Publicidad

El último mutis de Carlos Alberto Cornejo

Carlos Alberto tenía en su poder bastante documentación sobre Clarín y Volpone. Hace unos meses le animé a que diera testimonio de esa época y de la personalidad de Saint-Marie a través de un libro.


Con la muerte de Carlos Alberto Cornejo Campaña, 58 años, acaecida el martes 20 de mayo en Madrid, se ha ido de manera inesperada una buena parte de la historia contemporánea del periodismo y la cultura chilena.



Carlos Alberto vivió y murió con el síndrome del niño superdotado pegado a la piel. Ya desde su forma de presentarse -«Ä„hola, Carlos Alberto Cornejo, soy bastante más famoso de lo que tú crees, pero no importa que no lo sepas!»- hasta su manera de despedirse -sin avisar, como lo ha hecho ahora-, Cornejo era un pícaro y un genio.



Tenía un rostro risueño y su buen humor no había desaparecido pese a que desde hace varios años padecía una enfermedad de las arterias que al final lo ha derrotado. Su vida, si bien puede considerarse breve, fue intensa.



Oficialmente, Carlos Alberto Cornejo comenzó su carrera de escritor como libretista de radio con 14 años, cuando falleció su abuelo, el famoso Gustavo Campaña, creador del popular programa de radio La Familia Chilena. Pero ya con nueve o diez años, Carlos Alberto acompañaba a su abuelo a todas partes y adquiría los rudimentos de la literatura más creativa que había entonces en Chile: la de los radioteatros.



La Familia Chilena constaba de tres sketchs que eran teatralizados en directo a partir de las nueve de la noche. Carlos Alberto recordaba que su abuelo se sentaba ante la máquina de escribir sobre las cinco de la tarde y enviaba el primer sketch a la radio con un mensajero. Después de las ocho, cuando estaba por terminar el segundo, el abuelo y el nieto se subían en un auto que conducía a toda velocidad la esposa de Campaña por las calles de Santiago para llegar a la radio justo a tiempo de entregar el siguiente episodio. El tercer sketch lo liquidaba el abuelo Campaña en la misma radio, cuando los actores ya estaban terminando de emitir el segundo.



Este ritmo trepidante se metió en los huesos de Carlos Alberto y, cuando faltó su abuelo, él tomó el relevo y se convirtió en colibretista de La Familia Chilena junto al humorista «Flaco» Gálvez. El trabajo le obligó a dejar los estudios, en los cuales no mostraba un gran interés.



Fue más o menos en esa misma época que su padre le presentó a Darío Saint-Marie, el propietario del diario Clarín. Ambos hombres tenían amistad y hablaron de las aptitudes innatas de Carlos Alberto. Saint-Marie le ofreció un trabajo como «secretarillo del director» para probar su talento. Así que Carlos Alberto se presentaba todas las mañanas en la oficina del director de Clarín para llevarle la correspondencia y leer los periódicos. Como se aburría, comenzó a escribir crítica cinematográfica con el seudónimo de «Incinerador» y hasta hizo sus pinitos escribiendo editoriales. El problema es que muchas veces no lo dejaban entrar en las películas para mayores de 18 años, porque no tenía la edad prescrita.



Su precocidad también le permitió escapar al encarcelamiento de la redacción del diario cuando se le aplicó la famosa Ley Ortúzar -promovida por Enrique Ortúzar, ministro de Justicia de Jorge Alessandri-, la cual consideraba como ofensa la publicación de cualquier información o comentario que dañara la dignidad, reputación y credibilidad de las personas aunque se tratara de hechos veraces.



Con la Ley Ortúzar -también bautizada como «Ley Mordaza»- en las manos, el gobierno de Alessandri mandó a la cárcel a toda la redacción de Clarín, desde el propietario hasta el jefe de Deportes, a la sazón «el pelao» Arellano y el jefe de rotativas, porque Ortúzar introdujo en su normativa la famosa «cascada de responsabilidades» según la cual, si no se podía identificar al autor de un artículo, iba preso el director, y si no su segundo y así hasta el jefe de talleres. En aquella ocasión, en Clarín sólo se salvaron dos personas: el jefe del archivo y el propio Carlos Alberto porque era menor de edad.



