Cada año, el segundo sábado de mayo se conmemora el Día Internacional del Comercio Justo, cuyo fin es relevar que existe una forma alternativa de hacer empresa, que vela por una vida más digna para los productores, mejores oportunidades, procesos transparentes, pagos justos y procesos amigables con el medio ambiente.
La pandemia y la tan comentada crisis climática han dado más fuerza a una conducta que ya venía al alza: consumidores que se inclinan por marcas y productos social y ambientalmente responsables.
En Chile, estudios recientes han arrojado que el 75% de las personas prefiere compras más amigables con el planeta, más sustentables y éticas. De hecho, aunque el principal factor continúa siendo la relación precio – calidad, que determina el 83% de las decisiones, los beneficios sustentables superan el 25% de las razones.
En este contexto, está alcanzando un auge cada vez mayor el concepto de comercio justo, que refiere a una relación comercial que pone a las personas y al planeta en primer lugar y lucha contra la pobreza, el cambio climático, la desigualdad de género y la injusticia.
Si bien no hay muchas estadísticas en torno a su masificación, las últimas estimaciones de Fairtrade International aseguran que si en 2004 las ventas globales de productos provenientes del comercio justo alcanzaron los 832 billones de euros, para 2013 superaron los 5.500.
Para Gerardo Wijnant,rResponsable de Impacto oficina Pacífico Sur de la Banca Ética Latinoamericana, “cada vez más empresas están entendiendo la necesidad de incorporar variables que apunten a una adecuada relación con los trabajadores, una mayor conciencia sobre la cadena de valor, y con ello sobre los proveedores e insumos, y el impacto en la comunidad y el ecosistema en general. Sin embargo, falta mucho aun para pasar de la conceptualización a la incorporación real”.
Uno de los casos referentes de impacto latinoamericano y mundial, es Pacari, la marca que ha posicionado el chocolate de Ecuador como uno de los mejores del planeta sobre la base de un sistema de producción sustentable.
Su modelo de negocio, denominado “del árbol a la barra”, está centrado en la relación directa con alrededor de cuatro mil agricultores de pequeña escala, quienes son responsables de cuidar la biodiversidad y la calidad de los productos, recibiendo por ese compromiso un precio justo y llegando, incluso, a triplicar sus ingresos.
“Lo que queríamos era cambiar la estructura, del esclavismo al humanismo, en la industria. Hay empresas que producen chocolate que tienen un costo de venta tres veces más bajo que el costo de producción, eso no puede ser posible”, dice Santiago Peralta, fundador de la compañía.
Como parte de ese compromiso, la marca, que ha recibido más de 400 premios internacionales por su calidad, ha trabajado para que todos sus chocolates sean 100% orgánicos, veganos y biodinámicos. Además, es el único en su categoría que ha obtenido el sello del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), por motivar a los cazadores a cambiar de oficio y dedicarse a la agricultura, y fueron seleccionados como la mejor opción de consumo ético de chocolates en Europa en la primera edición 2021 de Ethical Consumer, publicación británica que analiza el comportamiento social y medioambiental de las empresas.
Los hábitos de compra y consumo son importantes, considerando que Naciones Unidas ha alertado que son las decisiones cotidianas las que pueden hacer la diferencia si se trata de revertir y detener el cambio climático, avanzando hacia un desarrollo sostenible.
“Las compañías están modificando sus estrategias, pero la mayoría parte por temas medio ambientales, más que por asuntos sociales, vinculados con los trabajadores, los proveedores o los insumos utilizados, cuando esto es sumamente importante para un progreso en armonía con el planeta”, concluye Wijnant.