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El debate de la mano incluyente vs. la mano dura

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Luego del primer debate presidencial, hay que reconocer que Michelle Bachelet sorteó la ocasión sin errores, con la calma y tranquilidad que da una candidatura cómodamente instalada en el primer lugar de las encuestas. Si bien tuvo un buen desempeño, Piñera no brilló como quizás se esperaría de un experimentado polemista. Tomás Hirsch fue una grata sorpresa, mostrándose ante las cámaras mejor de lo que se esperaba. Pero la actuación de Joaquín Lavín -pasado de revoluciones, notoriamente exaltado, irascible y malhumorado durante toda la hora- debe estar causando preocupación en las filas de la UDI.



Bachelet, Piñera y Hirsch hablaron de una sociedad incluyente. Bachelet ganó puntos al reiterar su visión de una sociedad acogedora, dispuesta a no dejar a nadie fuera. El intento de Piñera por mostrarse como estadista en ciernes sólo le hizo desperfilar su propia personalidad, y pecó de gran individualista al pretender ser el único con soluciones. Dejando de lado el discurso antisistémico duro, Hirsch invitó a conversar y a participar dentro del marco actual. Nada de eso se vio en Lavín. El candidato de la UDI se dedicó esencialmente a gritar y golpear la mesa.



La ciudadanía de hoy exige participar en las decisiones y anhela una sociedad cívica e incluyente donde todos participen. Eso lo vemos en Bachelet, Piñera y Hirsch. El plus de Bachelet es que es fácil imaginarla invitándonos a tomar onces y compartir y escuchar en la búsqueda de soluciones a los problemas.



El Chile de Bachelet, Piñera y Hirsch es demasiado diferente al de Lavín. Ese Chile, fuera de la mente del candidato y sus asesores, no existe.



Lavín es ahora el candidato de la mano dura, el que promete reprimir con dureza a la delincuencia. ¿Pero en qué otras áreas de la sociedad aplicaría también mano de hierro? ¿A qué otros ámbitos llevaría un presidente Lavín sus instintos represivos?



Por lo visto, y para empezar, a las libertades individuales.



Lavín dijo que sus creencias valóricas primarían por sobre las políticas públicas, entre ellas las relativas a la sexualidad, al punto de que no permitiría que su hija en edad escolar lleve un condón en su mochila.



Tras el debate nos tenemos que preguntar que si como padre Lavín haría tabla rasa de los derechos de su propia hija, ¿hasta dónde estaría dispuesto Lavín a hacer tabla rasa de las libertades de los demás? Nótese que hablamos de libertades que las sociedades, incluyendo la nuestra, valoran cada día más; de libertades que los estados deben no sólo resguardar y proteger, sino además profundizar y hacer universales.



Entonces, cuando Lavín dice que no dudará en emplear la represión y la mano dura, como ciudadanos nos asaltan muchos temores. Si llegara a gobernar, ¿qué tipo de sociedad nos depararía su mano dura?



El actual es un ciudadano que aprecia sus libertades y derechos individuales y reclama su lugar en los espacios públicos. Entonces, un candidato que dice que gobernaría con mano dura y además «de cara a Dios» -una afirmación insólita en la historia chilena- y nos dice que no dudaría en pisotear los derechos de su hija, nos deja preguntándonos qué otras medidas le dictaría ese celo represor sospechosamente inquisidor.



El Chile de Lavín no contempla una ciudadanía sana, vigorosa, protagonista de su futuro. Por eso ganaron el debate Bachelet, Piñera y Hirsch, más a tono con el Chile actual. El gran perdedor es quien hoy se muestra tal cual es: una persona autoritaria y moralista que nos habla de un Chile de temores y miedos que sólo su mano dura lograría aplacar. Si yo estuviera en su lugar, empezaría a preparar mi currículum.



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Jorge Garretón es periodista y corresponsal de medios canadienses en Chile

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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