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Columnista de Bloomberg afirma que el mundo tiene un problema de sexo: afecta su crecimiento

Columnista de Bloomberg afirma que el mundo tiene un problema de sexo: afecta su crecimiento

Si Malthus viviera hoy, sin duda sostendría que la economía occidental está pagando el precio de un crecimiento excesivo de la población en las economías más pobres del mundo. El aumento de la oferta de trabajo en el orbe ejerce una presión descendente sobre los salarios de las clases trabajadoras de Occidente, aquellas con las que compiten los más pobres del mundo por puestos de trabajo, aumentando la desigualdad y alentando a las empresas a conseguir mano de obra barata. El resultado es un menor incentivo para invertir y una desaceleración del crecimiento mundial.


Cuando se trata de identificar las causas de los dos principales problemas económicos que encara actualmente el mundo desarrollado – el aumento de la desigualdad y la desaceleración del crecimiento económico – rara vez se menciona el sexo. Sin embargo, en lo que a Thomas Malthus – el vaticinador original de calamidades económicas – se refiere, la “pasión entre los sexos” resultó central para la crisis de la economía.

Si Malthus viviera hoy, sin duda sostendría que la economía occidental está pagando el precio de un crecimiento excesivo de la población en las economías más pobres del mundo. El aumento de la oferta de trabajo en el mundo ejerce una presión descendente sobre los salarios de las clases trabajadoras de occidente, aquellas con las que compiten los más pobres del mundo por puestos de trabajo, aumentando la desigualdad y alentando a las empresas a conseguir mano de obra barata. El resultado es un menor incentivo para invertir y una desaceleración del crecimiento mundial.

La desigualdad de los ingresos

El énfasis que Malthus puso sobre el crecimiento de la población ha sido dejado de lado hace ya tiempo. Eso se debe a que en la mayor parte de los siglos XIX y XX, no se cumplió – por lo menos en Occidente – su predicción de un estancamiento económico. No mucho tiempo después de haber publicado su “Essay on the Principles of Population” (Ensayo sobre los principios de la población) en 1798, Europa y América del Norte ingresaron a un período de crecimiento económico sostenido. El trabajo de los inventores masculinos de la época victoriana fue clave para este crecimiento, aunque no fue el único factor. Hubo algo que Malthus no tuvo en cuenta: el empoderamiento de las mujeres.

A medida que las mujeres salieron a trabajar, se volvieron económicamente independientes y escaparon de los matrimonios tempranos, las familias se hicieron más pequeñas. Estas familias más pequeñas impulsaron el crecimiento económico de muchas maneras, entre ellas evitando una presión bajista sobre el salario promedio. No sólo los salarios más altos ayudaron a elevar el nivel de vida de la familia promedio, sino que también dio a las empresas el incentivo de mecanizarse, impulsando así la industrialización. Por otra parte, las familias no tan numerosas podían encarar mejor la educación de sus hijos y ahorrar. Malthus se convirtió en cosa del pasado, hasta ahora.

Con el inicio de la globalización, el cómodo modelo económico de Occidente, caracterizado por alto crecimiento y altos salarios – basado en una relativa libertad para las mujeres – se ha enfrentado cara a cara con un tipo de equilibrio muy diferente en otras partes del mundo. A medida que han caído las barreras del comercio, los trabajadores de Occidente han tenido que competir con un ejército de trabajadores no calificados y de salarios bajos provenientes de distintas partes del mundo, consecuencia de las altas tasas de fertilidad y bajo nivel de vida que suelen darse en aquellos países donde las mujeres son consideradas ciudadanos de segunda clase.

Más del 60 por ciento de la población analfabeta del mundo son mujeres. Las mujeres ganan 24 por ciento menos que los trabajadores varones. Solamente una quinta parte de los terratenientes son mujeres, y menos de una cuarta parte de todos los legisladores. Lo que es particularmente preocupante, sin embargo, es que Occidente y el resto del mundo no se puedan poner al día.

Un índice de igualdad de género del Centro de Historia Económica Mundial muestra que si bien ha habido una mejora general en cuanto a la posición relativa de las mujeres durante el siglo pasado, se ha visto poco avance en cuanto a la convergencia entre países. Es esta falta de convergencia -combinada con la apertura de la economía mundial- la que está minando el equilibrio que Occidente había conseguido hace tiempo.

En un nuevo documento de trabajo del Centro de Historia Económica Mundial, los autores sostienen que esta falta de convergencia refleja el hecho de que la desigualdad de género está profundamente arraigada en las estructuras familiares. Las diferencias en lo que ellos denominan como “respeto de lo femenino” en las instituciones familiares – como las normas del matrimonio – se remontan a tiempos antiguos, y las civilizaciones más tempranas paradójicamente se volvieron las más patriarcales con el paso del tiempo (las sociedades de cazadores-recolectores eran relativamente más equitativas que muchas de sus sucesoras). Hoy en día, el bajo respeto por lo femenino en la estructura familiar se suele ver con más frecuencia en las sociedades en las que la desigualdad es más pronunciada.

El Índice de Desigualdad de Género de las Naciones Unidas, que incluye mediciones sobre salud, empoderamiento político, nivel educativo y participación económica ayuda a poner de relieve las diferencias en la brecha de género por región:

En los países árabes, la participación femenina en la fuerza laboral es un problema en particular, alcanzando un mínimo del 15 por ciento en Irak y en Siria. Por el contrario, en el África subsahariana las mujeres tienden a participar activamente en el mercado laboral, aunque llevan una alta carga reproductiva, con una tasa de fecundidad de poco menos de cinco hijos por mujer. El matrimonio infantil es un problema relacionado, no sólo en África sino también en el sudeste asiático, donde más de una de cada dos mujeres de entre 20 a 49 años se casa siendo niña.

Si las mujeres de India y África pudieran haber disfrutado algo más cercano a la libertad de las mujeres occidentales, sus economías habrían sido más ricas y la presión bajista sobre los salarios de los trabajadores no calificados habría sido menor.

Mientras que la desigualdad de género ya forma parte de numerosas charlas a nivel mundial, está notablemente ausente de los debates económicos sobre desigualdad y crecimiento. El libro de Thomas Piketty “Capital in the Twenty-First Century” (El capital en el Siglo XXI) estaba destinado a ser un estudio exhaustivo sobre la riqueza y la desigualdad, pero sólo contiene una mención al género. Tampoco se trata el tema en otro libro digno de mencionar como es “Secular Stagnation: Facts, Causes and Cures” (Estancamiento secular: hechos, causas y soluciones) de Richard Baldwin y Coen Teuling, en el que los 21 contribuyentes son hombres (más o menos la norma para un libro de economía). Es fácil descartar a Malthus; pero también, según parece, repetir su error.

Victoria Bateman

Esta columna no refleja necesariamente la opinión del consejo de redacción o de Bloomberg LP y sus propietarios.

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