El grupo está preparado no sólo para llevarse a niños y alejarlos de sus padres, sino para mandarlos de regreso como sus propios asesinos, en los mismos lugares en los que han buscado refugio. En abril de 2014, integrantes de la agrupación terrorista secuestró a más de 200 niñas escolares del pueblo de Chibok y donde la mayoría de ellas todavía está desaparecida.
El martes 9 de febrero, dos niñas nigerianas ingresaron a un campo para desplazados al noreste de su país. Minutos después, detonaron sus chalecos explosivos y mataron a 58 personas.
Una tercera niña se había negado a participar en la misión suicida ordenada por el grupo islamista Boko Haram. Esta es su historia.
Hauwa, que no es su verdadero nombre, no sabe su edad, pero parece tener 17 o 18.
Llevaba secuestrada por Boko Haram más de un año cuando sus captores sugirieron el plan para atacar el campo de Dikwa.
A cambio de cumplir la misión, les dijeron a las tres mujeres que irían al paraíso.
Pero Hauwa sabía que debía resistirse a ellos.
«Problemas espirituales»
«Dije ‘no’, ya que mi mamá vivía en Dikwa. No iría y mataría gente ahí. Prefería ir con mi familia, incluso si moría ahí», me dice a través de un traductor.
Sus padres y sus hermanos, excepto uno que había sido capturado con ella, estaban en el campo de Dikwa, en el estado de Borno, con otros 50 mil personas que fueron obligadas a dejar sus hogares.
Pero Hauwa terminó siendo convencida para unirse al grupo y explica cómo:
«Tenía problemas espirituales y Boko Haram me dijo que podía ayudarme a resolverlos», dice.
No sabemos exactamente qué tenía Hauwa, pero unos llamados «espíritus malignos» la habían llevado a ensuciarse con tierra e incluso a quemarse la mano.
Cualquiera que haya sido la razón, vio a Boko Haram como la solución a sus problemas, y la absorbieron.
«Decían que ya que me negaba a casarme otra vez, debía optar por la bomba».
Recuerda cómo era un día típico viviendo con los militantes.
«Vivíamos en casas de paja. Cuando mi esposo estaba todavía, cocinaba tres veces al día… Los hombres robaban carne y nos la traían para cocinarla«, cuenta.
Después de un tiempo, Hauwa se separó de su esposo y volvió a casarse.
Su segundo esposo luego escapó y cuando se negó a tomar a un tercer esposo, el grupo le sugirió su plan:
«Dijeron que ya que me negaba a casarme otra vez, debía aceptar la bomba», dice.
El campo Dikwa para desplazados (IDP) queda a 85 kilómetros al noreste de Maiduguri, la capital de Borno y el lugar de nacimiento de Boko Haram.
Hauwa lo sabía bien y no estaba lejos del lugar en el que estaba retenida por los militantes, así que la noche anterior al ataque, se escapó muy temprano en la mañana.
Su plan era alertar a su familia y otros, avisando en Dikwa del ataque inminente.
Pero llegó demasiado tarde.
Cuando Hauwa alcanzó el campo Dikwa, las otras dos suicidas ya habían atacado. Era el 10 de febrero de 2016.
Un oficial del ejército mostró al equipo de la BBC la escena del ataque.
«Este es el punto donde ocurrió la primera explosión», dice, señalando manchas oscuras en el suelo. Es sangre cubierta por una capa de polvo.
El campo se extiende a ambos lados de una carretera y los residentes todavía tienen que pasar cerca de la escena del ataque todos los días para conseguir agua y comida.
Hay 15.000 personas viviendo aquí y todavía tienen miedo.
Pero no tienen ningún lugar seguro al que ir, así que se quedan aquí.
Ahora dicen que no pueden confiar en nadie, ni siquiera en los niños.
Una mujer de la tercera edad, Falmata Mohammed, recuerda los minutos anteriores al ataque.
«Un soldado estaba tratando de formarnos en colas… Había una mujer que vestía un velo rojo y tenía cabello largo».
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Falmata dice que ella miró alrededor cuando la mujer comenzó a quejarse de los soldados, que estaban tratando de dispersar a la gente.
«Apenas nos movimos a la carretera, ella gritó ‘Wayyo’, diciendo que tenía dolor de estómago… La gente se acercó a ayudarla, trataron de levantarla y fue ahí cuando explotó la bomba».
«Vimos bolas de fuego alrededor de nosotros», me cuenta, y de repente se percató de que estaba rodeada de decenas de cuerpos mutilados.
Hauwa no vio el ataque, pero unos investigadores militares le mostraron imágenes de las secuelas.
«No era agradable verlas. No está bien cargar una bomba y matar seres humanos», dice. «No sé si las otras chicas sabían que iban a morir cuando fueron a cumplir la misión».
Para los padres en esta parte de Nigeria, Borno, el miedo a Boko Haram es algo muy real.
El grupo está preparado no sólo para llevarse a sus niños, sino para mandarlos de regreso como sus propios asesinos, en los mismos lugares en los que han buscado refugio.
Este es el mismo estado en el que Boko Haram secuestró a más de 200 niñas escolares del pueblo de Chibok en abril de 2014. La mayoría de ellas todavía está desaparecida.
Hauwa decidió desafiar al grupo y escapar, salvándose ella misma y numerosas vidas que se hubieran convertido en sus víctimas.
Hablamos de su futuro, pero cuando llegamos al tema de tener niños, se ríe.
«Me gustaría tener una educación», dice.
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