene de sus bordes externos, del cuidado territorial o las pugnas de no iniciados por subir en la escala delictual menor detrás de un capitán de gatilleros.

Por ello, el país se ve mal ante el tema y parece estar llegando atrasado a todo. No solo bajo confusiones conceptuales, falta de inteligencia y corrupción policial y burocrática en servicios clave de la administración. También por las fallas en sus cúpulas. Ejemplo los dichos del fiscal nacional Jorge Abbot sobre la presencia del cártel de Sinaloa en Chile, hace pocos días en Puerto Montt. Allí señaló en un improvisado punto de prensa que “hay indicios ciertos que resultan alarmantes” refiriéndose a un decomiso de 600 kilos de cocaína.

O sus palabras son una muestra de extrema ingenuidad, de ignorancia de algo que se sabe hace más de una década o, simplemente, una especie de “grito” de alerta a las organizaciones criminales. Después de sus dichos, cualquier investigación en curso probablemente se derrumbó.

Para peor, uno de sus expertos de la Fiscalía mencionó rutas, dio nombres y fechas de detención, y terminó afirmando que ello demuestra «fehacientemente que carteles como el de Sinaloa han querido traficar en Chile y llevar la droga desde puertos chilenos al extranjero». Lo que ninguno dijo es que eso se sabe desde el año 2012, fecha en que este cártel estuvo investigado en Arica, y que en Colombia y Perú operan desde hace rato.

Las autoridades que llegan en marzo deben entender que la migración y la violencia callejera están orientados por la precariedad social, y solo son parte de las aguas negras del crimen organizado, ya que este es algo un poco más complejo que los fuegos artificiales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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