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La bestia negra de la educación Opinión

La bestia negra de la educación

Kristina Cordero
Por : Kristina Cordero especialista en medios digitales en la educación, es licenciada en literatura Española de Harvard College (EEUU) y doctora en ciencias de la computación de la PUC.
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Las épocas de transición como la nuestra, en que debemos asimilar el significado del entorno digital en nuestras vidas, inevitablemente producen ansiedad y preocupación. Sé que es fácil opinar y que en el día a día en el aula el uso del celular implica una infinidad de consideraciones más específicas y complejas (esto lo estudié a fondo en mi doctorado). Pero prohibirlo es la peor solución de todas, como la avestruz que, para evitar el peligro, hunde la cabeza en la arena. Desde la aparición de las máquinas, vivimos en tiempos de ansiedad. Para convivir bien con esas máquinas, tenemos que aprender a dominarlas, para que nos sirvan a nosotros y no al revés (como los escritores de ciencia ficción llevan advirtiéndonos hace décadas).


Son pocos los adultos que no se preocupan de las horas que sus hijos pasan pegados al celular. Un reportaje en El Mercurio, el pasado lunes 28, describió cómo una escuela en EE.UU. determinó resolver el problema: prohibir el uso del celular por completo.

Soy madre, profesora e investigadora. Durante la última década he investigado cómo la gente lee, escribe y consume información, en formato impreso y digital. Sin duda hay que proteger a los niños de los peligros –ciberacoso, bullying, robo de identidad, etc.–, pero el pánico moral que existe en torno al celular ha llegado a distorsionar nuestra comprensión del asunto, hasta convertir este dispositivo en la bestia negra del mundo de la educación. Establecer reglas y límites con diferentes cosas es la labor de todo padre y madre –en mi época era el tiempo viendo televisión o hablando con amigas por teléfono; hoy es el celular–. Y aunque estoy a favor de poner límites para que los niños participen en otras actividades no-digitales (que corran, que naden, que hagan bicicleta, etc.), proponer que la mejor solución es guardarlo bajo llave, particularmente en la escuela, es un error olímpico.

Para empezar, no todos los usos del celular son iguales. Pasar dos horas pintando las uñas virtuales no es lo mismo que pasar dos horas jugando Portal, uno de varios juegos en red que han tenido un éxito arrollador porque su construcción se basa en sólidos principios de aprendizaje y motivación. El citadísimo lingüista norteamericano James Gee enumera 36 elementos de buenos videojuegos que favorecen el aprendizaje: porque dosifican los desafíos de manera incremental, presentan narrativas (es decir, lectura) en un contexto absorbente, animan la experimentación en lugar de dar instrucciones, fomentan la colaboración con otros jugadores, y otros. Según Gee, el objetivo de Portal de “cambiar cómo los jugadores abordan, manipulan, y evalúan las posibilidades en un entorno”, resulta más convincente que la misión de muchas escuelas.

Pero tampoco es necesario ser gamer. La gente –vieja y joven– usa el celular de miles de maneras productivas e interesantes. Es justamente ahí donde nosotros como padres, profesores e investigadores debemos intervenir, para ver, escuchar, y ojalá empezar a entender lo que nuestros alumnos e hijos están haciendo y de ahí orientarles con la sabiduría de nuestra experiencia.

Prohibir el uso de los celulares en los colegios supone la pérdida de una gran oportunidad, por tres razones concretas.

En primer lugar, es una hipocresía máxima que los mismos adultos que vivimos tanto o más conectados que los niños, nos preocupemos de los daños que ellos pueden sufrir de una sobreexposición. Si vamos a criticar su uso desmedido, tal vez deberíamos revisar el nuestro.

En segundo lugar, dado el paisaje mediático actual, donde es cada vez más difícil diferenciar entre un anuncio y un reportaje, una opinión informada y una descarga de rabia, la integración del celular en el horario escolar debe ser no solo permitida sino implementada de manera prioritaria, porque los alumnos necesitan urgentemente aprender a desarrollar criterios para decidir qué fuentes de información usarán y por qué; diferenciar entre un reportaje y un anuncio, un hecho y una opinión; una verdad y una mentira. Además, al abrir los celulares en el aula con nuestros alumnos, viendo redes sociales y medios digitales, estaremos fortaleciendo sus habilidades de lectura y su motivación al darles textos auténticos, de vida real, para leer –algo ampliamente evidenciado por la investigación–.

En tercer lugar, con la prohibición del celular, los profesores y los investigadores interesados en mejorar la calidad de la educación pierden la posibilidad de evaluar y determinar cuáles usos tienden a apoyar el aprendizaje y cuáles no. En una investigación reciente en la revista Learning Media & Technology, Robin Samuelsson, Carey Jewitt y Sara Price, del UCL Knowledge Lab, de University College London, compararon la manera en que un grupo de niños de 3-6 años jugó con apps masivas y artefactos físicos (no-digitales). Descubrieron que el juego con iPads fomentaba el juego epistémico –exploración, resolución de problemas y la adquisición de habilidades–, mientras que jugando con objetos físicos los niños desarrollaron más un juego lúdico –es decir, el juego más creativo, innovador y simbólico–.

De las muchas investigaciones sobre los niños y su uso de la tecnología digital, rescato esta porque no pretende demostrar la eficacia de tal o cual herramienta o dispositivo: pretende entender de manera más matizada la manera en que un grupo de niños interactúa con dispositivos digitales y no digitales. Necesitamos urgentemente más estudios como este, en todos los rangos etarios.

Las épocas de transición como la nuestra, en que debemos asimilar el significado del entorno digital en nuestras vidas, inevitablemente producen ansiedad y preocupación. Sé que es fácil opinar y que en el día a día en el aula el uso del celular implica una infinidad de consideraciones más específicas y complejas (esto lo estudié a fondo en mi doctorado). Pero prohibirlo es la peor solución de todas, como la avestruz que, para evitar el peligro, hunde la cabeza en la arena. Desde la aparición de las máquinas, vivimos en tiempos de ansiedad. Para convivir bien con esas máquinas, tenemos que aprender a dominarlas, para que nos sirvan a nosotros y no al revés (como los escritores de ciencia ficción llevan advirtiéndonos hace décadas). Justo ahora, cuando Elon Musk anuncia un futuro de implantes cerebrales, es más importante que nunca tomar el toro por las astas y abordar la tecnología en la escuela de frentón. Y que te gusten los toros o no, el ruedo sí es un lugar donde claramente vemos cómo la inteligencia humana puede controlar y vencer incluso a la más astuta de las bestias negras.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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