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La fábula del Comandante, Pop Guardiola  y el encantador de serpientes

La fábula del Comandante, Pop Guardiola y el encantador de serpientes

El ingenio criollo acuñó durante el torneo varias imágenes grandilocuentes que chocaron con la realidad del torneo. Salas, Guede y Bozán asomaron como caudillos de la “revolución” que no fue.


Entre los dirigentes, las barras, los técnicos, los jugadores y la prensa se reparte el origen de los males endémicos del fútbol criollo, que en los últimos tiempos vive de las grandezas de la Selección y el CDF –principalmente económicas- y pena las miserias de su torneo doméstico. En rigor, se trata de una cadena evidente donde cada eslabón incide en la acción final: por ejemplo, cuando los dirigentes de la U y Colo Colo crearon sus barras bravas, posiblemente nunca pensaron que algunas décadas después ese mismo “engendro” atacaría mortalmente a la actividad con sus mafias, flaiterío y violencia frecuente…

El fenómeno se replica en el nivel técnico, donde los medios van creando imágenes y acuñando etiquetas que, en la mayoría de los casos, terminan pulverizados por el peso de la realidad.

Hoy que Cobresal ya se consagró campeón y que Barnechea está en el infierno del descenso –mientras el escándalo de Cobreloa incendia el medio-, el Clasura exige ensayar algún balance y ejercitar una retrospectiva sensata.

Producto de las primeras fechas, cuando Católica, Palestino y el propio Barnechea asomaban con perfiles llamativas por su despliegue en la cancha, la literatura deportiva comenzó a acentuar ciertos perfiles de sus entrenadores. Así se hizo familiar el Comandante (Mario) Salas, admirador del Che Guevara, y conductor de una Católica comprometida con la entrega, la lucha y la agresividad en la cancha que prometían detonar una “revolución”. También asomaron con nitidez los elogios para el DT más joven del fútbol chileno, Francisco Bozán, de apariencia intelectual y forjador de un cuadro tan humilde como pujante.

A esas alturas, avanzada la mitad del campeonato, para el uruguayo Martín Lasarte ya no quedaban más elogios de un cauce torrencial, y aunque la campaña de la U era desastrosa la prensa seguía embelesada con sus discurso atrapante –rico en léxico, metáforas y referencias amables- con reminiscencias de un encantador de serpientes.

Mientras tanto, la irrupción de Palestino en su dimensión de cuadro ofensivo, sin regulaciones ni gran desarrollo táctico para cumplir la otra faceta del juego, generó la atención masiva y en el “peak” de su producción -a punto de debutar en la Copa-, un reportaje de TVN se atrevió a calificar al argentino Pablo Guede como el Pep Guardiola del fútbol chileno.

Sin embargo, el tiempo pondera todo y destroza cruelmente la fantasía sin sustento. Del alzamiento futbolístico de la UC quedó poco y el Comandante Salas perdió aquel prestigio combativo capaz de cambiar la historia, que dibujaban sus promotores y que nunca tradujo el equipo en la cancha.

La suerte de Bozán fue peor, porque el estudioso del INAF que llenaba el gusto de las cámaras no logró salvar a Barnechea del destino más dramático. Y el palestinista Guede, tras una Copa digna y un torneo paupérrimo, nunca más tuvo el beneficio de aquel paralelo que le regalara la prensa febril cuando lograba seducir tanto como Guardiola.

Poderoso y efectivo, el discurso cautivante de Lasarte, sin embargo, sobrevivió a las desventuras de la U y dispondrá de otro semestre para demostrar que –parafraseando a Joan Manuel Serrat y Antonio Machado-, golpe a golpe y verso a verso, se hace camino al andar…

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