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Luis Pino, el primer activista medioambiental de Ventanas: un hombre verde caminando PAÍS

Luis Pino, el primer activista medioambiental de Ventanas: un hombre verde caminando

Silvia Peña Pinilla
Por : Silvia Peña Pinilla Periodista de El Mostrador.
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Es el más antiguo luchador contra la contaminación de Quintero-Puchuncavi. Uno de los primeros activista medioambientales de Chile. Hace 16 años fundó la Asorefen, una agrupación con ex trabajadores de Enami (hoy Codelco) en la zona de sacrificio de la V Región, para conseguir alguna compensación por la contaminación con metales pesados que sufrieron los operarios en masa. Desde entonces la lucha ha sido larga y compleja, en el camino perdió parte de su salud, patrimonio, familia y cientos de compañeros que han ido muriendo sin respuesta ni justicia. Su activismo nació para denunciar las muertes y enfermedades sufridas por los ex trabajadores de la Fundición Ventanas: los hombres verdes. Estos empleados fueron llamados así porque sus cuerpos han manifestado los efectos de la contaminación a través de dolorosas llagas de color verde intenso, ampollas expandidas por toda la piel y tejido verdoso al interior de sus órganos. Hoy a sus 78 años sigue dando pelea y siguen también las amenazas en su contra. Desde el 31 de enero de este año se encuentra con protección policial a raíz se serios amedrentamientos telefónicos y en redes sociales ocurridos recientemente.


El 31 de enero pasado, la fiscalía local de Talagante emitió la medida de protección nº4261, que establece rondas periódicas de carabineros por 60 días a la casa de Luis Eduardo Pino Irarrázabal. Esto, debido a las reiteradas amenaza de muerte recibidas a través de llamadas telefónicas y por Facebook en su contra. «Deja de decir mentiras. No publiques más cosas y cuídate porque vamos a llegar hasta las últimas consecuencias si no te callas«.

Otras llamadas decían: «Tienes que andar con cuidado, deja de hablar y publicar mentiras. No molestes más». Todo generado por una presentación que hizo, a medidos de enero, ante grupos ambientalistas de Valparaíso, Ventanas y Quinteros. Ahí expuso sobre su lucha y contó sobre uno de los logros de la asociación que preside: la exhumación de cuatro ex trabajadores de Enami. Habló de Héctor Villalón, cuyo análisis arrojó un porcentaje de cobre en los huesos y de Raúl Lagos, en cuyos restos se encontró mercurio, arsénico, plomo y cobre.

«Para mí no es nada fácil. No me atrevo a salir de la casa, en parte por la pandemia estaba un poco oculto, pero ahora no estoy tranquilo, paso pendiente de si alguien se estaciona afuera de mi casa, si tocan el timbre, si aparece un sospechoso. Esto no es vida. Lo peor es que llevo tantos años viviendo a la defensiva y he tenido tantas amenazas y problemas que tengo pocas esperanzas en que esta causa prospere. Pero por otro lado no me puedo quedar callado”, confiesa.

Y arremete: «Esto porque yo hablo del derecho a respirar aire puro, a la salud, derecho a vivir en un medioambiente limpio. Digo que todos políticos de todos los partidos tratan de tapar todo porque es una cosa económica. Ahora están todos veraneando ahí en la contaminación y nadie dice nada. Hasta hay un pescador contratado para limpiar las playas con una cuadrilla cuando botan carbón algunas empresas. Yo no me puedo callar».

Para Luis Pino (72) esto es un dejá vu. En su calidad de presidente de la Asociación gremial regional de ex funcionarios de Enami, fundición y refinería Las Ventanas V Región (Aserofen), (a la que sumó el colectivo de viudas), además es dirigente de la Central Unitaria de Pensionados de Chile a nivel nacional y V Región, carga con decenas de amenazas de muerte, agresiones y amedrentamientos. «Me han perseguido en las marchas, he tenido que arrancar y en una época me seguían en Quintero».

Su activismo nació para denunciar las muertes y enfermedades sufridas por los ex trabajadores de la Fundición Ventanas: los hombres verdes. Estos empleados fueron llamados así porque sus cuerpos han manifestado los efectos de la contaminación a través de dolorosas llagas de color verde intenso, ampollas expandidas por toda la piel y tejido verdoso al interior de sus órganos. El propio Luis Pino muestra los estragos de años expuesto a los hornos de la fundición de plata y oro. Contaminado también con plomo, perdió la visión del ojo izquierdo, tiene escaras en la piel por el arsénico y una serie de secuelas como crisis respiratorias, mareos permanentes y alteraciones de memoria.

Luis jubiló a los 38 años cuando su cuerpo le pasó la cuenta por su labor como analista químico en el laboratorio. Trabajó en la Enami desde los 17 años, cuando dejó sus estudios de mecánico tornero para entrar en un puesto de gallero (junior) en el laboratorio central ubicado en Quinta Normal. Pasó por diferentes oficios hasta ejercer como refinador. Cuando la sede de Santiago cerró, postuló a la V Región entrando a Ventanas como analista químico. Y se trasladó a vivir a Quintero. “En ese tiempo no se sabía de prevención de riesgo. No usábamos instrumental ni ropa de protección, ni máscara antigases. Nos pasaban un cubre faz, un delantal de cuero y un guante para sostener la tenaza con que se tomaba el metal. Eso era todo. Cuando se juntaban muchos vapores, se abrían las puertas para producir corrientes de aire y limpiar todo. A nadie le parecía anormal. Los gases salían por el pasillo por donde transitaban los trabajadores”, cuenta.

La única medida de protección era un vaso de leche que tomaban para mejorar el sabor ácido y amargo que quedaba en la boca por la inhalación de gases.

Antes de los 30 años ya se sentía raro. “Me ahogaba, apenas podía respirar. Comencé a sufrir de insomnio, fallas en la memoria, disminución de la líbido… Entonces me hicieron análisis, pero los resultados se iban directo a la empresa, nunca los vi. Saqué conclusiones de que estaban malos porque me cambiaron de puesto por dos meses. Nunca pensé que era el trabajo el que me enfermaba”.

Estos episodios se repitieron por años. Con el tiempo comenzó a recibir tratamiento por trastornos síquicos a raíz del insomnio y problemas de memoria. “Algunos compañeros de turno ya habían muerto de cáncer. Luego otros fueron enfermando poco a poco. De ese grupo solo quedamos dos”. 

Luis asegura que todos aguantaban porque la paga era buena y se les hizo normal el malestar en el estómago, la boca agria y cierto olor pegado a la piel. “Habíamos normalizado las cosas. No nos extrañaba que al ducharnos nos saliera un poco de agua verdosa por los poros o que cuando salíamos de vacaciones extrañáramos los gases porque éramos adictos a ellos”.

Pero un día antes de partir al trabajo sintió algo raro. Era su boca. Había algo en ella. Fue al baño, se miro y tocó un diente suelto, luego otro y otro más. “Quedé con dos en la mano de una vez… no hubo sangre, nada. Las encías estaban secas, solo un hilo de tejido colgaba de mi labio… A los 38 terminé sin un diente”.

Estuvo un año y medio con licencia médica antes de jubilar por invalidez.

El médico le indicó que siguiera viviendo cerca de la chimenea.

“Me dijeron que por ningún motivo saliera de la zona porque me iba a pasar como a los fumadores empedernidos o adictos. Hay que bajar la cuota de exposición a la adicción lentamente. Sin embargo, nunca reconocieron como motivo de la jubilación la contaminación”.

Golpeó mil puertas, buscó asesoría. Su error fue firmar un finiquito por necesidades de la empresa. Eso lo dejó fuera de la Ley 16.744, que reconoce enfermedades profesionales.

Fue entonces que comenzó a tratar de unir fuerzas. Golpeó mil puertas y recibió muchas promesas y también muchos portazos.

En esos trámites se dio cuenta de que sus compañeros seguían enfermando y morían casi todos de lo mismo: cáncer al estómago, garganta, pulmones. Otros presentaban accidentes vasculares y problemas a la piel. “Estábamos literalmente destruyéndonos por dentro, con las vísceras teñidas de verde cobrizo”.

Recuerda el caso de su amigo Agustín Cuevas (80) que hoy vive en Quilpué y ha sido operado dos veces. “Cada vez los médicos lo abrieron encontraron residuos verdes en sus órganos. Y cuando fue operado de vesícula le extrajeron nódulos verdes”.

A lo Erin Brokovic

Entonces a Luis se le ocurrió hacer una lista con los jubilados. Llamó a ex compañeros, viudas y familiares. Buscó certificados de defunción y cruzó datos. La lista comenzó a crecer y los documentos también. La asociación llegó a tener 440 integrantes, de ellos han muerto unos 300 esperando una solución.

Pino tiene varias cajas y archivadores repletos de certificados, recursos de amparo, exámenes, historiales médicos propios y de sus ex compañeros. Incluso tiene una copia de un estudio realizado por el sindicato de trabajadores de Enami Ventanas I (1993), que dice que entre 1973 y 1993 un 75% de los funcionarios fallecidos en Ventanas tuvieron como causa el cáncer y enfermedades cardiovasculares. En ambas causales las tasas de mortalidad excedía ampliamente la cifra a nivel nacional. Pino agrega que la literatura médica dice que se eleva la posibilidad de enfermarse de cáncer y enfermedades cardiovasculares en contacto con metales pesados”.

No existía la prevención de riesgos. Los capataces eso sí, siempre reconocieron que cuando los alemanes instalaron la fundición, lo primero que dijeron es que los operarios de la nave electrolítica no podían estar más de 10 años trabajando porque se contaminaban. ¡Una advertencia ignorada por décadas!”, exclama.

En 2010, presentaron la primera querella por cuasidelito de homicidio múltiple en favor de los ex funcionarios de Enami Ventanas fallecidos por enfermedades crónicas y terminales directamente vinculadas a la exposición prolongada a metales pesados. Durante los ocho años siguientes, la fiscalía de Quintero a cargo de Mauricio Dünner —hoy en La Calera— buscó el sobreseimiento de la causa en dos oportunidades. Fue la corte de Valparaíso la que revocó dichas resoluciones ordenando continuar con la investigaciones e incluyendo la exhumación de 29 cuerpos de ex funcionarios mineros en 2013. Finalmente se periciaron restos de cuatro personas (Raúl Lagos, Clemente Aguilar, Héctor Villalón y Gabriel Arroyo) en los que el Servicio Médico Legal (SML) determinó presencia de arsénico, cobre, plomo y mercurio. Sin embargo, dicho organismo tardó cinco años en remitir las conclusiones. Recién en una reunión sostenida en agosto de 2018 —generada por la presión de los acontecimientos de intoxicación en Quintero en 2018— entre la Aserofen, el senador Francisco Chahuán y el entonces fiscal regional de Valparaíso, Pablo Gómez, se informó a los querellantes que la conclusión del fiscal de Quintero era que no se podía acreditar el nexo causal entre las muertes de los ex funcionarios y la presencia de los metales pesados encontrados en los restos óseos por lo que cerrarían la investigación sin determinar la identidad de los autores. 

Tras esto Aserofen presentó otra demanda que no prosperó. Ese caso terminó cerrado.

 La viuda de Gabriel Arroyo, Carmen Villablanca comentó: Nos han negado la justicia y de todos los sectores nos han ofrecido ayuda, sin que nada nunca se concrete. Esperanza de qué vamos a tener. Acá vino hasta la señora Andrea Molina cuando era diputada y luego fue a hablar con otras viudas y les dijo cosas diferentes. Al final terminamos divididas. Me cansé de escuchar a los fiscales que insisten con que la contaminación no se llevó a mi marido. Yo vivía con él y vi cómo cambió su cuerpo, cómo sufría. En este camino hay muchos que han intentado acallarnos aprovechándose de la necesidad de la gente”.

Su vecina Marina Cisternas, ex presidenta de la Unión Comunal de Ventanas, hizo su propio levantamiento de las muertes de sus vecinos de la población John Kennedy. Prácticamente todos han muerto de cáncer. De las dos cuadras que me rodean han sufrido esta enfermedad, el resto ha sido por problemas cardiovasculares”.

Luis Pino alberga una pequeña esperanza en el nuevo gobierno. “Es posible que si son sensatos y como casi todos son humanistas y pro medioambiente, puedan investigar lo que nos pasa. La mayoría de los parlamentarios conoce esta situación, hemos entregado documentos a la Comisión de Mediambiente y todos, en distintos periodos y de diferentes partidos se han comprometidos y aquí estamos esperando hacer justicia. Fuera de los fallecidos, tenemos gran número de trabajadores en sus casas en cama. Dígame usted, qué más pruebas necesitan. El Estado es culpable del genocidio que sufrieron los obreros de Enami. Solo le cuento un caso dramático más: A Clemente Bastías se reventó en la urna. Los flujos verdosos mancharon el suelo de la capilla”.

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