En esa época, Cornejo alcanzó uno de sus mayores éxitos: la creación de la historieta Lolita, dibujada por Alberto Vivanco. Clarín publicaba historietas compradas a bajo precio en EEUU que se vendían a todos los diarios del planeta. Vivanco llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de una tira cómica autóctona, pero no conocía al dueño de Clarín, así que se asoció con Cornejo para que éste, en su calidad de «secretarillo del director», lo convenciera. Saint-Marie se resistió al principio, porque consideraba que la tira cómica sólo le iba a suponer costos adicionales. Al final aceptó. Aunque no sin antes obligarles a escribir una lista con 500 nombres tentativos para la viñeta. Pero fue un titular de la crónica roja sobre el asesinato de una joven («una lolita») el que vino a darle el título a uno de los personajes más populares del comic chileno.



Su relación con el dibujo fue estrecha y publicó innumerables historietas, aunque la de mayor éxito fue una adaptación de Simbad, el marino, con dibujos de Jorge Salas. También publicó La desaparición de Carpincho, ilustrada por otro talento precoz como él, el dibujante Hernán Vidal (Hervi).



Ya comprobado su valor, Saint-Marie llamó al padre de Cornejo y le prometió que el muchacho tendría un puesto seguro como periodista del diario, pero antes debía terminar sus estudios regulares. Carlos Alberto no olvidó nunca este gesto de Saint-Marie y ese fue el inicio de una larga y fiel amistad con el controvertido Volpone.



Dicha relación fue tan profunda que poco después de que Saint-Marie se trasladara a España -en 1972-, tras la venta de Clarín al empresario allendista Víctor Pey, Cornejo también se mudó a Madrid y acompañó a Volpone en sus últimos años. En España, Carlos Alberto se casaría con la abogada Aranzazu de Sasía, con quien tuvo un hijo.



Pese a los estereotipos políticos y sociales en torno al controvertido fundador de Clarín, Saint-Marie era un hombre profundamente cristiano y dedicó sus últimos años a leer de manera compulsiva sobre religión. Cornejo, buen discípulo, siguió sus pasos y consiguió un gran éxito editorial a comienzos de los años 80 con el libro Juan Pablo II o el valor de la vida humana. Y en esa misma línea de trabajo hizo una versión en comic de la Biblia.



En 1988, Cornejo obtuvo otro éxito de primera línea al ser nominado a los Premios Goya de Cine (los Oscar del cine español) por su trabajo junto a Agustín Mahieu en la guionización del libro El Túnel de Ernesto Sábato para la película del mismo nombre. Por méritos propios, Cornejo era el único chileno miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, según reseña una biografía de urgencia elaborada tras su muerte por el periodista chileno afincado en Madrid, Miguel San Martín.



Cornejo también incursionó en el teatro junto al famoso mimo Enrique Noisvander con quien lanzó las obras Historia de la Mujer (1970), Adiós Papá (1971) y la famosa Educación Seximental (1972) que tuviera gran repercusión en Chile. Una recopilación de sus textos dio origen a la obra Tres noches de un sábado, del grupo Ictus, en la que también figuraron como coguionistas Alfonso Alcalde y Patricio Contreras.



A comienzos de los años 90, Cornejo trabó relación con el ex ministro Fernando Flores, quien estaba introduciendo en Europa sus famosos cursos de gestión empresarial y comunicacional. Cornejo tradujo al castellano varios textos de Flores y actuó como escritor negro del ahora senador. Fruto de esa colaboración se publicó el libro Abrir Nuevos Mundos, que cuenta con un prólogo de Felipe González.



En la actualidad, Cornejo se hallaba comprometido en dos proyectos de producción española: uno sobre Gabriela Mistral, que se encuentra bastante avanzado, y otro sobre Pablo Neruda.



El pleito sobre Clarín entre Víctor Pey y el gobierno chileno lo había convertido también en fuente de consulta obligada sobre su amigo y mentor Darío Saint-Marie.



Carlos Alberto tenía en su poder bastante documentación sobre Clarín y Volpone. Hace unos meses le animé a que diera testimonio de esa época y de la personalidad de Saint-Marie a través de un libro. Me contestó con una mirada extraña, como si hubiera estado a punto de convencerlo. Aquel día del otoño madrileño se marchó apoyado en su bastón y con su sonrisa de niño pícaro. Desafortunadamente para la historia del periodismo chileno, la muerte le sobrevino antes de concluir sus trabajos.



________________

Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias