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Chile al debe en la inversión social de capital humano en materia de conocimientos Opinión

Chile al debe en la inversión social de capital humano en materia de conocimientos

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Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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El estudio que hizo CEPAL el 2021 sobre la “Contribución de la Cultura al Desarrollo Económico en Iberoamérica”, al comparar los distintos países de la región, muestra los procesos de vaivenes en lo que respecta a la consagración de los distintos ministerios de Cultura, los cuales han tenido retrocesos en su “autonomía”, como han sido los cambios en la incorporación de esta materia hacia los ministerios de Educación y, luego, de regreso a uno de las Culturas (Brasil y Argentina son ejemplos); recordemos que en Chile se inauguró como ministerio recién el 2018, el cual no tiene una fuerza política en la mesa central –es solo cosa de recordar cómo se cuadran o retractan los(as) distintos(as) ministros(as) cuando afectan intereses empresariales–. Según el estudio, en nuestro país en promedio ha circulado, hasta el 2016, un ministro cada dos años, es decir, dos en lo que va de los tiempos de gobiernos de turno.


La capitalización y rentabilidad que se espera, dentro del sistema en que aún vivimos, al menos en lo que respecta a las expectativas mundiales sobre los procesos de los denominados países en vías de desarrollo, es un tema que se intenta transparentar, al menos en lo que concierne a los intereses de convenios económicos internacionales, pues hoy la capitalización no corre solo en la jerarquía de la deficiencia de los países no desarrollados, sino en que estos tengan un mínimo alcance para ser territorios que aumenten su especulación internacional. Esto es problemático en variados sentidos, pero uno de los aspectos interesantes es que los países que adquieren el mínimo modelo de sugerencias de desarrollo en la materia, también mejoran sus cualidades de vida material y simbólica, es decir, cultural.

Lo delicado es que es en un esquema y modelo actualizados del capitalismo contemporáneo, o sea, un liberalismo más blando dentro de la estructura reformista que no termina de ser inequitativa, pero que se realiza dentro de los intentos, hoy, de cambios no abruptos y graduales dentro del desconcierto de una nueva era por venir, y que se enfrenta de maneras medidas, lo que conlleva variados pros y contras; en mi opinión, más contras, pero es necesario explicar, a grandes rasgos, este intento de modelo contemporáneo en el nuevo sistema de “desigualdad más igualitaria”.

La especulación de la economía del conocimiento no es nueva en los países que se beneficiaron después de la Segunda Guerra Mundial; la capitalización de las artes contemporáneas fue una entrada muy elevada y en constante crecimiento hasta hoy; por ejemplo, en Estados Unidos desde la inversión en la misma Segunda Guerra, al institucionalizar lo que se conoce como la fuga de cerebros y el aprovechamiento de esto para el crecimiento cultural del territorio, y en extensión planificada de la economía.

Parte de este tipo de modelo se dio (y da) en las teorías del “crecimiento económico endógeno”, donde los progresos tecnológicos comienzan a marcar la diferencia geopolítica económica en el mundo. Es aquí donde aparece lo que se conoce como capital cognitivo. Antes de pensar en las críticas industriales de la subjetividad con respecto a esto, lo que quiero destacar es que, sea como fuere, lo que ocurre, desde entonces, es el aumento de las cualidades de vida material y simbólica “dirigida” de los territorios que invierten en lo que se conoce como “capital humano”, recociendo hoy, mundialmente, que la mayoría de las capacidades de los individuos son culturales.

Para que estas capacidades sean adquiridas y potenciadas, la economía de lo cognitivo es lo primero dentro de los campos de la educación de conocimientos que cada país estime o pueda vislumbrar como necesarios. La cualidad del crecimiento, en este sentido, se basa en la inversión sobre los conocimientos de una nación. De eso no cabe duda al ver los alcances en el tema y la extrapolación de ellos en los territorios que tienen estándares de vida que Chile solo simula, pero que son irreales.

Un sistema equilibrado, en este sentido, es el que cuida a sus creadores y creadoras en las distintas disciplinas y saberes, para que sus resultados no queden resguardados sin excepciones en los usos de la población en que habitan, pues esos usos son la base de ese tipo de capital.

