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Derechos humanos, justicia social, libertad de expresión: ¿el eclipse?

Pablo Salvat
Por : Pablo Salvat Profesor del Departamento Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.
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Para la derecha chilena el “orden natural” de las cosas es que manden ellos, los que más poder, apellidos y dinero tienen, y los demás, obedezcan y agradezcan.


Estos artículos normativos tienen su propia historia estimado lector. Como usted seguramente sabe no fueron fruto de la benevolencia de los poderosos económicos o políticos de hace más de 200 años. La larga marcha de la humanidad en pos de su dignificación inclusiva ha sido muy larga y dolorosa.

Y esto,  en gran medida, debido no sólo a la falta de conciencia o de organización de esclavos, marginados, excluidos o bien pensantes, sino porque las riendas de los poderosos de siempre no lo han querido ni permitido, con las consecuencias previsibles.

Claro, esas situaciones han durado  hasta que la ambición y la violencia rompen  el saco y la rebeldía se organiza. Entonces tuvimos  la revolución americana (1776),  antes la inglesa (1688), y la más señera de todas, la francesa (1789). En esta última  se puso en lo más alto  de la consideración político-jurídica, la tríada, liberté, égalité,  fraternité. Y poco después, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por ejemplo, de las primeras en la historia de la humanidad occidental, al menos.

[cita]Para la derecha chilena el “orden natural” de las cosas es que manden ellos, los que más poder, apellidos y  dinero tienen, y los demás, obedezcan y agradezcan.[/cita]

La conquista de esos artículos en nuestro país, no ha sido menos difícil, dura, azarosa. Es cosa de dar un vistazo a nuestra propia historia. ¿Cuando gobernaban liberales y conservadores, quienes tenían derecho a voto?  ¿Cuándo pudieron votar las mujeres, cuyo voto ha resultado decisivo en las elecciones a partir de allí?  ¿Lo recuerda? Por si no lo recuerda, le digo, a fines de los cuarenta, recién entonces. Y en todos esos casos de ampliación de la ciudadanía no solo formal, sino real, hubo que dar luchas; se pagó muchas veces con la vida de  inocentes.

¿Se ha preguntado por qué?   Porque para la derecha chilena el “orden natural” de las cosas es que manden ellos, los que más poder, apellidos y  dinero tienen, y los demás, obedezcan y agradezcan. Lo no natural, es que el pueblo quiera gobernarse a sí mismo; es que obreros y campesinos, mujeres y estudiantes,  profesionales, indígenas, pobres y marginados, pretendan poner su mano en la rueda de la historia.

Sólo  después de la  Segunda Guerra Mundial y el Holocausto  se pudo consagrar la validez de la Declaración Universal de Derechos humanos (48),  por ejemplo. A partir de allí, la famosa tríada francesa mencionada se encarnaba en el ideario de derechos humanos y éste, en uno de justicia social.

En particular, a través del Pacto Internacional sobre Derechos económicos, sociales y culturales  de 1966,  y que fue firmado también por el Estado chileno (aunque la Constitución Política “parchada” que nos rige, no lo consigne).  Y usted dirá,  muy bien, ¿y cómo fue con el tercer artículo,  la libertad de expresión?  Una importante conquista de la sociedad civil, para tener derecho a distintas formas de expresión y puntos de vista  sobre la sociedad; para informar y permitir opiniones diversas, para hacer comunicación crítica.

El domingo 17 puede decirse, con el triunfo de la derecha (que no quiere ser de derecha, he ahí su propia contradicción vital),   que todo ha vuelto a su “orden natural” en el país: por fin podemos ver de nuevo en los medios (aunque se veían  bastante  de todas maneras), a la gente de bien, a la gente exitosa; de buenos apellidos, belleza  y pasar económico.

Por fin, aquellos que saben de qué va la cosa y cómo debe gobernarse la “chusma” vuelven al poder político (porque el económico y el mediático lo han tenido hace ya muchos años).   Se vuelven a poner las cosas en su lugar: ahí los pobres y el pueblo, allá los “indiecitos”; lejos los izquierdosos o demasiado liberales, y arriba Dios claro, el pináculo de la pirámide social como debe ser.   ¿Dónde quedaran entonces los derechos humanos, la justicia social o la libertad de expresión? Claro nos referimos no solamente a esos derechos llamados cívico-políticos,  relacionados  a las condiciones de existencia y ciudadanía de todos y en igualdad de condiciones.

Algo que es sabido no existe hasta hoy en el país.   Sino también a los llamados derechos  económicos, sociales y culturales que ya habían sido desconsiderados  durante el régimen cívico-militar de 17 años ¿Se eclipsará  también el ideario de una sociedad justa socialmente hablando? (no estamos hablando de precios justos ni de individuos  “justos” meramente); es decir, de una en la cual  las desigualdades sólo estarán justificadas si ellas favorecen a los menos favorecidos y promueven una justa igualdad de oportunidades.  Una en la cual el valor más alto para medir el crecimiento, la productividad, la numerología de los economistas,  o el trato dado al medio ambiente, no sea  la eficiencia, la eficacia o  la rentabilidad,  sino su justicia.

¿Usted cree que a la derecha económico-política  del país le importará  disminuir las desigualdades existentes o recuperar la riqueza básica del cobre para todos los chilenos?  Pero no solo esos artículos pueden tener problemas. Sufrirá también de manera particular, la libertad de expresión.

¿Puede hablarse de ella cuando los medios de  comunicación están concentrados en dos manos familiares? Dos grupos (Mercurio y Copesa), de los cuales ya conocemos  su inclinación ideológica y encomiable imparcialidad  a favor de los derechos humanos durante los 17 años de gobierno cívico-militar.   No solo poseen  cadenas de diarios; también manejan los canales de televisión y buena parte de las radios. El círculo completo en muy pocas manos; de una sola tendencia y con claros intereses económicos.

Por cierto, no se nos escapa algo fundamental: las elites de los gobiernos  concertacionistas siguieron  una política derechista en esto como en otros ámbitos de la vida social,  bajo el leitmotiv: que el sacrosanto mercado sea quien diga la  última palabra.  Y claro, con los medios se pueden hacer muchas cosas lector. Entre otras, trastocar las realidades del día a día; no informar de determinadas cosas o sucesos; esconder otros puntos de vista.

Es muy fácil por ejemplo, derrotar la delincuencia con este control mediático: bastaría que esos medios se pusieran implícitamente de acuerdo para no informar más sobre hechos delincuenciales  (como lo han hecho hasta el hartazgo todos estos años),   durante meses, y  de repente, claro, no habrá  mas delincuencia para la gente. Nada ha salido en la TV.  Entonces, eureka, ha sido derrotada.  Con sus contradicciones y ambigüedades, errores y demarcaciones, históricamente han sido en Chile las fuerzas de izquierda y del centro progresista las que han promovido –con sus inconsecuencias incluidas-,  esos artículos tan fundamentales para una convivencia que pueda llamarse digna, cívica, a la altura del ser humano.

Eso indica y muestra  -más allá de ideologizaciones inconducentes-,  nuestra propia historia.  ¿Habría que aprender de ella alguna vez,  no le parece estimado lector?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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