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Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Piñera quedó descompuesto después del combo. Tocaron la campana y se fue masticando la rabia al camarín. Contestó mal a su regreso. Bajó al nivel de Frei, le sacó en cara a su hermano. La respuesta exigía una sofisticación mayor.


Por Cristóbal Bellolio B.*

Vergüenza ajena. Ese fue el sentimiento que me acompañó durante todo el debate presidencial del miércoles pasado. Estuve sentado en el auditorio de TVN en una posición privilegiada para olfatear de cerca la farándula política criolla. Pero parece que el cóctel de la entrada elevó la temperatura de la sangre de los conspicuos asistentes, comprometiendo seriamente sus estaturas intelectuales. Frente a cada candidato la respectiva barra brava vitoreaba al propio y pifiaba al rival, mostrando la hilacha de izquierda a derecha sin distinción alguna.

No pude dejar de recordar esos debates universitarios donde los partidarios de cada lista perdían los estribos en aplausos rabiosos e insultos al viento. Daba lo mismo que el postulante llamara a comer caca o promoviera el sexo con tortugas, lo relevante era reventar la sala para acallar a la parcialidad adversaria. Pero es patético cuando son parlamentarios y aspirantes a serlo los protagonistas de tanta falta de respeto y mala educación. Qué queda para el resto. Ojalá que el próximo debate sea con un público distinto, o en su defecto a puertas cerradas. Pero dejando de lado el circo de nuestra elite política, concentraré esfuerzos en identificar los aspectos que a mi juicio fueron más llamativos en el primer choque presidencial.

Para comenzar, la obvia constatación de que en Chile no tenemos ningún Obama. Aunque Marco le robó descaradamente la frase («esto no se trata de mí, sino de ustedes»), se hizo evidente que ninguna alternativa presidencial fue capaz de esbozar un proyecto político convocante y sustantivo. Quizás la culpa la tiene el formato, ya que el bombardeo de preguntas temáticas («diga tres medidas concretas para…») no es el mejor escenario para construir un sueño.

En segundo lugar, una observación sobre el fondo del discurso: tenemos puros candidatos socialistas. Hasta Piñera criticó el abuso de los bancos y empresarios, lo que sonó poco creíble. El senador Frei dejó de ser democratacristiano y afirmó que quería mucho más Estado y menos mercado. Ni siquiera tuvo la sutileza de pedir mejor Estado o mejor mercado. El asunto dejó de ser cualitativo y pasó a ser estrictamente cuantitativo. Al menos Marco dejó claro que no estaba «contra la riqueza». Menos mal.

En tercera línea tenemos el golpe bajo de Frei a Piñera a raíz del informe de Transparencia. Podemos tener discrepancias respecto a la calificación ética de la jugada, o respecto a cuán eficiente resulta la guerra sucia desde el punto de vista estratégico, pero no podemos ignorar que marcó a fuego la agenda periodística del día siguiente. Si tienes un mal candidato, al menos asegura que sea noticia. Y cumplió con creces la pega. Aun así no deja de resultar lastimoso observar un comando exultante por una movida de esa índole. Es tan penca como destapar champaña cuando una encuesta revela que Frei es un candidato «competitivo». Más mérito tiene porque Piñera quedó descompuesto después del combo. Tocaron la campana y se fue masticando la rabia al camarín. Contestó mal a su regreso. Bajó al nivel de Frei, le sacó en cara a su hermano. La respuesta exigía una sofisticación mayor. Hoy, aunque parezca increíble, la mejor recomendación para Piñera es que no se someta a más debates si va a repetir la performance del miércoles.

Marco navegó con relativo éxito. Las expectativas sobre él eran altas pero a la vez disímiles: los que querían ver al díscolo desafiando a los viejos próceres tuvieron su recompensa, los que querían ver el rol de autoridad también. Paradójicamente fue Marco el que intentó sacar al pizarrón a los candidatos grandes para que aplicaran realismo respecto del financiamiento de sus propuestas. Ganó en seriedad.

Finalmente, mención honrosa para Arrate. Era previsible que el debate le fuera propicio, como a todo candidato que no tiene nada que perder y mucho que ganar. No es esperable que su buena evaluación se traduzca en votos, por supuesto, pero genera un foco de interés que tiene un valor incierto para las semanas que vienen. Aún con proyecto trasnochado y altamente dogmático, el tipo se descubrió ante miles de chilenos como un caballero simpático, culto y educado. Lo que siempre se agradece. Y a Marco le dejó la tarea de definir el nicho ideológico a utilizar, porque la izquierda ya encontró su patrón.

*Cristóbal Bellolio B., Escuela de Gobierno, Universidad Adolfo Ibáñez. Miembro de Independientes en Red.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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