Estas cuestiones, a pesar, o en contra, de políticas reformistas, vinculadas al capitalismo cognitivo, establecen marcos que en Chile no han entrado en el debate serio con respecto a su real desarrollo a partir de los estudios y la experiencia comparada en las inversiones sobre conocimientos y cultura, lo cual ya no es, como mencionaba antes, una segregación convenientemente educativa en las nuevas capitalizaciones de la vida, sino parte integral de las fuerzas de los recursos de explotación simbólica. Lo interesante es que, en nuestro país, quienes se oponen a esto (obviamente sin darse cuenta), lo hacen desde principios ideológicos, los cuales, a través de la historia local, nunca se han manifestado en contra, muy por el contrario: transversalmente partidos políticos se han alineado en los modelos y fuerzas de la capitalización de primer orden, por lo que no entrar en los desarrollos de una segunda y tercera etapa no tiene excusas en lo que respecta a  esas mismas decisiones políticas y de inversión económica.

Una de las bases de crecimiento la han demostrado países que en su inversión simbólica y política han comprendido que los resguardos legales de los conocimientos solo estancan o retrasan los procesos económicos. Creer que el resguardo es parte de las opciones de potenciamiento cualitativo y cuantitativo de las creaciones de conocimientos de los sujetos, es perpetuar un tipo de institucionalidad que resguarda “industrias” con procedimientos de fines del XIX y principios del XX, no del siglo XXI. Uno de estos aspectos para los ejes de crecimiento ha sido el tema de las excepciones sobre los resguardos individuales en la generación de conocimientos, sin las cuales se invierte, a mediano y largo plazo, en culturas subsidiarias cognitivamente. Lo contrario es abrirlos a las relaciones de intercambio en el “crecimiento” conjunto  que repercute individual y colectivamente.

Esto último, incluso, es independiente de institucionales fuertes o débiles en los Estados centrales, y así lo demuestra el estudio que hizo CEPAL el 2021 sobre la “Contribución de la Cultura al Desarrollo Económico en Iberoamérica”, donde la comparación entre los distintos países de la región muestra los procesos de vaivenes en lo que respecta a la consagración de los distintos ministerios de Cultura, los cuales han tenido retrocesos en su “autonomía”, como han sido los cambios en la incorporación de esta materia hacia los ministerios de Educación y, luego, de regreso a uno de las Culturas (Brasil y Argentina son ejemplos); recordemos que en Chile se inauguró como ministerio recién el 2018, el cual no tiene una fuerza política en la mesa central –es solo cosa de recordar cómo se cuadran o retractan los(as) distintos(as) ministros(as) cuando afectan intereses empresariales–. Según el estudio, en nuestro país en promedio ha circulado, hasta el 2016, un ministro cada dos años, es decir, dos en lo que va de los tiempos de gobiernos de turno.

Una de las prioridades macroeconómicas que se menciona en el estudio, se refiere al gasto público respecto al PIB y las prioridades de ello en relación con el peso que se considera en la materia dentro del presupuesto público total. Ya he mencionados cifras del PIB en Culturas en otras columnas y su bajísima relación cuantitativa con respecto a la inversión nacional en la materia.

De lo que se trataría, en definitiva, no es, en el caso, por ejemplo, de los ministerios de Cultura, de pensar en expertos económicos, ni tampoco en que la representatividad sea la de un artista o no, sino de actores que se involucren dentro del potencial abarcamiento y fuerza en la inversión en conocimientos e integrarse, de una vez, en los ejemplos internacionales sobre el crecimiento en la materia, los cuales se pueden ver en muchos estudios serios que abarcan décadas de distintos desarrollos locales, donde quienes lo han comprendido hace mucho, y se han beneficiado de ello siguen siendo países del norte, y Latinoamérica, sin la escasez sobre el concepto de recursos, no participa, aún, en una capacidad integradora capaz de abarcar la fuerza de sus culturas –y aquí, particularmente, Chile– para, desde el crecimiento interno (de variedad de dimensiones), dialogar a la par con el escenario internacional. El problema es que por acá todavía se lucha por quiénes se reparten más o menos una torta ya hace mucho descompuesta, mientras la cualidad de las inteligencias nacionales se pierde en una constante pauperización en sus formaciones integrales hacia lo social y cultural, es decir, hacia el beneficio común, el cual es el camino para una fuerza cultural nacional y, claramente, económica en el mediano y largo plazo.    

      

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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