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Priorización de América Latina y el Caribe dentro de las relaciones internacionales chilenas Opinión

Priorización de América Latina y el Caribe dentro de las relaciones internacionales chilenas

Juan Luis Ríos Carrasco
Por : Juan Luis Ríos Carrasco Juan Luis Ríos, Ingeniero Agrónomo
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Amor, bondad y generosidad son cualidades del ser humano respecto a la necesidad de ayudar a otros de manera totalmente desinteresada. Chile, según el último ranking de Good Country Index (GCI), es el país latinoamericano que más contribuye al bien común del planeta y de la humanidad, destacando en áreas como el orden mundial, prosperidad, cultura y ciencia. Es evidente que este reconocimiento nos llena de orgullo, entonces, no debiera existir impedimento alguno en aprovechar la gran ventaja económica de Chile para incluir, dentro de las renegociaciones de nuestros tratados y acuerdos comerciales internacionales, no solo intereses nacionales sino también los intereses del resto de los países latinoamericanos, lo que además mejoraría nuestro poder de negociación al contar con su respaldo.


Estando a una semana del plebiscito de salida por la nueva Constitución en nuestro país, la discusión en torno a la decisión sobre su aprobación o rechazo ha considerado, desde esta última vereda, echar mano a la mayor de las virtudes, el amor, que representa los afectos, la bondad y la compasión del ser humano. 

En este sentido, respecto a lo expresado en el numeral 90 de la propuesta de nueva Constitución, sobre la orientación de la política internacional, en donde se señala que Chile declara a América Latina y el Caribe como zona prioritaria en sus relaciones internacionales, pareciera dar al amor un sitio prioritario en lo relativo a la afinidad y la armonía en las relaciones internacionales dentro de nuestra región. Esta premisa también está dada por el compromiso, plasmado en ese mismo numeral, respecto al mantenimiento de la región como una zona de paz y libre de violencia y el impulso de la integración regional, política, social, cultural, económica y productiva entre los Estados, facilitando el contacto y la cooperación transfronteriza entre pueblos indígenas.

No son pocos los que sostienen, con amor, que no se debe incluir en la Carta Magna la política exterior, ni mucho menos lo alusivo a América Latina y el Caribe, al considerarlo como algo evidente e innecesario, a pesar de que la integración latinoamericana forme parte de la mayoría de las constituciones de los países de América del Sur. 

Es necesario considerar que, para enfrentar los múltiples desafíos que nos presenta la globalización, hoy más que nunca es necesario seguir avanzando en materias de integración regional, ya sea a través de acuerdos, de cooperación y del flujo de inversiones y comercio dentro de nuestro continente sudamericano. La priorización de las relaciones internacionales a nivel latinoamericano, plasmada en la Constitución de la República, tiene todo un sentido, ya que permitirá la creación de políticas de Estado en materias internacionales, independientemente de los colores e intereses de los gobiernos de turno.  

Amor, bondad y generosidad son cualidades del ser humano respecto a la necesidad de ayudar a otros de manera totalmente desinteresada. Chile, según el último ranking de Good Country Index (GCI), es el país latinoamericano que más contribuye al bien común del planeta y de la humanidad, destacando en áreas como el orden mundial, prosperidad, cultura y ciencia. Es evidente que este reconocimiento nos llena de orgullo, entonces, no debiera existir impedimento alguno en aprovechar la gran ventaja económica de Chile para incluir, dentro de las renegociaciones de nuestros tratados y acuerdos comerciales internacionales, no solo intereses nacionales sino también los intereses del resto de los países latinoamericanos, lo que además mejoraría nuestro poder de negociación al contar con su respaldo.

La Política Exterior de Chile 2030, publicada por la Cancillería en enero de 2018, señala que nuestro país ha desarrollado su política exterior reafirmado un conjunto de principios, entre los cuales está el respeto al Derecho Internacional y los tratados, la promoción de la paz, la democracia y los derechos humanos, el impulso del libre comercio y la responsabilidad de cooperar con otras naciones y organismos para asumir los desafíos internacionales. En lo que respecta al desarrollo Sostenible, la política ha planteado trabajar en el cumplimiento de la Agenda 2030, asumiendo el liderazgo en temas como reducción de la pobreza, océanos, Antártica y equidad de género. Muchos de estos esfuerzos son comunes en nuestra región, por lo que nuevamente tenemos un punto de encuentro para avanzar en temas de integración.

El recelo respecto a la inclusión dentro del texto constitucional de la priorización de América Latina y el Caribe como zona prioritaria de nuestras relaciones internacionales, así como la posibilidad de facilitar la interacción transfronteriza de pueblos originarios, debiera desaparecer si realmente apelamos al amor desde el punto de vista filosófico.

Sin embargo, desde la mirada de la ciencia, el amor puede ser interpretado bajo una concepción egoísta, basado en el interés individual y la rivalidad, relacionada con el mundo material. Así, enfrentados a una dualidad conceptual del amor, debemos repensar los ideales propios de la modernidad, ya que la naturaleza humana no debiera desvincularse del entorno, ni mucho menos de la comunidad.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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