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Opinión: ¿Los impuestos tienen incidencia en la economía?


Me permito plantear esta pregunta a propósito de lo sostenido por Hacienda, en orden a que el retroceso objetivo que ha venido experimentado nuestra economía, no obedece a la Reforma Tributaria (RT) que promovió esta administración, sino que a la realidad económica mundial, caracterizada por una menor demanda de nuestro producto estrella.

Sin entrar a opinar respecto de si la RT es buena o mala, pues esa respuesta es relativa y depende de la situación particular de cada uno, constituye un hecho que debiera ser pacífico, que los impuestos son un instrumento de política económica, y que por medio o a través de ellos, el gobierno expresa su sensibilidad ideológica. 

Son un instrumento de política económica porque no da lo mismo gravar el consumo que el ingreso. Tampoco gravar igual todos los ingresos o todos los consumos. El legislador no puede ser indiferente a las externalidades de los bienes, ni a las necesidades de las regiones, ni a los fenómenos migratorios.

No puedo serlo respecto del origen de la renta. Ni pretender que los impuestos no se afecten por los ciclos económicos. Siendo todo lo anterior así, no podemos sino coincidir que por ser un instrumento político, los impuestos tienen necesariamente un efecto en la economía, y que éste depende de la sensibilidad ideológica de quien gobierna, la que se expresa en el contenido de las normas.

Las nuestras parecen mostrar que el gobierno se convenció, por actores internacionales relevantes, que el margen de rentabilidad que los nacionales obtienen en sus negocios, resulta excesivo si se compara con los estándares internacionales, y por eso lo que ha hecho ha sido conformar una legislación favorable a ese fin, pues asume que los inversionistas extranjeros, que vendrán de países serios en los que se paga harto impuesto, y se cumplen estrictamente con las leyes laborales, estarán más dispuestos que los nacionales a conformarse con un lucro menor, y a cumplir de mejor forma con la normativa laboral, en actual modificación.

Si la voluntad del gobierno hubiera sido potenciar a los inversionistas actuales y sus exportaciones, en atención a que asume que es mejor que la utilidad quede en casa, lo que habría hecho, es potenciar el ahorro, difiriendo los impuestos para cuando el consumo se produce, del mismo modo que lo hizo la dictadura militar en enero del año 1984, con la Ley 18.293.

La elección que tomó el gobierno y que resulta evidente, si se compara cómo quedó la tributación de un empresario local con una trasnacional, adolece de un pequeño detalle. Los inversionistas foráneos carecen de compromiso afectivo, el que importa y mucho en las crisis, puesto que cuando estas se producen, los capitales migran, y el país paga los costos.

No podemos abstraernos de que no es lo mismo que los extranjeros inviertan en negocios nuevos a que pasen a ocupar el lugar de los locales. Si ocurre esto último, lo que habrá serán chilenos que tendrán capitales normalmente en dólares para llevarse fuera de Chile. Si les pagan en pesos, comprarán dólares para llevarse, aumentando su precio.

Los extranjeros, probablemente financiados con esos mismos dólares, pasarán a ocupar el lugar de los chilenos, y seguirán en el país, mientras en el de ellos no se produzcan nuevos y mejores vientos. Entretanto ello ocurre, lo que normalmente harán, si no hay beneficios por el ahorro, será llevarse su ganancia, generando una demanda de dólares, que incidirá en el precio del tipo de cambio, el que favorecerá a los mismos extranjeros, que serán quienes exportan. 

Toda esta explicación, que parece muy básica, responde a que es peligroso que en aras a una mayor recaudación, se comprometa lo que hace que un país crezca, que es precisamente el crecimiento económico. Más peligroso todavía es que los inversionistas o empresarios locales, cedan sus negocios a inversionistas extranjeros, porque eso indefectiblemente terminará por descapitalizarnos.

Me parece modestamente que lo más razonable es que se asuma que el mismo objetivo de igualdad  puede lograrse de otro modo, y se pondere, como lo demuestra la curva de Laffer, que no pocas veces una reducción de los tipos impositivos da a los individuos incentivos suficientes para trabajar, y que eso provoca una mejora del bienestar económico y quizás incluso de los ingresos fiscales. 

La curva referida demuestra que el incremento de los tipos impositivos no siempre conlleva un aumento de la recaudación fiscal. La característica más importante de esta curva reside en establecer que cuando el tipo impositivo, ya suficientemente alto, se sube aún más, los ingresos recaudados pueden terminar disminuyendo. La disminución de la oferta del bien reduce hasta tal punto los ingresos fiscales que la subida del tipo impositivo no compensa la disminución de la oferta. 

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