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¿Para dónde va el internet?


Hay que tener claro para dónde va el internet, alias la red (alias web). Si no tenemos claro para dónde va la ola, no podríamos surfear adecuadamente ni navegar aprovechando el viento a favor. Todo esto está muy claro: bastaría hacer un poco de futurología, proyectar algunas tendencias actuales, prefigurar un punto de llegada (o, al menos una situación de referencia probable de aquí a algunos años) y actuar en consecuencia, esto es, intentar anticipar las condiciones requeridas para situarnos desde ya en el escenario previsto.



El problema que esconde este tipo de enfoque, tan común en nuestros días, aparte de presuponer que la web va o está orientada efectivamente hacia alguna parte, es que pone el énfasis en una actitud conservadora antes que innovativa frente a lo que pasa o puede pasar. Con esta actitud de adaptación a los cambios o derivas sistémicas Bill Gates jamás habría sido quien es. (¿No era acaso la IBM la gigante que tenía entonces todos los recursos para efectuar análisis de tendencias?) O, guardando las proporciones, Cristóbal Colón (podemos imaginar que, salvo para un mínimo y secreto lote, la pregunta de sentido común era entonces dónde terminaba el océano, a cuántas leguas de las columnas de Hércules o Gibraltar, y no, por cierto, cuánto duraría la circunnavegación del planeta). Ocurre que los ejercicios futurológicos generan un saber extremadamente precario que, aparte de sobrerracionalizar ciertos deseos, terminan por burocratizar nuestra relación con lo posible y, consecuentemente, por debilitar nuestras posibilidades efectivas de responder a lo (imprevisto) que viene. No se trata entonces de almacenar harta y fidedigna información sobre lo que está pasando para así prefigurar escenarios futuros y tomar «buenas decisiones» —la información no sólo siempre será insuficiente para tomar fundadas decisiones, sino que además tiende a cegar frente a lo imprevisto o, como dice un autor del management nortemericano, para «manejar en el caos» (y no el caos).



A estas alturas tal vez esto no debiera llamarse ¿Para dónde va el internet? sino acaso ¿Para dónde va esta columna? Me limitaré esta vez —lo primero es lo primero— a puntear sólo un desafío que interpela hoy a la mentada red (suponiendo que se trata de un fenómeno unitario, cosa harto discutible por lo demás).



Pero antes, y con el ánimo de no abandonar tan rápido la pregunta del sentido común (¿para dónde va…?), voy al internet a plantearla. Por deporte. Lo hago a través de Altavista —buscador de reconocida calidad—, formulándola en castellano, inglés y francés. Los resultados no son, ciertamente, apasionantes. Pero por ahí salta la liebre, y el mismo sentido común es puesto a prueba radicalmente. La búsqueda en inglés me lleva, azar de los azares, a un artículo de la American Journalism Review, titulado: «Los 10 mitos de la publicación on line», entre los cuales: la creencia que la audiencia de horario prime estaría compuesta por una manga de no-lectores, que mientras más hits mejor, que hay necesariamente que convivir con publicidad en la parte superior de las páginas, o que la publicación on line demanda grandes destrezas técnicas… O también: «more important than technology (dice Leah Gentry, editor del Los Angeles Times online), is understanding how to organize stories into structures conducive to interactive reading online.» (Pueden verlo en detalle en: http://ajr.newlinks.org)



Por cierto: el actual desafío básico en lo que toca al internet en Chile —y en el conjunto del planeta—, es democratizar el acceso a esta red computacional y dotar a las nuevas generaciones de las competencias apropiadas para su uso. Con alrededor de un 15 % de la población «conectada» en Chile, el internet es un asunto de elite (¿se imaginan si en nuestro país sólo el 15% tuviera acceso al teléfono?). A nivel mundial, los desequilibrios no son menores. Norteamérica y luego Europa concentran, de lejos, a la mayoría de los usuarios. Y así, por ejemplo, mientras los países del sudeste asíatico, que representan un cuarto de la población mundial, apenas tienen un 0,04% de su población con acceso a la red, Europa, que cuenta con menos del 5% de la población del planeta, tiene poco más del 25% de todos los internautas. En este contexto, los desafíos de la red (problemas y virtudes) no parecen ser muy diferentes de los que genera la globalización. Y el reclamo no viene sólo de los países marginales, económica y políticamente, sino también de actores no despreciables de los propios países más ricos, tal como las protestas de Seattle y en Washington, contra la OMC y el FMI, así lo evidencian.



En el caso del internet, mantener por demasiado tiempo un acceso tan inequitativo puede terminar por consolidar una sociedad escindida entre «conectados» e involuntarios «desconectados» que no haría sino acentuar las inequidades sociales de otro orden. El PNUD, en un reciente informe encabezado por el japonés Sakiko Fukuda-Parr sobre la situación de la red, llega incluso a proponer un impuesto (aunque mínimo) a algunos de sus usos, a fin de financiar el acceso de los países más pobres a las tecnologías de la información…! En cualquier caso, son necesarias, y pronto, políticas públicas realistas y ambiciosas en esta materia. Lo peor sería dejar simplemente en la mano invisible del mercado la ampliación de la cobertura, o minimizar la importancia que el acceso a la red tiene tanto para la economía, la política y la cultura en general.



Leo, con sabor latinoamericano (¿cuál será ese sabor), una entrevista al mexicano Carlos Slims, «el empresario más rico de América Latina», que está de paso en nuestro país:



«Lo que tenemos que hacer los empresarios y los gobiernos de los países latinoamericanos es saltar de la era industrial [a la que nunca llegamos] y meternos de lleno a la era digital. La cultura digital se debe difundir a todos los niveles en nuestros países; el esfuerzo que se hizo por tantos años para alfabetizar ahora se debe hacer para internetizar [sic]… Yo pienso que las telecomunicaciones son como el sistema nervioso de la nueva civilización y el internet el motor o corazón.»



Salvo en la «o» entre motor y corazón, esto es, allende lo brutanteque de la equivalencia metafórica, estoy básicamente de acuerdo con el cuate Slim: lo primero es lo primero, esto es, ampliar la cobertura de la red y cultivar desde el anteprekinder (desde el seno materno) la «digitalidad».




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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