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Análisis: Inflación, Política Monetaria y las dudas en la medición de la inflación.

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Alejandro Fernández Beroš, Gemines

El único indicador económico que desentona con la realidad económica actual es el IPC. En la coyuntura actual, con pleno empleo en el mercado del trabajo, remuneraciones subiendo sostenidamente y crecimiento excesivo del gasto interno (y del PIB), resulta difícil de explicar que la inflación no solo no suba, sino que esté bajando. Lo que sucede con los bienes transables es explicable casi sin problema, ya que sus determinantes principales, el tipo de cambio y la inflación externa relevante, han tendido a bajar de manera clara y sostenida desde el año pasado.

En efecto, el tipo de cambio, desde septiembre de 2012 exhibe bajas en doce meses que han fluctuado entre -1,8% (en septiembre) y -7,7 % (en diciembre) y que, a marzo pasado es de -2,6%. La inflación externa relevante, por su parte, que subía a tasas de dos dígitos hasta agosto de 2011, tuvo tasas de variación negativas entre abril y septiembre del año pasado y, desde entonces, se ha situado bajo un 2% de variación (0,5 % en los doce meses a febrero).

Aun así, la inflación transable en torno a cero parece demasiado baja si se considera la sorprendente e inexplicable caída en el vestuario que acumula 41 % entre febrero de 2009 y febrero de 2013 y esto, sin considerar la baja de 10,5 % en enero de 2009. Un estudio dado a conocer recientemente, realizado por el equipo de Economía y Renta Fija del BCI muestra convincentemente el extraño comportamiento del rubro vestuario en el IPC, así como de algunos productos electrónicos seleccionados, que nos llevan a concluir que la baja inflación de los transables estaría subestimada en alguna medida.

Más curioso aún es el comportamiento de la inflación de los bienes y servicios no transables que, ante la fuerte demanda interna y particularmente la aceleración en el crecimiento del consumo, ha desacelerado su tendencia alcista en doce meses, pasando de 5,2 % en diciembre de 2011 a 3,2 % a febrero pasado, que es su medición más baja desde el período recesivo de 2009 a comienzos de 2010. En este caso es mucho más difícil verificar que hay una subestimación de la inflación, pero existen algunos ejemplos que apuntan en esta dirección.

Uno de ellos es el del arriendo que, aunque ha acelerado su ritmo de crecimiento desde alrededor de 2 % anual en 2010 a alrededor de 4% en la actualidad, no recoge la realidad de aumentos de precios de viviendas ni el impacto de éste sobre los arriendos. Otro ejemplo es el del servicio doméstico que, de acuerdo a las cifras de empleo y evidencia anecdótica, se ha encarecido significativamente y, sin embargo, el INE registra aumentos en su costo que ha estado sistemáticamente por debajo del aumento de las remuneraciones.

Todo lo anterior no hace más que reforzar el caso para un INE independiente y dotado de recursos adecuados. Estos ejemplos, por cierto, no son suficientes para justificar una inflación muy superior a la reportada por el INE pero, sin duda, generan una duda razonable respecto de su realismo y compatibilidad con la coyuntura macroeconómica actual, lo que es un obstáculo para el diseño apropiado de la política monetaria que, en estas circunstancias, no puede justificar un aumento en la TPM, lo que se ve reforzado por el posible impacto sobre el tipo de cambio que refleja los efectos de la política monetaria híper expansiva en el mundo desarrollado y el abundante flujo de inversión extranjera (en alguna medida explicado por la misma abundancia de recursos financieros) que está llegando principalmente a la minería.

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