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¡Chico, la guerra fría no ha concluido!

No se le perdona a Ampuero la desviación y reluctancia, tal como ocurrió en el pasado con Vargas Llosa, Octavio Paz, Lezama Lima y muchos otros y tal como ocurre ahora con Jorge Edwards, por haber tenido la osadía de ejercer ese derecho tan básico como humano a no estar de acuerdo, a disentir, a joder o, simplemente a oponerse.


Días atrás en la edición de The Clinic en que ese medio, al igual que América Latina y quizá el mundo, se lloraba a Roberto Sánchez, “Sandro” como era de rigor, el escritor Rafael Gumucio en lugar de homenajearlo junto al pueblo, nos notificó que la guerra fría no había concluido. Gumucio entrevistado por Carcavilla se aboca a la tarea tan antigua en las letras como pobre en ideas de denostar a uno con el que compartiendo oficio, disentía en opción presidencial y, de paso, le molestaba moral, estética e ideológicamente.

Gumucio, en un acto que lo retrata como un “progre tolerante” de robusta intolerancia escupe el veneno contra Roberto Ampuero, que fue blanco de numerosos comentarios desfavorables por su explícito apoyo a Piñera y como posible candidato a ministro de Cultura.

[cita]No se le perdona a Ampuero la desviación y reluctancia, tal como ocurrió en el pasado con Vargas Llosa, Octavio Paz, Lezama Lima y muchos otros y tal como ocurre ahora con Jorge Edwards, por haber tenido la osadía de ejercer ese derecho tan básico como humano a no estar de acuerdo, a disentir, a joder o, simplemente a oponerse.[/cita]

Dijo Gumucio que, el gobierno de Piñera “va a ser horrible como las novelas de Roberto Ampuero, que no son horribles porque sean fachas, o porque no tengan el símbolo de izquierda. Son horribles porque están mal escritas y porque son moralmente vacías”.

En otra ocasión nos hemos referido al trato que se le otorga por muchos escritores e intelectuales de izquierda a aquellos que desde ese oficio y en ejercicio de su autonomía, libertad intelectual y adscripción a los derechos y libertades de las personas comunes al género humano, han modificado sus postulados ideológicos y preferencias políticas, siendo en forma breve y sumaria excomulgados por esa iglesia civil, aún cuando ya no pertenezcan a ella.

Las razones de la migración de los traidores y relapsos son conocidas: la decepción provocada por los socialismos reales, donde sus líderes vivían y aún viven, – aunque escasean -, lujosamente mientras sus pueblos sufren todo tipo de privaciones materiales y vejámenes a sus libertades intelectuales.

Privaciones materiales y espirituales son las que precisamente vivió el anatemizado Ampuero, tanto en la Alemania eufemísticamente llamada “Democrática” como en el paraíso caribeño de Cuba, que por haber librado a su pueblo del yugo del imperio, autorizó a sus líderes a cambiarlo por uno de otro cuño, para que siguieran siendo “niños yunteros, labriegos de tierras descontentas y de insatisfecho arado”.

No se le perdona a Ampuero la desviación y reluctancia, tal como ocurrió en el pasado con Vargas Llosa, Octavio Paz, Lezama Lima y muchos otros y tal como ocurre ahora con Jorge Edwards, por haber tenido la osadía de ejercer ese derecho tan básico como humano a no estar de acuerdo, a disentir, a joder o, simplemente a oponerse.

Esta curiosa manera de abrir debate sobre las preferencias estilísticas y políticas de Ampuero por medio de la retórica de la prevaricación que abusa de la palabra y ejerciendo lo que Eco denomina la “captatio malevolentiae,” le sirve a Gumucio como excusa para deslizar una crítica literaria desde la ideología. Así mata tres pájaros de un tiro: impugna sus preferencias políticas, penaliza la calidad de su obra literaria y de paso se encarga de arreglar cuentas con el futuro gobierno de Piñera.

Según sentencia Gumucio, las novelas de Ampuero son fachas, mal escritas y moralmente vacías, cualidad esta última que compartiría el gobierno del Presidente electo y al que si me apuran también le atribuye el carácter de “facho”, todo lo cual trae aparejada la horribilidad de las obras de uno y del próximo cuatrienio del otro.

Pero siguiendo el razonamiento de Gumucio, un lector poco avisado podría también concluir que una joven hermosa que escribe mal y fuese titular de una moral débil, desfalleciente o simplemente careciere de ella, puede ser a su turno categorizada en un epítome de las tipologías humanas como una muchacha horrible y que goza en consecuencia, de una inmerecida fama de belleza.

Pero hay más en esta guerra fría de Gumucio, puesto que, una muchacha que siendo nada agraciada pero que no exhiba a todos los vientos una chapa o escarapela de izquierda u otro signo de su profesión de fe, que incluye naturalmente una posición moral, podría pasar por bella.

Del mismo modo, una señorita más bien “feita” seguidora del ideario fascista, incluyendo soluciones finales para todo aquello o aquellos que le molesten, habría que considerarla moralista, puesto que aunque no nos guste, tiene una y si además escribe bien, el corolario no se deja esperar: podría ser una belleza, a los ojos de Gumucio.

Las palabras y razonamiento de Gumucio exudan intolerancia y son la reedición de infructuosas luchas literarias e intelectuales que se ciernen y actualizan como fantasmas del pasado en estos días, esta vez, de mano del gobierno, con la exclusión de Mario Vargas Llosa y Jorge Edwards de la sesión inaugural del próximo Congreso de La Lengua que se realizará en nuestro país. Es la suerte que espera a los escritores e intelectuales que disienten de las políticas oficiales o de la ideología dominante, que pasan de los esplendores de la fama y admiración a las miserias de la postergación.

En esta guerra bipolar, cualquier imberbe puede levantar la bandera de la insidia; ahora y como siempre, cualquier soldado dispara oblicuo desde la doctrina de la escuela. ¿Cuántos más como Ampuero, Vargas Llosa o Edwards habrán de ir a la hoguera antes de que termine esta guerra fría? ¡Chico!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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